Domingos de septiembre
Cuatro, once, dieciocho; dos domingos con historia y uno con esperanzas.
El domingo antepasado, el 4 de septiembre, amaneció caluroso y terminó caliente-caliente. Dejó una lección que todavía estamos masticando.
Unos la rumian rabiosos, a dentelladas filosas y profundamente despreciativas hacia los que se movieron en la dirección opuesta a un supuesto progresismo que propiciaba aprobar un imbunche constitucional lleno de buenas intenciones y malas ideas. El inapelable 62% del Rechazo, transversal y nacional, debió ser asumido con humildad y comprensión. Como dijo en otra ocasión Ricardo Lagos Escobar, había que “oír la voz del pueblo”, pero hasta ahora escuchamos a millennials violentos, a ex convencionales antes iluminados y hoy resentidos, y a comunistas trasnochados, denostar a los más pobres de manera obscena. Esa misma noche oímos una frase colada muy reveladora en el discurso del presidente de la opción derrotada: “Como dijo un viejo militante, ser un adelantado a tu época en política es una forma elegante de estar equivocado”.
El gobierno reaccionó sin mucha convicción frente a su error.
Hizo cambios, parte de la derecha se empezó a envalentonar, a subir por el chorro, y la gente de a pie, esa a la que ahora motejan como “la nueva clase trabadora”, vio con pavor la reaparición de los overoles blancos con sus consabidas molotovs, seguidos por escolares de uniforme, saltándose torniquetes, tomando por asalto el metro, apedreando micros y camiones, persiguiendo con palos a los motoristas de Carabineros, destruyendo el mobiliario público, golpeando a quienes con valentía y justa razón les llamaron la atención.
El domingo pasado, el 11 de septiembre, a 49 años del golpe de Estado, hasta lo gris del día reveló que la herida no cierra. Y que hay quienes se empeñan en que siga abierta.
Mientras por la mañana el gobierno se desplegaba con paso lento y solemne en recordatorios fúnebres, por la tarde y noche se ponía a prueba la capacidad de Carolina Tohá y sus subsecretarios para resguardar el orden público.
Compleja tarea.
En las horas anteriores, tres hombres habían sido asesinados en encerronas para robarles sus autos. Pasó en Santiago, Ovalle y Talcahuano, eso sin entrar en detalles sobre cómo marchan las cosas en la Macrozona Sur.
Como alcaldesa, la hoy flamante ministra del Interior entonces no pudo con los desórdenes y violencia en el Instituto Nacional. ¿Podrá hacerlo ahora, cuando tiene el orden del país a su cargo y no un modelo a escala de cómo operan los anarquistas y violentistas? Los ciudadanos –menos aun los que han sido víctimas– no le ven valor a la ya típica frase de que el gobierno se querellará “contra quienes resulten responsables”, porque hoy la impunidad campea y esa acción legal de resultados tiene poco.
Y se viene el domingo 18, tiquitiquití.
Esperamos que esa notable tendencia a la bipolaridad de los chilenos -que, por un lado, nos tiene quejándonos del alza del costo de la vida y, al mismo tiempo, zapateando en fondas y ramadas, gastando en empanadas, anticuchos, chicha y terremotos- nos deje instalados en fase eufórica y no depresiva. Y la primavera logre hacernos ver la copa de vino medio llena.
Sabemos qué debemos hacer. Necesitamos que políticos responsables se encarguen de cómo hacerlo. Sin revanchismo, sin triunfalismo, sin manipulaciones, sino en serio, entendiendo esa voz mayoritaria que quiere una buena nueva constitución.
Para que en 2023 tengamos 3 buenos lunes de septiembre.