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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

Cuarta revolución industrial: ¿ciencia ficción?

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Hablar de las revoluciones industriales es hablar de grandes cambios que han afectado a las sociedades en diferentes épocas. De hecho, la Primera Revolución Industrial significó un antes y un después en la historia de la humanidad. En Inglaterra —tras la Revolución Burguesa del siglo XVII que impulsó la abolición del sistema feudal—, la monarquía no abrazó al absolutismo, posibilitando un período de estabilidad política y socioeconómica, lo que, junto a su posición geográfica y al control ejercido en las colonias entre los siglos XVII y XVIII, llevó a que el comercio prosperara generando grandes flujos de riqueza y atrayendo grandes capitales de la época (1).

Ello, sumado a sus minas de hierro y de carbón, principal combustible en ese momento, permitieron que diferentes artilugios mecánicos fueran prosperando para facilitar los diferentes problemas de la extracción de éstos. Así fue como el mecánico Thomas Savery, en 1688, buscando una solución al problema de la extracción del agua que inundaba las labores mineras en Exeter, utilizó un ingenio mecánico propulsado por vapor, creándose la primera máquina de este tipo de la que se tiene conocimiento. Pasó un siglo para que la máquina a vapor de James Watt irrumpiera en las labores de los campos, dando paso a una inédita demanda por consumo de hierro y carbón, y dando paso a la Primera Revolución Industrial.

La máquina de vapor, en sus variadas innovaciones, permitió un extraordinario aumento de productividad agrícola, aumentando la producción de alimentos y provocando la Revolución Agrícola, que, a su vez, generó un aumento de la población, con más mano de obra disponible en los campos, la que, sin embargo, ya no era demandada, provocando el éxodo desde el mundo rural hacia las ciudades e incrementando la nueva mano de obra disponible para realizar los trabajos industriales, desplazando el trabajo de los artesanos, especialmente de los fabricantes de telas. Este impacto dio origen al proletariado industrial, una nueva clase social, cuyas precarias condiciones de vida darían origen al sindicalismo y serían caldo de cultivo para nuevas ideologías.

En la segunda mitad del siglo XIX y la primera del siglo XX, de la mano de la electricidad —cuyas diversas aplicaciones fueron obra de muchos investigadores y empresarios que impulsaron las fuerzas motrices— vino la Segunda Revolución Industrial, dando origen a la producción en masa o en línea. Y esta nueva forma de producir trajo aparejado una demanda nunca vista hasta esa fecha en el consumo de hierro, cobre, nitratos, petróleo, entre muchos otros commodities.

El cambio de un mundo movido por vapor a uno movido por un flujo de electrones tomó hasta la mitad del siglo XX y su impacto social fue extraordinario. A nivel industrial, afectó a todos los procesos, mejorando en forma significativa la productividad: los motores eléctricos, las comunicaciones, los hornos de inducción eléctrica que permitieron un salto en la metalurgia, la refrigeración en la producción de alimentos elaborados, por mencionar algunos de los más significativos. A nivel del hogar, la iluminación y todo tipo de electrodomésticos que dan a origen a una sociedad de consumo caracterizada por nuevos productos a precios cada vez más bajos, cimentando definitivamente la alianza entre ciencia y tecnología: el conocido modelo I+D (Investigación + Desarrollo).

Luego, la Primera Guerra Mundial trajo consigo una contracción económica global. Pero, una vez terminada, sus efectos no hacen más que impulsar más aún la nueva industria, la cual comienza a producir en masa para una creciente sociedad de consumo. El comercio exterior de los países desarrollados deja otra marca importante, donde el exportar productos fabricados y regresar con materias primas sin elaborar consolida el modelo dando paso a una nueva forma de imperialismo.

