Generar riqueza y crear valor (¿compartido?)
No es tan sencillo hablar de estos temas sin entender el significado de la riqueza, el rol de las empresas y la función equilibradora del Estado presente, nunca omnipotente. Entonces, frente a este dilema debemos comenzar por preguntarnos: ¿Qué es la riqueza?
Guillermo Bilancio es Consultor en Alta Dirección y profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez
Las crisis sociales que se vienen sucediendo con mayor fuerza en los últimos años en Latinoamérica y en el mundo, y obviamente en Chile, han despertado un relato evangelizador acerca de un nuevo capitalismo, que en realidad no es nuevo, sino que resulta viejo cuando leemos a quienes nos dan lecciones de verdadero capitalismo (Schumpeter, por ejemplo).
Todo el ámbito de los negocios y el management, por hablar desde el espacio empresarial, y todo lo asociado a la política y a la economía desde lo social, enuncian conceptos que, sin querer mostrar abiertamente una faceta “distribucionista”, intentan quitar las culpas de la políticamente incorrecta ambición empresarial, con un mensaje de comprensión acerca de la sustentabilidad, la responsabilidad social, el rol de la empresa en la sociedad y la transformación cultural necesaria para lograr cada vez mejores resultados en términos de equidad.
Sin dudas, un planteamiento de moda tan maravilloso que hasta sorprende ver y leer declaraciones de principios en los que las empresas parecen hoy centros de beneficencia. Les voy a decir algo: no es así como lo vemos y lo creemos. La realidad es otra.
No es tan sencillo hablar del fenómeno de compartir, de la equidad, de la responsabilidad, como tampoco es simple la comparación con los países admirados por su desempeño y su progreso social, como los países nórdicos o Nueva Zelanda.
No es tan sencillo hablar de estos temas sin entender el significado de la riqueza, el rol de las empresas y la función equilibradora del Estado presente, nunca omnipotente. Entonces, frente a este dilema debemos comenzar por preguntarnos: ¿Qué es la riqueza? Desde Aristóteles, que consideraba antinatural la búsqueda de la riqueza más allá de la absoluta autosuficiencia, pasando por el socialismo y anarquismo del siglo XIX donde la riqueza era considerada una propiedad malgastada, hasta nuestros días de consumo y poder, la riqueza siempre pareció tener mala reputación.
Tenemos claro que la riqueza, en el siglo XXI, no es sólo tener “cosas” y dinero, sino que la riqueza está en el potencial de generarla y, en el mejor de los casos, distribuirla de manera inteligente. Fácil de decir, difícil de hacer. Pero si la clave es la generación y distribución de riqueza, que no es dinero, ¿qué es entonces la riqueza?
Tal como lo vemos en estas dos primeras décadas del siglo, y como parece haberlo sido siempre, la riqueza consiste en la posibilidad de acumular oportunidades y aprovecharlas. Las empresas que tienen como obsesión alcanzar potencial de crear valor económico son, sin duda alguna, las que acumulan oportunidades anticipándose a lo que otras no ven, o las que pueden comprar aquello que no vieron.
Estas empresas siempre buscan crean valor económico como objetivo superior, y para ser competitivos les exige cada vez más optimizar resultados dentro de los espacios jurídico-legales que regulan los impuestos, que cuidan la sustentabilidad de sus operaciones, la calidad y veracidad de sus productos, la responsabilidad y el bienestar de los trabajadores y una negociación justa pero siempre conveniente con los stakeholders. Todo eso es hoy una empresa con potencial.
¿Algo más se puede pedir? Sí, claro, algunos dirán empatía con la sociedad, pero ¿a quiénes pedirle tan tamaño rol? ¿Son las empresas responsables por asegurar la posibilidad de tener oportunidades equitativas para todos? Frente a esa pregunta, aparece un actor que, en esta parte del siglo XXI, ya es un factor determinante en el “capitalismo moderno”: el Estado.
Y el rol de Estado es asegurar la posibilidad de acumular las oportunidades de empresas, personas y de la sociedad en su conjunto. Es el que equilibra apoyando, regulando, exigiendo, y subsidiando frente a una realidad donde la evolución tecnológica y social, más allá de pandemias y otros desastres no controlables, pone en riesgo el principio de equidad (No igualdad).
Es rol del Estado preservar la libertad responsable, la búsqueda de riqueza compartida en términos de salud, educación, seguridad y justicia, y no de la empresa, la que cumple una función excluyente y determinante en el crecimiento y desarrollo, pero no en ser la justiciera de una sociedad inequitativa.
Admiramos a los países desarrollados, que buscan el bienestar general a partir de empresas generadoras de riqueza que se transforma en contribuciones justas que permiten la equidad social apropiada.
En estas sociedades avanzadas, del nuevo capitalismo o capitalismo social, Estado, empresa y sociedad son actores convergentes y no excluyentes. Ninguno es responsable de todo. Todos son responsables de todo.
El “valor compartido” o “la empresa con sentido social”, son términos que quedan bien en una redacción de principios. No hay magia en la búsqueda del bienestar. Tampoco sistemas perfectos. Sólo hay voluntades y hay acciones de personas cuyo poder relativo es lo que permite hacer realidad lo que en los relatos parece una utopía: que todos podamos vivir mejor desde el rol que nos toca. Así de simple.