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Actualizado el 5 de Marzo de 2021

Otra vez 8 de marzo: seguimos siendo “Históricas”

Al llegar a Plaza Dignidad en 2020, acompañada de amigas, ya entendía el día en toda su magnitud: millones de mujeres en la calle, mujeres encima de Baquedano, intervenido con cintillos, pinturas y lienzos feministas.Un año después, esas imágenes parecen un sueño.

"Pululaban muchas mujeres de todas las edades, pañuelos verdes en los cuellos, atiborradas de pancartas, lienzos y banderas" (Agencia UNO/Archivo)
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Hillary Hiner

Hillary Hiner es Profesora Asociada de la Escuela de Historia de la UDP y Coordinadora (centro) de la Red de Historiadoras Feministas

El año pasado, el 8 de marzo fue domingo. Desde temprano se notaba una vibra distinta. Al bajar por la calle Providencia, totalmente cerrada, pululaban muchas mujeres de todas las edades, pañuelos verdes en los cuellos, atiborradas de pancartas, lienzos y banderas; intermitentemente se escuchaban pitazos, bombos, palmas, gritos feministas. Al llegar a Plaza Dignidad, acompañada de amigas, ya entendía el día en toda su magnitud: millones de mujeres en la calle, mujeres encima de Baquedano, intervenido con cintillos, pinturas y lienzos feministas.

Paseándose entre la gran masa ubicada entre el Teatro de la Chile y el Puente Pío Nono – “zona cero” de la revuelta social del 18-O – veía mujeres bailando, riéndose, gritando, tocando instrumentos, vendiendo chapitas y stickers feministas; mucho verde y mucha lila; miles de grafitis, afiches y arte callejero feminista instalándose en todas las paredes; mujeres con coches de guagua, mujeres en sillas de ruedas, mujeres mapuche y aymara; mujeres secundarias y mujeres de tercera edad; mujeres lesbianas y bisexuales; personas trans y no binarias, travestis; profesoras, científicas, trabajadoras de casa particular, estudiantes, enfermeras, trabajadoras sexuales y parvularias, tantas, pero tantas mujeres, por todos lados y tan lejos como se podía proyectar la vista.

Un año después, esas imágenes parecen un sueño. Era la última semana pre-pandemia, de esa otra vida en la que podíamos juntarnos con amigas sin mascarilla y sin distanciamiento social; saludarnos con abrazos y besos en la mejilla. Entonces yo todavía tenía jardín infantil durante la semana e iba a mi oficina a trabajar. Recuerdo que días después fuimos a casa de una amiga fuera de Santiago y nos relajamos, una última junta antes de que partiera la parte más fuerte del semestre. Yo era de las que decía, “bueno, si el Coronavirus es como una gripe fuerte, ¿no?” Ahora me río de mi misma y mi ingenuidad: ¿Cómo iba a saber?

La semana posterior nos empezamos a encerrar. Primero, el tránsito confuso y complejo hacia el teletrabajo; después un cierre temporal, y luego permanente, del jardín infantil. El 19 de marzo de 2020, Piñera declaró “Estado de Catástrofe”, lo cual limitó el libre tránsito. Así, volvimos a los toques de queda asociados con el estallido y de los cuales no hemos salido. Para fines de marzo, nada estaba claro, pero el panorama no se veía muy positivo. Noticias cada vez más espantosas e instrucciones tajantes: ¡No salgan de sus casas! Se impuso el sistema de la comisaría virtual y pedir permisos. Se vuelve muy pequeño el mundo. Sólo somos mi hija de 3 años y yo todos los días en un departamento; trabajo con ella encima, literalmente. Me sentí triste, me sentí sola (una canción cebollenta cualquiera, pero no menos real).

Ya para agosto, después de cinco meses sin salir nunca de la casa y no ver prácticamente a nadie, tomé la decisión radical de viajar a la casa de mi hermana en California. Fue una negociación con mí misma: contagiarme de Coronavirus en el avión me asustaba menos que seguir otros seis meses encerrada y con “Coronacrisis” de los cuidados.