El cambio social se observa primero en los países desarrollados, y luego en el resto del mundo occidental, con un crecimiento de la clase media a través de trabajadores y pequeños comerciantes que comienzan a tener mejores ingresos. Acompañado de este fenómeno se observa una fuerte aspiración por movilidad social y crece la demanda por educación —y educación superior— y por salud de calidad, a la vez que se masifican los deportes para una vida más sana. La sociedad comienza a hacer valer sus derechos y exige libertades: de prensa, de opinión, de credo. Se masifica la prensa y la radio y se comienza a incursionar en el cine. De su mano, se masifica la publicidad y la propaganda. El liberalismo, bajo distintos apellidos —según el país—, cautiva a los ciudadanos y se aspira a una convivencia democrática.

El fin de la Segunda Guerra Mundial, en la mitad del siglo XX, da origen a un nuevo auge económico. El European Recovery Program —el Plan Marshall—, por el cual Estados Unidos busca la reconstrucción y recuperación de Europa, impulsa la economía y el Viejo Continente, en especial Alemania, se suma al escenario fortalecido y mejorado que la Segunda Revolución Industrial había generado. El cine y la televisión son los nuevos medios de publicidad y propaganda.

El término de la guerra da paso a una nueva forma de alcanzar la hegemonía del mundo: la Guerra Fría, nuevo fenómeno mundial que, acompañado del desarrollo de nuevas tecnologías durante la guerra, marcan en la historia de la humanidad otro antes y otro después. Pero, quizás lo que permitió este nuevo paradigma no fue otra que la Teoría General de Sistemas, concebida en la década de 1940 por Ludwig von Bertalanffy, poniendo un marco teórico y práctico a las ciencias naturales y sociales que hasta entonces eran resultados de genios aislados. Este nuevo enfoque genera un cambio extraordinario y facilita el intercambio entre las distintas disciplinas y los distintos científicos, permitiendo que se desarrollaran la computación, la automatización y la robótica, el láser y la energía nuclear que dan a origen la Tercera Revolución Industrial o Revolución Científico-Tecnológica.

Con la llegada del hombre a la luna, la sociedad de consumo aumentó en cada rincón del planeta. El ingreso per cápita pasó a ser un indicador de conocimiento general en todas las sociedades y éstas aspiraban a más. La movilidad social, a través de educación superior, pasó a ser exigida y el año 1968 se convirtió en un ícono de los conflictos sociales que escalaron en todas las sociedades del mundo.

Y a finales del siglo XX, el mundo estaba frente a nuevas tecnologías de comunicación que le estaban permitiendo a cada ciudadano de un determinado país a convertirse ahora en un ciudadano del mundo. Ese mundo del que el sociólogo canadiense Herbert Marshall McLuhan diría: “La tecnología de la comunicación transforma todas las relaciones sociales y convierte al mundo en una aldea global, en la que el espacio y el tiempo son abolidos y los hombres tienen que aprender a vivir en estrecha relación”. Esto, bajo un período de ausencia de conflictos bélicos relevantes y de una sociedad más consciente de sus derechos, junto a las nuevas formas de energía, a la aparición de la Internet, al exponencial consumo de commodities, además de la saturación del planeta de basura plástica y la creciente contaminación ambiental global, plasmó el retrato de la Tercera Revolución Industrial.

Hacia la nueva Revolución Industrial: la 4.0

Seguramente hay muchas maneras de mirar la historia y tratar de imaginar qué nos deparará el futuro, pero, bajo la mirada del prisma tecnológico, no podemos negar que frente a cada disrupción que generó una nueva tecnología en el pasado, el impacto económico, social y político que provocó fueron innegables. Con cada vez más tecnologías disruptivas irrumpiendo, se puede afirmar que el futuro traerá crecientes impactos. El economista Klaus Schwab, director y fundador del Foro Económico Mundial (FEM), señalaba que la Cuarta Revolución Industrial ya está aquí y “el problema está en que ni los gobiernos ni la sociedad civil serán capaces de paliar los grandes desbarajustes que ocasionará este auténtico maremoto, que tendrá importantes consecuencias económicas, políticas y sociales a nivel mundial”(2).

