La transitoriedad de la política
La política es lo inmediato y lo permanente, el huevo y la gallina. El árbol y el bosque a la vez, entendiendo que la transitoriedad es lo único estable en esta inestabilidad. Pensar y esperar lo definitivo, es una utopía. Por eso hay que tener un eje conceptual, un propósito, un plan y la capacidad de modificarlo frente a todas las alternativas posibles.
Guillermo Bilancio es Consultor en Alta Dirección
Los titulares, tan banales como alarmistas, sobre “tiempos de cambio”, “tiempos turbulentos”, “tiempos violentos” y “tiempos de complejidad” son, además de un buen negocio para conferencias y cursos, el justificativo para la inacción y la parálisis de quienes pasivamente padecen la incertidumbre y la culpan de todos los males. Es que la incertidumbre la sufren quienes suponen que lo transitorio puede terminar y así viven esperanzados que llegará un tiempo definitivo que desembocará en la estabilidad tan deseada. Es decir, esperan un guiño del destino más que provocar que las cosas sucedan.
Pero debemos decir que la complejidad, la turbulencia, el cambio, la violencia de los tiempos es parte de una transitoriedad infinita. Lo único que podemos afirmar es que el tiempo es veloz. Y así es en la política. Especialmente en esta parte del mundo, y en países donde la democracia funciona en el sentido de permitir elegir gobiernos (queda descartado del análisis toda dictadura del color que sea), el tiempo es veloz y la política, utilizada como acceso al poder, le da mayor velocidad aún.
Y esta afirmación tiene como claro ejemplo lo sucedido en el gobierno argentino en la última semana, posterior a la derrota oficialista en las elecciones primarias, en la que la coalición peronista gobernante mostró un quiebre que la expone para el futuro. Un ida y vuelta frenético en el poder, que desnuda el fin de las propuestas de largo plazo ante escenarios urgentes.
Se supone, y con certeza, que la política es el vehículo para alcanzar el poder, pero cuando la pasión y la ceguera se transforman en delirio por acceder al poder, la lucha política se hace histérica y pone a los políticos ciegos cada vez más lejos de la gente, de sus intereses y sus carencias. Porque, en definitiva, un político con ambiciones de gobernar debe entender de carencias. Y desde ese lugar, intentar tener un significado para alguien. Pero eso exige una capacidad de darse cuenta que hoy no abunda.
Cuando la falta de claridad es reemplazada por el frenesí, los delirantes por el poder transitorio arman estructuras políticas para ganar una elección puntual, lo que hace cada vez más inestable su posición y acortan aún más plazos. Y vuelven a cambiar las estructuras para intentar ganar desde la superficialidad, lo que hace todo más inestable aún, provocando un círculo que se retroalimenta y que se transforma en un proceso de centrifugado de una lavadora o una trituradora.
No hay que solo estar cerca de la gente para sacarse una foto y mostrar empatía, a la gente hay que entenderla. Y ser pragmático en las soluciones, sin rigideces ideológicas, alineando coaliciones en torno a un propósito y evaluando resultados inmediatos desde la perspectiva del aprendizaje, para tener respuesta y no para delatar culpables.
El problema repetido de los políticos y gobiernos de la región, salvo algunas excepciones, es la incapacidad para darse cuenta por falta de diagnóstico, es la toma de decisiones basadas en una sola alternativa, es la pelea por el poder que genera crisis en el alineamiento y la incapacidad de evaluar por obsecuencia y, especialmente, por falta de plasticidad para abordar el aprendizaje de lo nuevo.
La vieja y gastada política sigue discutiendo de izquierdas o derechas, de socialismo o neoliberalismo, de lo que es o no es democracia. Lo único cierto es que esta democracia es la que asegura la alternancia y la evolución de las ideas para darle bienestar a la gente, y ese bienestar es ahora y para eso, una sola alternativa no alcanza.
Pongamos como ejemplo a Uruguay, a quien su presidente Luis Lacalle Pou considera un país socialista con libertades individuales y de mercado. Uruguay tiene el potencial de integrar la presencia necesaria del Estado para dar y administrar la educación, la salud, la seguridad y la justicia, con la posibilidad de abrirse a un mundo desde la libertad de mercado, sin países amigos o enemigos, sino países que sirvan a los intereses propios. Eso es pragmatismo. Eso es evolucionar hacia una libertad responsable con verdadero progresismo.
La política es lo inmediato y lo permanente, el huevo y la gallina. El árbol y el bosque a la vez, entendiendo que la transitoriedad es lo único estable en esta inestabilidad. Pensar y esperar lo definitivo, es una utopía. Por eso hay que tener un eje conceptual, un propósito, un plan y la capacidad de modificarlo frente a todas las alternativas posibles, pero sin perder de vista el propósito con acción presente. Parece obvio y fácil, pero no es para cualquiera.