Incluir a las mujeres tiene que ir en serio
Incorporar a mujeres en los espacios de poder y decisión puede ser solo un símbolo para algunos, pero la historia muestra que han sido excluidas de esos espacios y, muchas veces, sin siquiera saberlo, con importantes consecuencias.
¿Es distinto que un hombre (el nuevo Presidente) declare que el próximo Gobierno será feminista, a que lo haga una mujer que fuera a ser Presidenta? No recuerdo que la ex Presidenta Bachelet lo haya dicho de forma tan categórica, quizás porque se esperaba que así lo fuera. ¿Nos tomarán en serio ahora que lo dijo un hombre? Al leer las declaraciones del actual mandatario, Gabriel Boric, debo reconocer que esos fueron mis primeros pensamientos.
Como mujer y feminista, en mi discurso siempre está que necesitamos trabajar con los hombres para lograr la igualdad y equidad demandada en distintos ámbitos: económico, político, salarial, de la salud y un largo etcétera. Por supuesto que para ello necesitamos un cambio cultural y si el Presidente recién asumido dicta la norma de empezar a cambiar la forma de relacionarnos en espacios de poder —donde las reglas y códigos implícitos están pensadas y escritas por hombres—, es un tremendo compromiso que genera altas expectativas. Estoy segura de que para muchas personas no es solo una cuña que está perfecta para el Mes de la Mujer, sino que es un gran paso para un proceso de transformación.
No solo palabras ha entregado el Presidente, también hechos. La mayoría de los ministerios están a cargo de mujeres; Izkia Siches se enviste como la mano derecha de la Presidencia ocupando un cargo estratégico como ministra de Interior y Seguridad Pública; y Antonia Orellana llega al Ministerio de la Mujer y Equidad de Género, con el bagaje técnico y el activismo de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres. Si se suma la incorporación de esta última cartera al comité político, lugar donde se precisa la perspectiva de género, son señales claras del rol que se espera de la mujer en el Gobierno.
Incorporar a mujeres en los espacios de poder y decisión puede ser solo un símbolo para algunos, pero la historia muestra que han sido excluidas de esos espacios y, muchas veces, sin siquiera saberlo, con importantes consecuencias. El libro de Tatiana Camps, “Liderar desde lo femenino”, releva cómo la inclusión de mujeres al liderazgo de estudios clínicos de medicamentos permitió conocer los efectos secundarios de estos en la población femenina. Para los científicos hombres no habían sido relevantes, e incluir a este grupo era un problema para el control de las variables, debido a los cambios hormonales del ciclo menstrual. Recién en 1993 en Estados Unidos se volvió obligación incorporar a mujeres y minorías étnicas en ensayos clínicos; y en la Unión Europea, desde 2014. Entonces, el llamado a tomarse en serio la perspectiva de género no es en vano. Por el contrario, es necesario, y el nuevo Presidente le habla directo a los hombres en estos términos.
Sin embargo, detrás de toda esta expectativa, se alberga una gran preocupación. Los cambios, en general, siempre traen resistencias. Se esperan y exigen resultados, no se da espacio para el error, y la equivocación es el argumento perfecto para retornar a lo conocido. Además, el contexto adverso de la pandemia, donde constantemente se busca la certeza, y el proceso constituyente en marcha, es un escenario complejo. Pero en algún momento el feminismo tenía que llegar de manera explícita al Gobierno, traspasando el espacio de la calle, el activismo, la academia y las organizaciones civiles. Como dice un dicho popular: “No hay mejor momento que ahora”.