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Actualizado el 19 de Octubre de 2021

Una sociedad fascista

Chile es fascista. No interesa la participación ciudadana, ni la solidaridad. Solo importa aquello que permite la supervivencia del más apto, o el dominio a partir de una minoría violenta. Chile se enfrenta por los medios y no por los fines.

Por Guillermo Bilancio
El 18-O estalló lo latente, lo permanente en una sociedad adormecida. Nadie se animó a despertarla y aún parece sonámbula sin rumbo. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Guillermo Bilancio

Guillermo Bilancio es Consultor en Alta Dirección

Los modelos democráticos se caracterizan por la convivencia social, un atributo esencial de las sociedades que permiten llevar adelante las diferencias proponiendo acuerdos, que en definitiva es el arte de la política.

Da la sensación, frente a los sucesos de violencia explícita e implícita por parte de los extremos, que en Chile la política ha fracasado.

Una sociedad rabiosa, que no comprende que la transformación solo es posible si hay evolución, se entrega fácilmente a la violencia física y verbal dando cuenta de que el retraso supera la voluntad de progreso.

Delincuentes que saquean y destruyen, y reaccionarios que confunden a los delincuentes con militantes alienígenas que van a transformar el paraíso de pocos en un infierno para muchos. Y esos delincuentes y reaccionarios son extremos, obviamente alejados de lo que es el espíritu democrático.

Ese fascismo prepotente que busca imponer un enfrentamiento cultural y, por ende, lograr una superioridad por sobre el otro, deja abierta una guerra interminable, en la que no se encuentra un espacio de concordia.

La esperanza de una constituyente, que pueda compatibilizar las diferentes posiciones que buscan un modelo de país que permita a los chilenos vivir en armonía y bienestar, se va diluyendo con la baja reputación de la asamblea.

¿Acaso le interesa a la mayoría de los chilenos lo que sucede en la asamblea constituyente y su resultado? ¿O acaso el chileno común piensa en la inmediatez y busca la resolución de sus problemas individuales más allá de una ley fundamental que rija su futuro?

Los extremos se tocan, siempre. Desde la violencia de la izquierda que busca amedrentar hasta el aviso de poner orden por sobre toda militancia adversa propuesta por la derecha. La izquierda y la derecha han triunfado frente a la moderación. Porque la moderación implica convivencia para acordar progreso, mientras que el enfrentamiento nos lleva al retraso.

Y el retraso es volver a un país para pocos, y a la reacción que justifica esa situación. Una reacción que supone un país para todos que no es tal, sino que también es para unos pocos.

Por eso, en esa confrontación final, se deduce que Chile es fascista. No interesa la participación ciudadana, ni la solidaridad. Solo importa aquello que permite la supervivencia del más apto, o el dominio a partir de una minoría violenta. Chile se enfrenta por los medios y no por los fines.

Por eso todo se reduce a un acto de fuerza, y nunca a un proceso de persuasión que permita reducir los fines de un lado para acordar con los fines del otro. Y los medios son el poder económico versus el poder de la violencia callejera. Ambos generan miedo. Ambos generan un proceso de coacción permanente frente al otro.

En este escenario, lo único posible es ceder en términos de intereses y eso exige diálogo y comunicación. Cuando los ideales se enfrentan con ideales, la respuesta siempre es la política, pero cuando los ideales se enfrentan a los intereses de fuerza la respuesta es la guerra psicológica o el terror. De un lado o del otro, no hay respuestas.

El 18-O estalló lo latente, lo permanente en una sociedad adormecida. Nadie se animó a despertarla y aún parece sonámbula sin rumbo. Será cuestión de tiempo, de evolución cultural, de replanteo de valores. Pero estamos frente a una sociedad que prefiere la prepotencia a la convivencia, y eso alimenta el odio, la indiferencia, la hipocresía, la envidia y la vanidad. Emociones destructivas.

Una sociedad fascista, de un lado o del otro, está condenada al fracaso. Ojalá nos demos cuenta de lo que efectivamente somos por el bien de las nuevas generaciones, ya que en esta el rumbo parece cosa juzgada.

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