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Actualizado el 12 de Marzo de 2021

Bolivia: de “MAS” a menos

Más que una victoria opositora, que carece todavía de una articulación que le permita disputar el poder central, asistimos a un debilitamiento del MAS y de Evo Morales

El 7 de marzo se llevaron a cabo las elecciones regionales y municipales en Bolivia (Agencia UNO/Archivo)
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Juan Pablo Glasinovic

Juan Pablo Glasinovic es Abogado

El domingo 7 de marzo, se realizaron las elecciones regionales y municipales en Bolivia. 20.000 candidatos postularon a los 5.000 cargos en competencia, lo que incluye gobernadores y representantes en las asambleas regionales (Bolivia tiene 9 departamentos o regiones), así como alcaldes y concejales (342 municipios).

En las elecciones generales del 18 de octubre pasado, el MAS (Movimiento Al Socialismo) volvió inesperadamente al poder de la mano de Luis Arce, candidato de dicho partido (Evo Morales había sido inhabilitado para postular). Arce obtuvo el 55,1% de los votos, imponiéndose en primera vuelta sobre sus contendores Mesa (28,8%) y Camacho (14%). Votó el 88% del padrón electoral, lo que es un quórum muy alto. En materia parlamentaria, el MAS en el Senado ganó 21 escaños frente a 15 de toda la oposición. En la Cámara de Diputados, obtuvo 73 escaños frente a 57 del resto de los partidos.

Medio año después, vino el primer test electoral para el gobierno. En otras circunstancias hubiese habido más espacio entre una elección y otra, pero la pandemia y la situación de transición política que vivió Bolivia tras la deposición de Morales, alteraron el cronograma. Por eso es difícil saber hasta dónde el resultado refleja una evaluación del desempeño gubernamental o responde más bien a factores locales y al reordenamiento político de estos meses.

5,5 millones de ciudadanos votaron, casi 1 millón menos que en las elecciones del año pasado. El recuento en esta oportunidad fue más lento de lo esperado, generando duras críticas internas y la recomendación expresa de la misión observadora de la OEA (Organización de los Estados Americanos), de implementar a futuro un sistema de conteo rápido que brinde a la ciudadanía datos confiables la misma noche de la elección.

Más allá de esas dificultades, el resultado general indica que persiste una clara división entre en el campo y las ciudades. En los municipios rurales, el MAS predominó ampliamente, mientras que en las ciudades, la mayoría de las comunas más relevantes quedó en manos de la oposición (8 de las 10 principales ciudades). Un cuadro muy similar había ocurrido en las anteriores elecciones subnacionales en 2015. Otro factor que emana de este proceso electoral, es que hay una renovación generalizada de liderazgos, siendo la mayoría de los veteranos políticos desplazados del poder local (será interesante ver si ocurre algo similar en las elecciones regionales y municipales chilenas).

Entre los hitos de estos comicios están el triunfo en primera vuelta de Luis Fernando Camacho como nuevo gobernador de Santa Cruz. Camacho, político de derecha, fue el principal impulsor de la caída de Evo Morales y la tercera mayoría presidencial en octubre pasado. Su victoria en su región de origen, la más próspera del país y siempre con aspiraciones de mayor autonomía, unida a su combativo perfil, sin duda que augura roces con el gobierno central y el presidente Luis Arce.

En La Paz, triunfó Iván Arias, ex ministro del gobierno interino de Jeanine Añez, mientras que ésta, que se postulaba a gobernadora de su natal Beni, terminó tercera. En El Alto, ciudad aledaña a La Paz y bastión del MAS, este sufrió su derrota más dura y emblemática. Ahí arrasó Eva Copa con un 68%, frente al 19% del candidato oficialista, y 8 de 11 concejales. Copa era militante del MAS y fue presidenta del senado durante el gobierno de Añez. Pero, al no ser designada como candidata de ese partido, en represalia por lo que se consideró su colaboración con Añez, rompió con él y se postuló igual, dejando en evidencia un grueso error de cálculo de los dirigentes partidarios, incluyendo a su homónimo Evo Morales.

