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23 de Febrero de 2023

Por qué admiro a China

Puede parecer simple o una obviedad, pero vaya que resulta importante que quien gobierne mire hacia el futuro y no quede anclado en el pasado. Esa es la diferencia entre el estadista y el gobernante de turno.

China demostró que, Benjamín Franklin tenía razón cuando afirmaba que “el camino hacia la riqueza depende fundamentalmente de dos palabras: trabajo y ahorro”. (FOTO: elprimerpaso.es)
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Christian Aste M.

Christian Aste M. es abogado

Debo reconocer que me atrae, y mucho, su cultura. Admiro lo que han logrado. No les ha sido en absoluto fácil. Pero han avanzado y a pasos gigantes.

Es cosa de contrastar su presente a como estaban hasta hace poco tiempo. El benchmark es la historia de cada país. No resulta lógico que nos comparemos con los vecinos. Debemos siempre hacerlo con nosotros mismos. Es la única forma que podamos revisar si mejoramos o empeoramos. Sea en seguridad o en políticas de ahorro, inversión o de crecimiento. También en la reducción de la pobreza y en los estándares de la enseñanza.

China, sus autoridades y habitantes deben estar orgullosos, porque han mejorado en casi todo. Su calidad de vida es notablemente superior. El nivel de ahorro es impresionante, y su expansión internacional incomparable. Del mismo modo que Estonia, que lidera el índice de competitividad tributaria, y que marca el camino que debiéramos seguir en ese ámbito y que, pese a sus números, insistimos en no mirar, China demostró y empíricamente que la mejor forma de hacer las cosas, es aplicando el pragmatismo, el que sintetizó su líder Deng Xiaoping 鄧小平南巡 el año 1960, con la famosa frase “no importa el color del gato, sino que cace ratones”.

Puede parecer simple o una obviedad, pero vaya que resulta importante que, quien gobierne mire hacia el futuro y no quede anclado en el pasado. Esa es la diferencia entre el estadista y el gobernante de turno. Este último hace gestos a su sector, y piensa en el futuro económico (cargos) de sus huestes, sin importarle si tienen o no las capacidades. El estadista en cambio, y lo decía Sir W. Churchill gobierna pensando en las generaciones futuras.

Confucio (551 – 479 a.C.) lo subrayó hace mucho rato, la filosofía que debe imponerse es la práctica, que es la que sirve para enmarcar y calificar el comportamiento como ético. Su definición es siempre en base a la interacción. Como decía Bidart Campos, el hombre no existe coexiste, el hombre no vive, convive. Por lo tanto, el comportamiento ético del hombre no puede ni debe medirse solo en función de lo que hace dentro de su casa. Debe involucrar la interacción con el otro, y su responsabilidad como ciudadano sujeto a normas, que fueron pensadas para que la convivencia resultara pacífica y en términos respetuosos.

Mientras en la década del 80 los países de occidente crecieron a una media de un 3%, China lo hizo entre un 9 y un 10. Lo hicieron adaptando el modelo que funcionaba, pero corrigiendo sus falencias probadas. La codicia. Sabían, porque si algo los caracteriza es que son inteligentes, que la falencia del mercado son sus propios actores. No puede confiarse en la auto regulación. Tampoco en que no abusarán de sus posiciones de poder. Lo hacen, y así lo demostró la crisis sub prime que contagió a todo el mundo y la crisis bancaria de Chile. No puede dejarse al hombre sin reglas, y menos con reglas que nadie hace cumplir. Si eso ocurre, lo que habrá ser abuso y aprovechamiento creciente. Un ladrón que no es castigado severamente volverá a delinquir. SI alguien amenaza al país con incendiarlo y no pasa nada, significa que el país está en problemas y graves. Si los comunicadores sociales, utilizan la pantalla a la que acceden gracias al capitalismo, para justificar los ataques precisamente a ese modelo, es que nos pegamos en la cabeza.

China no es así. Son por lejos más capaces y por sobre todo más pragmáticos. De hecho, cuando comprobaron empíricamente que su sistema económico no era competitivo, no trepidaron en acusar el golpe. En vez de inventar la rueda se limitaron a mezclar lo mejor del sistema que habían vivido (comunismo) y que no había funcionado, con el sistema capitalista que, si funcionaba, pero con errores que eran atribuibles a la codicia no regulada ni suficientemente castigada.

Bajo este modelo que podríamos denominar modelo mixto chino, ese país estableció que cada ciudadano debía contribuir para el desarrollo del país, y obtener una retribución justa la que, por lo mismo, tendría presente el alcance y los beneficios de esa contribución. Los avances por otro lado debían hacerse en forma pausada. Avanzar siempre, pero con los pies en la tierra. Den Xiaoping lo advirtió: China debía “cruzar el río sintiendo cada piedra bajo los pies”.

¿Qué mejor entonces que avanzar de la mano de socios estratégicos? Así lo hicieron en todos o casi todos los ámbitos, y lograron beneficiarse del esfuerzo y la inversión de otros. Así accedieron a la tecnología, la que replicaron y mejoraron. No les cupo duda de que los esfuerzos son colectivos, y que se construyen en base lo hecho por ellos y también por otros. Sabían y siguen sabiendo que mientras exista desarrollo científico y tecnológico, habrá mayor productividad, e indubitadamente un incremento en el crecimiento económico y consecuentemente en el PIB.

Crearon zonas económicas especiales e invitaron a multinacionales extranjeras a establecer sus factorías en el país. Les otorgaron todas las condiciones y facilidades para producir. Cada región conformó un tipo de industria distinta pero interconectada. De ese modo evitaron que se produjera competencia entre ellas y promovieron, por el contrario, que se apoyaran.

Lo hicieron en el marco de un principio que puede parecer básico, pero que resulta esencial: La clave del desarrollo es que los que producen las rentas sean más que los que las gasten o disipen. Es decir, y en otras palabras ahorrar es fundamental. Todo lo contrario de lo que pasa por acá, en que se invita a endeudarse y las políticas tributarias en vez de fortalecer el ahorro, lo castiga y persigue. Prueba de eso es que las AFP que, eran la base de nuestra economía fueron cercenadas con posturas resentidas, y sus rendimientos tergiversados. Pudiendo corregirse lo malo, que radicaba precisamente en el poco ahorro y la ausencia de una adecuada regulación en su gobierno corporativo.

En resumen, China demostró que, Benjamín Franklin tenía razón cuando afirmaba que “el camino hacia la riqueza depende fundamentalmente de dos palabras: trabajo y ahorro”, y que un país bien gobernado, como afirmaba Confucio, la pobreza es algo de lo que hay que avergonzarse. En cambio, cuando no lo está, lo que provoca vergüenza es la riqueza.

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