La violencia se trata de control
"Resulta de importancia crucial que políticas públicas destinadas a la prevención de femicidios, y más generalmente, actos de violencia intrafamiliar, entienda la fenomenología de lo que hemos consensuado en llamar “violencia” y que además prevenga en etapas tempranas de las consecuencias que este fenómeno puede acarrear".
Paula Hollstein B. es Abogada, Máster en Filosofía y Políticas Públicas (LSE), y Máster en Derechos Humanos (UCL) .
En el año del “mayo feminista” se registraron más de 130 mil ingresos por delitos de violencia intrafamiliar, según cifras del Ministerio Público, y este 2019 ya van cinco femicidios consumados y cinco frustrados. Pero, ¿cuál es la razón de la supervivencia del problema de violencia doméstica en Chile? Tanto el Estado, como ONG’s han lanzado campañas y proponen medidas, muchos de ellas incluso con carácter de “urgente”.
Sin embargo, el problema parece ser complejo, o por lo menos cuenta con un nivel de complejidad suficiente, que no admite (o no debiera admitir) modelar su evaluación bajo un enfoque del tipo “problema – paquete de soluciones”; más aún, si esa perspectiva muy a menudo se deja tentar por fórmulas populistas del tipo tolerancia 0 -en este ámbito- claramente fracasadas. ¡Medidas sí! también brainstorming de ideas en mesas de trabajo, pero sólo una vez que se entienda el fenómeno con un nivel mayor de profundidad. En síntesis, se debe enfrentar el problema, no sólo enviar “una señal” de preocupación al respecto.
Si de prevención efectiva se trata, las definiciones son relevantes. Lo anterior, no sólo para comprender mejor ciertos fenómenos, sino también para saber qué es lo más inteligente de prevenir, y en definitiva, saber ¿cuál es el origen del problema? En esta misma línea, Linda Gordon nos recuerda la importancia de los conceptos, precisamente, a propósito del desarrollo de la idea de la violencia doméstica: “La historia moderna de la violencia familiar no es la historia del cambio de respuestas a un problema constante, sino más bien la redefinición del problema en sí”.
Diversas campañas del Ministerio de la Mujer – hoy y antes – revelan cuál ha sido la forma de conceptualizar el asunto desde el Estado. Últimamente: “no lo dejes pasar: tolerancia 0 a la violencia contra la mujer”, nuevo fono de orientación para la violencia contra las mujeres, charlas gratuitas de violencia en el pololeo, etc.
“Violencia” ha sido la palabra escogida para reunir una serie de conductas que se consideran inaceptables en una relación íntima. El término tiene una carga negativa, y por ende, suscita consenso: condena el fenómeno de modo categórico. El consenso también se amplía a que dichas conductas no solo incluyen agresiones físicas, sino también la tan profusamente citada violencia psicológica, sea lo que esta pueda referir en el imaginario social: humillaciones, manipulaciones y un largo etcétera difícil de “listar”. He aquí el problema.
Esta aproximación holística de la violencia tiene un lado bueno, pero también un lado B. El aspecto positivo es que hoy condenamos comportamientos que antes no, gracias precisamente a la noción de violencia psicológica. El lado complejo, es que ese concepto de tan extenso y multiforme, hace difícil identificar qué es exactamente aquello que no se debe tolerar.
Es cierto, muchos ya saben que no debemos “dejar pasar” un insulto, ni un empujón. Una amiga rápidamente te diría ¡eso es violencia! Pero, poniendo a prueba los márgenes ¿cuáles son los límites de una discusión acalorada? ¿Es violencia si tu pololo te cortó el teléfono? ¿Qué pasa con la “ley del hielo” por 2 o 4 largas horas? Por otra parte, y ¿si luego “bromea” diciendo “estás pintada como mona”? Pero después te dice respetuosamente que se siente inseguro cuando estás con un amigo, y ¿qué pasa si al final de cuentas, siempre ha tenido una personalidad temperamental?
