Fiebre con 34 grados
34 constituyentes, representantes del 21,94% de la Convención, han anunciado ser un poder constituyente originario, desconocer el Acuerdo por la Paz del 15 de noviembre de 2019, darse reglas propias obviando los acuerdos alcanzados, las reformas aprobadas por el Congreso y refrendadas por la ciudadanía en el plebiscito de octubre de 2020.
José Gabriel Alemparte es Abogado
El cuerpo humano presenta un síntoma inequívoco de enfermedad con la fiebre. Este hecho fisiológico nos recuerda que estamos enfermos, que algún tipo de aflicción tenemos. Y en el Chile actual, las fiebres como síntoma son varias.
La más grave de todas es la imposibilidad de tener un debate público sereno y mesurado, lo que se expresa en la fiebre de algunos, que desde una izquierda radical, pretenden ser portadores de una verdad revelada, los verdaderos exegetas de la calle, los cultores de los oprimidos, los que ven oligarcas en todas partes, y discriminan por orígenes y apellidos cuando corresponde a adversarios. El debate público se encuentra tomado por aquellos que se creen representantes de un espacio de interpretación donde la calle es sólo el ciudadano oprimido, y no la diversidad y pluralidad de Chile.
El último síntoma de fiebre se produjo a 34 grados. Esto es, científicamente en un estado subfebril, pero que sin lugar a dudas anticipa una manera de discutir y plantearse ante el proceso constituyente que preocupa y que podría denotar una enfermedad próxima e incurable.
34 constituyentes, representantes del 21,94% de la Convención, esto es, poco más de un quinto de la Constituyente electa, han anunciado ser un poder constituyente originario, desconocer el Acuerdo por la Paz del 15 de noviembre de 2019, darse reglas propias obviando los acuerdos alcanzados, las reformas aprobadas por el Congreso y refrendadas por la ciudadanía en el plebiscito de octubre de 2020.
Por cierto, cumplir los quórum de 2/3 y “otras minucias” interpretativas son un acto de “los mismos de siempre” para hacer lo mismo que han acostumbrado en estos 30 años de una “dictadura” perpetua que en su euforia, imaginación y estado febril imaginan. A diferencia de la década de los ochenta, lograron inventarse una dictadura, y varios dictadores: todos aquellos que no pensamos como ellos, peor aún aquellos “colaboracionistas” que fuimos parte de los gobiernos de la Concertación o la Nueva Mayoría. Olvidan todo lo avanzado cuando no había nada, todo era imposible y la dificultad de recuperar la democracia era un desafío titánico. Por cierto, cuando uno se encuentra delirando por la fiebre, las minucias como esas no importan y menos interesan a los catones de la verdad.
Lo de los 34 es insólito e inaudito. Muchos de ellos, o bien sus representantes en el Congreso, se negaron a participar del acuerdo del 15 de noviembre, a la reforma constitucional que habilitó el proceso en el Parlamento, y luego bregaron por el apruebo con un sentido de oportunidad contradictorio, y más tarde se vistieron de los ropajes del triunfo de un proceso en el que no consintieron. Ahora electos, por esas mismas normas, pretenden desconocer las reglas que los chilenos aprobamos y dimos como “reglas del juego” para, entre todos, tomar la decisión del pacto social que regirá Chile los próximos años. Nada de ello importa, electos con un fin determinado y un mandato claro, hoy ponen condiciones: liberación de “presos políticos”, fin de los quórum, saltarse las reglas, hacer en definitiva lo que ellos quieren como intérpretes de la calle. Obvian lo más básico, su mandato, las reglas y límites, el pacto contractual sobre el cual la ciudadanía los eligió y confió para llevar adelante un proceso, pretendiendo monopolizar los votos de un 78% de los que votamos apruebo.
Antes siquiera de sentarse a conversar, no están dispuestos a hacerlo, antes de razonar solo imponen condiciones. Así es imposible pensar en un diálogo sereno, inteligente, meditado, es negociar con la pistola sobre la mesa. Estás conmigo o contra mí y “la gente”, “la calle”. Ese 21% pretende arrogarse el mandato que el 78% de los chilenos otorgamos con reglas claras, con límites y con un principio básico, y solo el debate razonable –sin soslayar ningún punto, pero sin saltarse ninguna regla- puede llevarnos a buen puerto. Antes de siquiera intentarlo, la fiebre de algunos da un mal síntoma para lo que viene.
Aún podemos contemplar la salida. Como se ha dicho, afortunadamente y de forma sabia, el pueblo de Chile supo no entregar a nadie el tercio del veto, en una Convención única, histórica y de características como no se ha ensayado en ninguna parte, partir vetando sin poder hacerlo solo puede terminar aislando a aquellos con fiebre, un cerco sanitario para aquellos que sin sentarse a la mesa ya la están pateando.