ORTEGA Y Cia. S.A.C.
Debemos convencer a la gente que vaya a votar y que vote la alternativa de recuperarnos, de avanzar, de sí transformar a Chile, pero en un país justo y moderno, donde la libertad y el progreso sean alcanzables en los años que vienen y no en una monarquía tipo Ortega y Cia. S.A.C.
Se trata de “Daniel Ortega y Compañía Sociedad de Atrocidades contra la Comunidad“ (o el “Sucio Atropello de la Comunidad”, u otros tantos nombres que se le pueden inventar). La compañía es internacional, con sucursales en Cuba, Venezuela, Corea del Norte, El Salvador…., cada cual más que manejado por propiedad de su actual presidente.
Estos regímenes se jactan de ser socialistas. El socialismo derrotó a las monarquías, países donde por siglos y siglos sus reyes o emperadores eran sus propietarios, decidían sobre la vida y la muerte, sus pareceres y dictámenes no podían ser discutidos y sus tronos los heredaban sus familias (o las familias de otros reyes que eventualmente los derrotaban). Sus poderes se asentaban sobre las armas, el miedo y la educación que inculcaba en sus pueblos la idea de que el rey es designado por y representante de Dios. Sus fortunas -y las deudas de sus reinos- eran inmensas y ellas/os se rodeaban de los “nobles” que tenían sus privilegios protegidos, premio de sus adulaciones al poder. Sus detractores terminaban en las mazmorras, el cadalso o la horca. Y en la Europa cristiana la Iglesia era su mayor protector y protegida.
Y el socialismo de Marx y Engels se transformó en apenas unos 150 años en lo que la ideología de sus abuelos tenía que derrocar: en las monarquías nuevas. Sus “presidentes”, o sea, dueños, tienen el mismo poder que tenían los soberanos; sus fortunas (casi todas en paraísos fiscales) y las deudas de sus países son inmensas; están protegidos por sus fuerzas armadas y sus aduladores tienen una vida cómoda asegurada. El pueblo, en la misma miseria que en los reinados que el socialismo derrotó. Y su poder es dinástico: Kim es tercero en el linaje, Castro reemplazó a su hermano, Ortega tiene a su esposa de vice y su hijo es jefe del sandinismo. Y sus partidos, tengan el nombre que tengan, comunistas al fin, reemplazan a la iglesia, tanto en la educación ideológica, como en la disciplina moral.
Ortega es especialista metiendo en prisión a sus opositoras/es. Las “elecciones” que celebra son fáciles: o lo votas por él, o lo votas a él. Realmente, ni siquiera se necesitarían papeletas: ¿para qué gastar el escaso dinero en ellas? Su país ya está llegando al glorioso presente de Cuba: oprime con la misma crueldad, con una pasmosa indiferencia las protestas y sencillamente se pasa en en las sanciones, críticas y reproches del mundo libre. Bueno, hablo de Ortega como un ejemplo, no una excepción. Los métodos de sus “colegas” y sus reinados difieren solo en mínimos aspectos del de Daniel: son dictadores de su misma calaña. Y, por lo visto – por lo menos por las arengas del nuevo presidente electo – nuestro vecino norteño está por transformarse en algo parecido.
En vísperas de nuevas – e históricas – elecciones chilenas, ninguna/o de las/los candidatos de la izquierda condena a alguna de esas neo-monarquías, – quizás muy tímidamente las pocas veces que algún periodista insiste en alguna entrevista con sus preguntas-. Está claro entonces que esperan llegar a la presidencia, al “trono” para transformarnos en algo parecido, para instalar en Chile un régimen afín y con las mismas funestas consecuencias que reinan (¡reinan!) en los paraísos que acabo de describir.
Sería desesperante que nuestra clase media, la más numerosa de la población a pesar de lo que la mayoría cree, caiga en las seductoras redes de los Boric, Provoste, Narváez u otras/os que pueden aparecer aún. Y cuando hablo de clase media, hablo de aquellas familias que en los fines de semana largos salen en centenares de miles de vehículos, propios o de transporte masivo de sus hogares, ciudades y pueblos para cambiar aires en otros pagos durante unos días; de los millones que vacacionan en verano en el sur o el norte; de los propietarios de departamentos, casas, terrenos, o pequeñas empresas; de los que tienen trabajo que les permite vivir sin mayores problemas…¡ésta es la mayoría de las/los votantes, activos o pasivos, convencidos o indiferentes! Y estos millones deben darse cuenta que Chile llegó más allá de caer a la cueva de los países donde manda la izquierda. Esta es la mayoría que debe darse cuenta que lo único que debe hacer es defender con su voto lo que ya tiene, a lo que aspira, a lo que quiere para sus hijos y nietos. Y si así hace, aquella parte de nuestra sociedad que aún no es de clase media, sí tendrá – quizás la última – oportunidad de serlo.
Este es el mensaje que debemos difundir los que queremos seguir en democracia, los que queremos tener institucionalidad y poderes independientes que garanticen nuestra libertad; en dos simples palabras: el desarrollo. Con este mensaje debemos convencer a la gente que vaya a votar y que vote la alternativa de recuperarnos, de avanzar, de sí transformar a Chile, pero en un país justo y moderno, donde la libertad y el progreso sean alcanzables en los años que vienen y no en una monarquía tipo Ortega y Cia. S.A.C.