En materia de gobernaciones, el MAS solo aseguró 3 de 9, Cochabamba, Oruro y Potosí, debiendo ir a segunda vuelta en 4, en abril, incluyendo a La Paz, con pronósticos poco alentadores en casi todos esos departamentos. En las pasadas elecciones el MAS había triunfado en 6 de los 9 departamentos.

Evo Morales fue el jefe de campaña del MAS y se jugaba buena parte de su capital político en estas elecciones. Desde su perspectiva, el resultado fue ampliamente favorable a su partido, considerando el número de municipios donde triunfó y por cuanto sigue siendo la agrupación más votada en el país. Pero esa es una lectura. La otra es que retrocedió electoralmente, 15 a 20% respecto de los anteriores comicios, y perdió poder, tanto en las principales ciudades como en los departamentos. Ello, a pesar de que la oposición iba muy dividida- por ejemplo, en La Paz los opositores iban en 17 listas – y que el gobierno instaló el discurso de que votar por los candidatos opositores significaba respaldar al golpismo.

La gran interrogante que se arrastra desde que asumió Luis Arce como presidente, es cuán autónomo puede ser de Evo Morales y si este tratará de recuperar el poder o al menos mantenerse como un actor central en la toma de decisiones del gobierno. En mi opinión, Morales obtuvo una victoria pírrica (es decir que, no obstante ganar batallas, va perdiendo la guerra) en estas elecciones. Sin duda, que el mayor peso político radica en los centros urbanos, y como se dijo, la mayoría de ellos estarán controlados por opositores.

El escenario para adelante, faltando resolverse en abril la suerte de los 4 departamentos en los cuales se debe ir a segunda vuelta, es que se consolida una división en la distribución del poder político en el país. A nivel central, el MAS controla el ejecutivo y el Congreso, mientras que a nivel local es la oposición la predominante, aunque esta no representa un frente unido a la fecha. En un país con fuertes regionalismos, será una ardua tarea la que tendrá el presidente Arce para conciliar las políticas nacionales con los intereses locales, más aún si la mayoría de las regiones queda en manos opositoras.

Evo Morales ha salido debilitado en esta pasada, más allá de sus declaraciones triunfalistas, y aunque siga conservando un gran capital político. Esto se puede apreciar en las crecientes dificultades que tiene en imponer su voluntad en la estructura partidaria. En efecto, al interior del MAS, han surgido nuevos liderazgos que quieren abrirse camino y saltarse el veto de la directiva y de Morales. Lo que ocurrió con Eva Copa, sin duda que azuzará esa tendencia. El MAS emerge más dividido y Morales ya no podrá controlar férreamente a las distintas facciones como lo ha hecho hasta ahora. Algunos analistas piensan que no es inconcebible que termine produciéndose una escisión desde el ala más izquierdista, que considera que el partido ha renegado de sus valores y objetivos más relevantes, para constituir una nueva formación.

Para el presidente Luis Arce, quien ha procurado mantener cierta distancia con Morales, al menos públicamente, la pérdida de influencia de su antecesor se traduce en la posibilidad de un mayor margen de acción para él.

En suma, más que una victoria opositora, que carece todavía de una articulación que le permita disputar el poder central, asistimos a un debilitamiento del MAS y de Evo Morales. Mientras ello ocurre, se sigue fortaleciendo la democracia boliviana. Esto constituye una buena noticia dentro del complejo panorama de nuestra región.

Está por verse si la oposición logrará capitalizar sus avances para el desafío de las próximas elecciones generales, demostrando su capacidad de gestión y construyendo una plataforma común dentro de su gran diversidad. Por el lado gubernamental, habrá que ver si persiste en crispar el clima político con imputaciones golpistas a varios sectores opositores, o eso quedará atrás pasado este período electoral y buscará generar un ambiente colaborativo, centrándose en la lucha contra la pandemia y la recuperación de una economía muy golpeada.

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