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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Smart Islands: Islas inteligentes, islas conectadas, islas hermanadas

"Conocer de primera fuente los efectos la experiencia de Norfolk sería una contribución clave en momentos en que el Senado ha iniciado los estudios para fijar la carga poblacional de Juan Fernández y en que Rapanui acaba de sobrepasar su carga demográfica óptima el pasado 3 de mayo".

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Francisco Díaz Candia es Cientista Político UC. Políticas públicas, estudios interdisciplinarios y teoría social.

Norfolk es una isla que se encuentra a 1.400 kilómetros de la costa este de Australia. Su superficie: 3855 hectáreas, esto es, un poco más grande que las comunas de Santiago y Providencia juntas. Los abundantes videos que se pueden encontrar en YouTube exhiben bellas postales de aguas color turquesa chocando contra las rocas. En tierra firme, claros de praderas siempre verdes conviven con los bosques de Pino Norfolk, un pariente lejano de la Araucaria y emblema local. Pero la imagen de este pequeño paraíso en la tierra es algo superficial; debajo de Norfolk algo huele muy mal.

Según consta en la “Estrategia Medioambiental de Norfolk 2018-2023”, varios estudios realizados a partir de la década de los ochenta han develado la contaminación de las aguas subterráneas de la isla debido a la filtración de residuos producto de la actividad humana. De acuerdo a un estudio de Deloitte, lo anterior ha llevado a que para el 2014 menos de un 20% de los habitantes del territorio utilizasen aguas subterráneas debidamente tratadas, debiendo depender en gran parte de la auto recolección de aguas lluvia. La noticia no debería parecernos extraña: en junio de 2012 este medio reportaba la crisis medioambiental que se vivía en Isla de Pascua debido a la contaminación de las napas subterráneas a causa de la filtración de pozos negros. En ambos casos, la presencia de restos arqueológicos y un importante patrimonio natural han dificultado la implementación de cloacas y demás infraestructura sanitaria.

Lo anterior es sólo un ejemplo de las paradojas que deben enfrentar comunidades isleñas como Norfolk, Rapa Nui o Juan Fernández; a saber, gestionar la contradicción entre modernidad y medio natural y cultural en un contexto de territorios aislados y con recursos finitos. Una manera de abordar esta contradicción es enmarcarla en el contexto de las “islas inteligentes” – o Smart islands por sus siglas en inglés. La idea es extender la noción de “ciudades inteligentes” a los territorios insulares. El concepto ya está siendo aplicado en Europa a través de la Smart Islands Initiative, una asociación que vincula a 57 gobiernos insulares con empresas privadas, academia y organizaciones de la sociedad civil enfocado en compartir experiencias de innovación territorial.

El apelativo “inteligente” implica una adecuada interacción entre tecnología, entorno y seres humanos. Y es en este último pilar que el diálogo entre comunidades insulares de distintas latitudes se torna fundamental. En un reciente artículo Darshana Baruah, investigadora del Carnegie Center India, analiza la contribución de los convenios de hermanamiento entre islas con características similares para el desarrollo de las islas inteligentes. Los convenios de hermanamiento son una herramienta que vincula social, legal y culturalmente a dos territorios – comúnmente ciudades, pero en muchos casos también provincias y regiones – a fin de poder enfrentar desafíos y problemáticas comunes a través de la colaboración. Generar estas alianzas entre islas permitiría, según la experta, que cada parte pueda “aprender de los desafíos de la otra y, aún más importante, aprovechar sus ventajas y adoptar marcos para desarrollar áreas de interés común”.

Un ejemplo de colaboración pude ser la política demográfica. En el pasado, Norfolk aplicó un régimen de limitación de crecimiento poblacional de un 2% (al día de hoy la isla tiene cerca de 1600 habitantes). Si bien esta medida contribuyó a la preservación de los recursos del territorio, un documento de trabajo producido por el gobierno local en 2013 reconocía que la política había tenido un impacto negativo en el desarrollo económico local. Conocer de primera fuente los efectos la experiencia de Norfolk sería una contribución clave en momentos en que el Senado ha iniciado los estudios para fijar la carga poblacional de Juan Fernández y en que Rapanui acaba de sobrepasar su carga demográfica óptima el pasado 3 de mayo.

Lo anterior da cuenta de que la resolución integrada de problemas exige considerar un saber hacer desarrollado de manera previa a partir de la experiencia local. Resulta razonable, entonces, que grupos humanos con condiciones similares establezcan relaciones formales y presenciales para compartir experiencias, analizar puntos de vista diferentes y lograr soluciones creativas y eficaces. El hermanamiento no es mera e inocente fraternidad; el saber hacer desarrollado por estos grupos puede proporcionar claves que de otra forma supondrían costosas consultorías o la movilización de amplios recursos por parte de las burocracias de cada Estado.

En síntesis, fortalecer la asociatividad entre islas ayudaría a canalizar el conocimiento tácito que han desarrollado para resolver desafíos propios de su condición insular en el pasado. A su vez, este saber hacer es un ingrediente fundamental para integrar, junto con la tecnología y el medio ambiente, al marco de las islas inteligentes o “smart islands.” No se trata de ponerle “Smart” por mera moda – como si el adjetivo anglo convirtiera cualquier concepto en una buena idea. A veces, con tanta tecnificación, se nos olvida que hablamos de comunidades y de seres humanos que les dan vida. Si podemos desarrollar comunidades inteligentes con inteligencia, estaremos estableciendo lazos, integrando a personas y promoviendo islas cada día menos aisladas del mundo.

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