El mapuche no es chileno, es mapuche
"Ser mapuche hoy es asumir una condición histórica de defensor de su pueblo, que tiene pertinencia indígena e identidad cultural, que nos hacen asumir conciencia de pueblo-nación".
Diego Ancalao es Embajador del foro mundial Indígena y presidente de Fundación Instituto de Desarrollo del Liderazgo Indígena.
Cada vez que se denuncia un atropello en contra de un mapuche, nos enfrentamos a nociones impuestas que reflejan un nivel de racismo preocupante para un país que aspira a ser desarrollado. Por ejemplo, es recurrente escuchar la afirmación: “somos todos chilenos”.
Esta situación se instala en el imaginario desde la educación formal, bajo criterios ideológicos cuestionables. El mismo ex presidente Aylwin reconoció que él había aprendido en el colegio y en la universidad que Chile era un país constituido por una sola identidad, cuestión que cambió luego del “Encuentro de Nueva Imperial” en 1989. En ese encuentro, el entonces candidato presidencial hizo un pacto con el pueblo mapuche, comprometiendo el reconocimiento constitucional. Aylwin llegó a la Presidencia, pero no cumplió.
Pero no se trata solo de leyes, pues la identidad es algo que se lleva en la sangre, en la cara y en el apellido. Así lo entendió el ex diputado de la UDI Darío Payacán, que cambió su apellido mapuche por Paya, buscando desligarse de su origen y parecer más auténticamente chileno. Esto demuestra el nivel de arribismo, clasismo y racismo de un sector de la política chilena.
Ser mapuche hoy es asumir una condición histórica de defensor de su pueblo, que tiene pertinencia indígena e identidad cultural, que nos hacen asumir conciencia de pueblo-nación. Los intentos conceptuales de unificar la “patria chilena” colisionan con un pueblo que, indiscutiblemente, tiene su propia patria, su propia historia y sus propios héroes, como Leftraru y Pelantaro.
El grupo que administra el Estado no explica cuál es el lugar del pueblo mapuche en el proyecto de Estado-nación chilena. En efecto, detrás de la estrategia discursiva hacía los pueblos originarios, se esconde la búsqueda frontal de una asimilación de las identidades indígenas. El objetivo es conformar una comunidad política homogénea y obediente, a la cual el pueblo mapuche se resiste desde la génesis de la conformación del Estado criollo.
Un elemento relevante de la resistencia es el término de “nación mapuche”, característica incuestionable debido al origen histórico que acredita nuestra existencia miles de años antes de la conformación del Estado chileno, a la derrota propinada al Imperio Inca, a la guerra de Arauco ganada, a los tratados firmados con Chile, a una cultura, religión e idioma propios. El mapuche es bastante más identificable que el chileno, quien no tiene religión ni idioma propios, sino que le vienen heredados de otras culturas.
Qué duda cabe, el mapuche no es chileno, es mapuche. Es más, es el chileno el que debe responder a las dudas sobre su verdadera identidad, y ese tan manoseado discurso de la igualdad debe dejar de ser una estrategia para homogeneizar la cultura en una sola. La igualdad responsablemente asumida debe asegurar el desarrollo de la personalidad de un individuo, de acuerdo al pueblo indígena al cual él pertenece.
Al final, no son los mapuche los que tienen sangre de chileno. Es más, cualquier prueba de ADN demostraría que es exactamente al revés.