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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Políticos y humoristas

No existiendo nada más peligroso para una sociedad que quienes se dedican a alabar y celebrar todo lo que sus miembros hacen o creen, que en las democracias son los llamados demagogos, de quienes dijo Aristóteles que “son a las democracias lo que los aduladores a las dictaduras”. Pues vuelven al pueblo sordo y lo convierten en un tirano que se mueve solo por capricho; que no acepta crítica alguna, y que ciego cae en el fracaso.

Por Rodrigo Pablo
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Rodrigo Pablo es Abogado Universidad Católica.

Cicerón afirmaba que “hay dos clases de bromas: una incivil, petulante, malévola, obscena; otra elegante, cortés ingeniosa y jovial”. Sin duda, las que hemos oído y visto en el Festival caen dentro de la primera categoría: vocabulario soez; insultos fáciles; divisiones del mundo entre buenos y malos; abuso de los “recursos” sexo y políticos, han sido la tónica de las presentaciones exitosas. Es decir, Viña 2016, no ha sido más que la parrilla habitual de los medios de comunicación, y el reflejo de una sociedad poco educada; donde la risa nace a raudales para celebrar la grosería, el pensamiento acrítico y las simplificaciones. Habiendo llamado mi atención tres cosas de estas nefastas actuaciones.

Primero, las múltiples semejanzas que existen entre los humoristas y políticos: ambos recurren a discursos simplistas; mientras los primeros -para ganarse al monstruo de Viña- no tienen empacho en atacar con violencia a toda clase de personas, recurriendo a mitos e insultos absolutamente prescindibles en sus rutinas, los segundos -para ganarse al “monstruo” de la ciudadanía- olvidan –hasta que son ellos quienes comparecen ante un tribunal- la presunción de inocencia de sus adversarios, no sienten remordimiento alguno por difundir rumores infundados sobre otros o por contratar matones para destruir la propaganda de un rival, y tal como unos cambian los chistes si no son de gusto del público, los otros cambian de política si no reditúa inmediatamente en votos, mostrándonos que los dueños de las tribunas prefieren ser halagadores de la masa antes que guías de la misma.

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No existiendo nada más peligroso para una sociedad que quienes se dedican a alabar y celebrar todo lo que sus miembros hacen o creen, que en las democracias son los llamados demagogos, de quienes dijo Aristóteles que “son a las democracias lo que los aduladores a las dictaduras”. Pues vuelven al pueblo sordo y lo convierten en un tirano que se mueve solo por capricho; que no acepta crítica alguna, y que ciego cae en el fracaso. Y, la adulación de las masas es un fenómeno cada vez más común en nuestro país, donde campea la defensa de “malas costumbres” en el más amplio sentido de la expresión; habiendo siempre algún político dispuesto a defender a un grupo de presión o extender un mito, de modo que somos conducidos más por el antojo de la mayoría –siguiendo la teoría de la aplanadora y retroexcavadora- que por la razón que busca el bien común.

En segundo lugar, sus comedias, recibiendo vítores y aplausos, mostraron, como si fueran algo positivo, los instintos más bajos de la sociedad chilena: el rechazo del deber; el hacer la vida solo en función de la búsqueda de la satisfacción de los propios intereses; el desprecio de la infancia y la familia; el deseo de proyectar eternamente la adolescencia; la grosería que se ha enquistado entre nosotros matando el idioma castellano y las riqueza de su la lengua. Presenciamos así, un país irresponsable, grosero y poco ilustrado, donde las únicas expresiones del éxito son el placer y el dinero; siendo por lo tanto, el ambiente ideal para la corrupción y regímenes populistas.

Finalmente, llama la atención la actitud de los comunistas, cuya conducta supera a cualquier sátira que de ellos se haya hecho. Una de sus líderes atacó y tildó de “facho” y “UDI” a Edo Caroe, por sus bromas sobre Camila Vallejos, siendo que, dicho humorista, fue, al menos, igualmente virulento con el diputado Hasbún. De ese modo, nos muestran, nuevamente, esa forma de ser que les permite denunciar los males de la sociedad libre –que, en todo caso, son varios-, mientras justifican los crímenes de Stalin o la fortuna de los Castro (900 millones de dólares según Forbes).

Estamos en un barco a la deriva que no sabemos dónde encallará, y es esta la oportunidad ideal para intentar formar el sentido del humor que “consiste en saber reírse de las propias desgracias”; las que, por lo visto, nos sobran.

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