Esta segunda fase de la pandemia ha tenido de dulce y agraz. De lo agraz: en julio se me involucró en un recurso de protección contra un diario por una columna que escribió la Red de Historiadoras Feministas. En agosto me llegó la buena noticia que el recurso no avanzaba pero sólo meses después, en diciembre, me informaron que la misma persona puso una querella criminal contra mí por injurias (por la misma columna), pidiendo 541 días de cárcel y una multa de entre 20 y 150 UTM. Hasta adonde se sepa, es el primer caso post-Mayo Feminista de 2018 en que un académico se querella contra una académica por injurias. Sobre esto hemos escrito una carta que recibe firmas hasta el 8 de marzo y ya tiene más de mil firmas.

Pese a este masivo apoyo, como también los múltiples mensajes de aliento que me han llegado desde todos lados de Chile y el mundo, esto ha sido un golpe fuerte durante un contexto ya muy complejo. Además, y como expresamos en la carta, forma parte de una serie de bofetadas contra las mujeres que han denunciado acoso y violencia sexual: expulsiones y despidos de estudiantes y académicas; decisiones de tribunales que dicen que “toqueteos” no son acoso sexual; políticos que hablan de “pequeñas humillaciones”; recursos de protección y querellas criminales por injurias y calumnias, y así sucesivamente. Como decían LasTesis: “El patriarcado es un juez.”

Pero también está lo dulce: el 8 de marzo de 2020 y las mujeres “históricas” en la Plaza Dignidad no podían quedar en una conmemoración más. En su honor – y en honor a todas las mujeres que hacían historia y venían antes – trabajamos en un nuevo libro de lo cual soy co-autora: Históricas: movimientos feministas y de mujeres en Chile, 1850-2020 – y que saldrá por LOM dentro de la próxima semana. La escritura de este libro, que empezamos a armar en septiembre, me sostuvo en tiempos difíciles y sé que más de una compañera autora – Ana, Gina, Karelia, Karen, Mary, Panchiba y Ana Gálvez, quien también fue nuestra querida coordinadora – también se sintió acompañada y entusiasmada por este gran proyecto.

Para mí, además, mi participación en este libro fue totalmente gracias a la ayuda de mi hermana y mi madre con los cuidados. Como bien sabemos, la pandemia ha sido un contexto en que la escritura de las mujeres investigadoras ha bajado estrepitosamente. Fue sólo gracias a mis redes familiares que logré romper, en algo, esta tendencia.

Aunque todas las autoras del libro formamos parte de la Red de Historiadoras Feministas, hacer historia feminista entre tantas fue un aprendizaje y un desafío. Suponía una planificación y escritura colectiva adonde múltiples historiadoras opinaban, escribían, citaban y editaban en conjunto. No fue un proceso exento de tensiones y conflictos, pero el libro es un producto final que nos enorgullece a todas. Es bastante único y bien novedoso; no hace tanto ni siquiera se podía imaginar un libro de Historia Feminista de este tipo, con un tiraje de miles de copias y la pretensión de llegar a un público amplio.

Además, el libro rescata historias poco conocidas de grupos de mujeres y feministas en diferentes períodos históricos y regiones geográficas, desde el norte al sur de Chile, como también mujeres que no figuran en muchos textos de Historia hasta el día de hoy: pobladoras y campesinas, mujeres de pueblos originarios y afrodescendientes; mujeres lesbianas y trans. Se destacan mujeres líderes políticas y sus luchas por cambiar el Estado, como también aquellos movimientos sociales que nos han removido desde el siglo XIX en adelante y las mujeres y las disidencias sexuales que han participado en tales espacios.

Dentro del texto se contrastan diversas corrientes feministas, reconociendo diferentes aportes a los feminismos (en plural) en Chile, a la misma vez que se exploran los choques que han existido entre estas múltiples formas de entender feminismo, en términos teóricos y prácticos. Es un libro actualizado en lo historiográfico y teórico, como también bien particular en su decisión de citar principalmente mujeres y disidencias sexuales dentro de su bibliografía. Porque citar también es político y debe ser feminista. Y porque sabemos que muchos de los mismos acosadores que nos persiguen en tribunales siguen siendo citados e incluidos en las mallas de Historia.

Esperamos que a través de las páginas Históricas – escrito para un público general (no académico), y que incluye apartados sobre archivos, documentales y cine feministas – nos podamos encontrar una vez más. Ahí nos veremos conmemorando, celebrando, lamentando, enrabiando; pero, principalmente, recordando, caminando por las huellas de nuestras ancestras y reconociendo pedacitos de memorias colectivas compartidas dentro de estos 170 años de historia. Históricas fuimos, somos y seremos.

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