Tomás Mosciatti, el rey de los indignados
Tomás dice entender todo, pero lo cierto es que comprende muy poco de lo que sucede ya que detrás de su pragmatismo y su idea mezquina de la política se esconde un gran desconocimiento de cómo funciona la democracia. Para él todos están coludidos con todos y lo democrático siempre está en eterna sospecha. En constante desprestigio.
Francisco Méndez es Periodista, columnista.
Con cara de preocupación y mirada inquisitiva, Tomás Mosciatti enfrenta a sus entrevistados con el fin de sacarles “la verdad”. Frente a ellos, el periodista de Radio Bío Bío, CNN Chile y ahora Mega, se sitúa más que como un entrevistador, como un baluarte moral, una especie de representante de los principales valores de la ciudadanía.
Su independencia se dice que es a prueba de todo y su semblante duro y constantemente fruncido parece reafirmarlo ante nuestros ojos mientras lo vemos interrumpir al que le está respondiendo. A algunos eso los excita, porque sienten que por fin hay una voz que los defiende frente a los malvados políticos. Al fin hay un periodista que no tiene intereses y lo demuestra con su higienizada personalidad, dicen desde encumbradas familias hasta el taxista que se queja porque no hay ningún candidato que le diga que no tendrá que trabajar más.
Porque el carácter de Mosciatti es especial para quienes juzgan resultados y no se cuestionan las principales razones del colapso de un sistema. Para él Chile se inventó la semana pasada y lo sucedido institucionalmente no tiene que ver con la historia y la manera en que se fraguó nuestra democracia. Eso no importa, él sólo quiere respuestas y no análisis muy profundos porque él quiere datos, cifras pero no reflexión ni perspectiva país.
Tomás dice entender todo, pero lo cierto es que comprende muy poco de lo que sucede ya que detrás de su pragmatismo y su idea mezquina de la política se esconde un gran desconocimiento de cómo funciona la democracia. Para él todos están coludidos con todos y lo democrático siempre está en eterna sospecha. En constante desprestigio.
Las formas lo son todo y eso este periodista lo sabe. Su voz de padre que le pide explicación por las notas a sus hijos hace que muchos entiendan su mensaje de caos como el acabose. Pero no les dice las razones de esto. No le conviene, porque sería entrar a explicar la política y los múltiples acuerdos en los que nos hemos visto inmersos por años y eso lo aburre, porque él ve los hechos como simples actos apartados que no tienen que ver con quiebres históricos ni con funcionamientos de poderes que han rediseñado los relatos para ponerlos a favor de intereses. La política y los políticos es su problema, porque él también es empresario y, de una u otra manera, aunque hable en contra de muchos, no los encuentra parte del problema. O por lo menos trata de callar sus pensamientos al respecto.
Mosciatti se enfrenta al poder no tan poderoso, al que tartamudea cuando él entra con una pregunta fuerte que lo descoloca. El poder real, ése que se encuentra en las sombras, lo asusta, prefiere no meterse ahí porque sería cuestionar los verdaderos sustentos de esta hegemonía y hacerlo le quitaría el efecto que causa en los indignados. Esa ovación que provoca cada vez que dice algo fuerte y que suena como si fuera preciso.
Estos días son ideales para enarbolar frases que suenen bonitas pero no digan nada, ya que la indignación campea. Y antes que cuestionar, solamente se escupe todo lo que huela a democracia. No hay conciencia de que el problema es la manera en que está concebido nuestro régimen democrático en particular. Porque antes de saber muchos prefieren acusar y para eso está Mosciatti, el monarca de los enojados y los enrabiados.