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Actualizado el 8 de Octubre de 2021

Gobernar la fragmentación

Más que nunca el político debe darse cuenta de las carencias económicas, sociales, culturales, ecológicas, tecnológicas, y tener la capacidad de alinear e influir a los diferentes movimientos políticos y sociales fragmentados con los que necesariamente deberá acordar, aunque sea antagónico.

La política ya no depende de las ideas de un partido, ni del líder que las lleva adelante. Hoy la política depende de la plasticidad de conducción para moverse en la evolución, como lo hizo Merkel. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Guillermo Bilancio

Guillermo Bilancio es Consultor en Alta Dirección

Hace casi tres décadas, cuando se comenzaba a percibir una “nueva normalidad” a partir del desarrollo tecnológico y la digitalización, se hizo muy sólido en el ámbito de los negocios y especialmente en los especialistas en marketing, el concepto de fragmentación de los mercados.

La mayor disponibilidad de información, las tendencias globales al alcance de un “click” y en tiempo real, sumado al atrevimiento de nuevas generaciones para formar parte de grupos exclusivos con exigencias específicas, modificaba la idea de un gran rebaño para pasar a lo que especialistas denominaron la “hipersegmentación”.

Así fue que la búsqueda de la satisfacción individual por sobre la “insatisfacción” masiva obligó a las empresas a diseñar propuestas personalizadas a la medida de los requerimientos de consumidores, cuyas expectativas podían detectarse a partir de bases de datos cada vez más sofisticadas.

Esto que se supone exclusivo para la teoría del consumo de bienes, es totalmente trasladable al consumo de la política.

En las últimas décadas, y no solo a nivel regional, hemos visto la aparición de nuevos movimientos generados a partir de la identificación de nuevos “segmentos” cuyas características se alejan de lo que antes se denominaban mayorías, y ahora van por exigencias específicas o carencias puntuales que no necesariamente están conectadas ideológicamente.

Así aparecen ambientalistas, liberales, conservadores, conductistas, progresistas, feministas, antifeministas, libertarios, regionalistas, indigenistas, y cientos de “istas” que suponen resolver los problemas de base desde su “ismo”.

Esta segmentación exacerbada, es la que exige un replanteo programático en la búsqueda del poder, que ya no es de mayorías, sino de la suma de minorías. En síntesis, las expectativas de la sociedad ya no son las de pertenecer a un rebaño que rígidamente vota ideas, sino que es una sociedad que aspira a la inmediatez de temas por resolver, además de claridad en el mediano plazo. El árbol y el bosque a la vez.

Desde esta perspectiva, es fundamental que quienes buscan ser candidatos entiendan que es clave aprender a gobernar minorías frente a una crisis de mayorías.

Merkel, aprobada por la sociedad alemana en un 80% deja un gobierno, y su partido demócrata Cristiano alcanza apenas un 24%. Claro que el socialdemócrata ganador tiene apenas un poco más del 25, porque el partido verde crece con el 14, los liberales con el 11 y así la fragmentación, que no deja espacios a mayorías tradicionales, exige alinear a las partes para componer un todo. Ejemplo válido para entender la dificultad de satisfacer a una sociedad evolutiva.

De ahí que quien acceda al poder debe ser un experto en tejer coaliciones, porque serán gobiernos de coaliciones, de acuerdos entre pequeñas partes para sumar y, por ende, con el mandato social de satisfacer requerimientos que exigen decisiones con las que no necesariamente se concuerda. Pero así es la política. Pragmatismo.

Observemos al mundo y a Latinoamérica. Toda la región en crisis de gobernabilidad por falta de capacidad para llegar a acuerdos e integrar sectores.

Chile ofrece el mismo escenario, donde los candidatos posibles intentan llegar a un centro que no existe, sino que los problemas de base de la sociedad exigen visiones integradoras que no tienen que ver con un centro, sino con compatibilizar ideas y expectativas desde alternativas bien diferentes.

Más que nunca el político debe darse cuenta de las carencias económicas, sociales, culturales, ecológicas, tecnológicas, y tener la capacidad de alinear e influir a los diferentes movimientos políticos y sociales fragmentados con los que necesariamente deberá acordar, aunque sea antagónico.

Ser socialista de libre mercado, ser liberal con tendencia conservadora, ser conservador en lo económico, pero ambientalista y progresista en lo social. Todo a la vez.

Un ejemplo de acuerdo es el que logra Luis Lacalle Pou en Uruguay, a partir de una coalición “multicolor” tantas veces enfrentada entre sí, pero que el Presidente supo cohesionar a partir de tejer acuerdos.

Pero para eso, es necesario un eje sobre el cual acordar, y eso es un manifiesto que busque la resolución de conflictos y problemas incorporando a la conversación política diferentes perspectivas e ideas. Así se puede ser progresista, liberal y pragmático a la vez.

La política ya no depende de las ideas de un partido, ni del líder que las lleva adelante. Hoy la política depende de la plasticidad de conducción para moverse en la evolución, como lo hizo Merkel.

El arte de lo posible, es posible desde la amplitud del pensamiento crítico y sistémico, el que permita identificar todos los espacios de oportunidad que surgen de las carencias de una sociedad fragmentada que busca soluciones más que ideas que la representen. Por eso, la política no es para cualquiera.

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