Todas las relaciones humanas, de pareja o no, involucran ejercicios de poder, ello es claro. El problema es que muchas veces los abusos o ejercicios ilegítimos de poder son difíciles de etiquetar. Consideremos además que juegan siempre a este respecto “interpretaciones” teñidas de aspectos emocionales, culturales y sicológicos. Particularmente complejo es el caso de personas que se encuentran en situación de vulnerabilidad (no por eso poco frecuente): depresión, experiencias de conflicto o abandono en la niñez, baja autoestima, pocas redes de apoyo, etc.
El asunto más crítico para el caso de la violencia doméstica es que esta especie de “déficit conceptual inicial” deja a la víctima en alta situación de riesgo. Las víctimas no logran darse cuenta que está pasando en etapas tempranas de la relación, y continúan ésta tratando de “manejar la situación”. El problema mayor es que se trata de un fenómeno que va en escalada, pero que en etapas tardías encuentra a la víctima débil y confundida. En dicho momento dejar la relación ya es más difícil. Por ello, se necesita “leer señales” y ¡cuanto antes!
Entendidos en violencia doméstica destacan el control como el elemento clave del fenómeno. Paradójicamente, la violencia como tal no es el elemento crucial. En este sentido, Johnson (2008) ha descrito diferentes patrones de comportamiento, donde la presencia de control es definitorio para identificar la violencia doméstica.
De hecho, él prefiere llamar al fenómeno como “terrorismo íntimo”. En este contexto, el agresor efectivamente usa la violencia, pero como una herramienta más de control general sobre su pareja. Es más, existe un caso diferente: “violencia de pareja situacional”, aquí el agresor es violento (y su pareja también puede serlo). Sin embargo, ninguno de ellos utiliza tal violencia para intentar ejercer un control general sobre el otro. Este puede ser un comportamiento no deseable, puede haber incluso “violencia de género”, pero no es el fenómeno que puede escalar a un femicidio. Este es generalmente el hito que culmina como “último intento de control total” y es cuando la víctima decide dejarlo.
Para encontrarnos frente al fenómeno del terrorismo íntimo debemos preguntarnos si están presente ciertos elementos que configuran un cuadro completo de coerción: amenaza, preparación de escenario, vigilancia permanente, y un dilema constante de sumisión y resistencia (Dutton y Goodman 2005).
Importante es destacar la fase “preparación de escenario”. Es aquí donde la víctima suele experimentar humillaciones cotidianas (violencia psicológica). Se explota sus vulnerabilidades y se facilita la dependencia, pero todo en orden de debilitar a la víctima para obtener mayor control sobre su vida. Ojo, que todo ello puede acontecer, sin ningún golpe de por medio. Es más, el proceso se desenvuelve más efectivamente si no existen agresiones físicas. La víctima creerá “poder manejar la situación” y le será más difícil conceptualizar el proceso como uno de violencia doméstica.
En este escenario, la víctima se “autorregula” para “no dar más problemas”, no “enojar” al otro, no insegurizar al otro. Puede dejar de hablar con amigos, no desviarse jamás del camino a casa, estar atenta a contestar rápidamente todos los WhatsApp, etc. Esto no sólo causa un nivel de estrés, susceptible de desestabilizar la siquis de la víctima, sino también se ha postulado que la víctima puede sufrir síndrome de stress postraumático (Hermand 1992). La víctima vive en el miedo, sino derechamente en el terror.
Por lo anterior, resulta de importancia crucial que políticas públicas destinadas a la prevención de femicidios, y más generalmente, actos de violencia intrafamiliar, entienda la fenomenología de lo que hemos consensuado en llamar “violencia” y que además prevenga en etapas tempranas de las consecuencias que este fenómeno puede acarrear.
Frente actos sistémicos de control, hacen falta señales muy claras. La campaña “No dejar pasar” hace pensar que uno pudiere “pararle el carro”, representar el problema o negociar con el agresor. En casos de violencia del tipo terrorismo íntimo, se hace necesario campañas que dejen claro qué es lo que convierte una relación en una violenta, y que además dejen claro que sí o sí la relación debe terminar. Pero además, la víctima debe encontrarse asistida por redes de apoyo, también desde el Estado (por ejemplo, casas de acogida). Dichas medidas son más importantes que medidas punitivas, llamados a denunciar y protocolos de coordinación frente casos ya “policiales” de violencia intrafamiliar.