En este mismo Foro, en 2017, Schwab presentó un trabajo en que clasifica en cuatro grupos las tecnologías asociadas a la Cuarta Revolución Industrial: las tecnologías digitales, las tecnologías con conexión física, las tecnologías con conexión humana y las tecnologías sustentables asociadas a la captura y almacenamiento y transmisión de energía. Sin embargo, estas tecnologías por sí mismas no hacen que se genere un antes y un después en la historia de la humanidad.
La revista digital FTM, Fichas Técnicas de Management, N°135, de julio de 2020 (3) escribe: “La cultura digital no se refiere al software ni a los equipos. Cultura digital es la capacidad de las personas de operar las nuevas tecnologías con la imaginación compleja y la lógica eficiente que esas herramientas permiten. Aunque también podría mantenerse la lógica del procesamiento batch”.

La Cuarta Revolución Industrial se concretará cuando la cultura digital logre desplazar la cultura analógica, aun cuando conviva con ella.

Y entrará a romper los paradigmas tradicionales cuando las personas internalicemos la cultura digital, cuando las tecnologías disruptivas que comienzan a ser parte de un lugar común sean parte del constructo cultural digital de los seres humanos. Así como la Teoría General de Sistemas creó el marco teórico para que múltiples disciplinas concurrieran para un desarrollo de ideas, descubrimientos, inventos, hoy, la “Cultura Digital” debe construir primero el nuevo marco teórico donde las diferentes tecnologías tendrán que actuar sincronizadamente entre las múltiples personas y máquinas de este nuevo mundo que está en proceso de gestación.

El 29 de agosto de 2020, Carolina Gamboa, periodista de ciencia de Las Ultimas Noticias, anunciaba que Neuralink Corporation (empresa vinculada a Elon Musk) estaba presentando un nuevo chip que conecta el cerebro humano a dispositivos electrónicos. Sin duda un gran desarrollo, pero el verdadero impacto estará cuando esta biotecnología sea parte de la cultura digital, con sus reglas y protocolos, que permitan una sincronización para ir más allá de nuestras actuales fronteras, más allá de lo imaginable bajo el pensamiento analógico. Es este nuevo marco teórico que, reitero, debe hoy construirse, incluyendo las nuevas tecnologías, la ética, el respeto a lo humano, el medioambiente, entre muchos otros factores. Es bajo esta premisa que la productividad alcanzará estándares inimaginables y estaremos de pleno en la Cuarta Revolución Industrial.

Si durante la década de 1970 o de 1980 alguien nos hubiera descrito la velocidad con que la información estaría fluyendo en 2020 a través de correos electrónicos, WhatsApp y redes sociales, nos habría costado mucho trabajo imaginarlo. Pues bien, en los próximos años, esta velocidad crecerá exponencialmente, ya que el desarrollo de la cultura digital vendrá también de la mano de un nuevo lenguaje, de abstracción simbólica, con el cual se podrá pensar en altísimos grados de complejidad como nunca la humanidad concibió y ya éste estará en el receptor. Cuando el pensamiento digital, simbólico, se sincronice con el pensamiento de otros investigadores, otros científicos u otros profesionales y/o máquinas, bajo los protocolos y reglas de la cultura digital, bajo el supuesto que sabremos sortear el desastre medioambiental que se nos avecina y encontrar el equilibrio que la vida necesita en el planeta utilizando estas nuevas tecnologías. El mundo que hoy conocemos seguramente nos será irreconocible. Esto, más que por las estructuras físicas o medios de transporte, por la alta complejidad de la abstracción del pensamiento humano que encontrará.

¿Ciencia Ficción? No, solo una proyección de la Cuarta Revolución Industrial.

Referencias
(1) LA RIQUEZA DE INGLATERRA POR EL COMERCIO EXTERIOR, Discurso acerca del Comercio de Inglaterra con las Indias Orientales. Autor: Thomas Mun, Londres en 1621,
(2) Schwab, Klaus, 2017. “La Cuarta Revolución Industrial”, editorial Debate.
(3) Cultura Digital, FTM Fichas Técnicas de Management N°135 de Julio 2020, Fundación de Ingeniería Social.

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