Muerte de la niña del Sename y la dictadura de la familia
"En un modelo en el que lo privado está sobre lo público, lo familiar pareciera ser realmente lo republicano".
Francisco Méndez es Columnista.
Uno de los eslóganes que ha repetido la candidatura de Sebastián Piñera hasta el cansancio ha sido el que afirma que los padres son quienes mejor saben lo que les hace bien a sus hijos. Siempre lo dice como si estuviera señalando algo que es obvio, ya que para él familia y bienestar son sinónimos que no deberían provocar ningún tipo de discusión.
Pero el problema es que este tema sí merece ser discutido. Porque no queda tan claro cuál es el fundamento de esta afirmación en la que insiste el candidato de Chile Vamos-como muchas otras-, aparte de un claro sesgo ideológico que busca perpetuar lógicas conservadoras y, de paso, estimular el mercado escolar por medio de la “elección” que harían las cabezas de los grupos familiares. Ya que, si es que hablamos de manera seria, lo concreto es que esta sobrevalorada forma de organización algunas veces trae más traumas que otra cosa.
Los traumas se producen, entre otras cosas, gracias a las aspiraciones de los padres que tratan de escapar muchas veces del lugar del que vienen y, por lo mismo, hacen lo posible para que sus descendientes sean todo lo contrario a ellos socialmente. Como también gracias al clasismo de los que intentan perpetuar su roce social al relacionar a sus hijos con los de sus “pares”. Desde ese momento, los progenitores comienzan a ver en sus “críos” la realización o continuación de lo que ellos pudieron o no lograr, motivados por un sistema que los llama a que hagan lo posible por segregar lo más posible a sus niños.
Por esto es que esta supuesta obviedad de Piñera sí puede ser puesta en entredicho. Lo que pasa es que no se quiere hacer. No se quiere caer en el pecado casi mortal de cuestionar una estructura tan jerárquica como la familia. Menos en un país en donde todo se fragua en matrimonios entre primos de segundo grado de clase alta, ya a que ir en contra de esta institución es ir en contra de los grandes pilares que sostienen y fortalecen todo tipo de ideas que vienen desde arriba. Porque, en un modelo en el que lo privado está sobre lo público, lo familiar pareciera ser realmente lo republicano.
Pero lo expuesto no es todo, ya que tener familia es una condición en Chile para poder seguir viviendo. Esto quedó claro con la noticia de la muerte de una niña del Sename a la que la Red de Salud UC Christus le negó un trasplante de corazón por no tener, entre otras cosas, un grupo familiar que pudiera contenerla luego de la operación. No era a bien visto que no tuviera un “círculo de apoyo”, porque era como pertenecer a otra clase; a otra especie que no merece ser considerada para continuar su vida.
Por estas cosas es que hay quienes creemos en un Estado laico y fuerte que esté por sobre las antojadizas decisiones de instituciones privadas en materia de salud, como también de las de los padres en materia educacional. Porque la democracia y la libertad no consisten solamente en votar cada cuatro años y tener poder adquisitivo para comprar cosas, sino también en garantizar la ciudadanía a todo ser humano. Y cuando no hay un aparato que sea capaz de dar tal garantía, entonces estamos cayendo en la dictadura que convierte a los individuos en seres dependientes de una familia o de los particularidades del mercado.
¿Con esto quiero decir que no deberían existir las familias? Por supuesto que no. Sólo me parece que ponerlas al centro como un gran valor es un grave error. Más aún en lugares en donde son tan posesivas y autoritarias como en Chile, porque construyen hombres y mujeres menos libres; validando formas de control que, a estas alturas, solamente benefician a una idea de comunidad que no es tal, castrando o incluso causando la muerte, como en el caso señalado, a los integrantes de una sociedad.