La paradoja impositiva
Resulta relevante que el sistema tributario en su conjunto esté bien estructurado. También y en la misma medida importa que lo esté el gasto público. Solo si eso ocurre el país estará en situación de progresar y avanzar en justicia.
Christian Aste es abogado
Resulta paradójico que cada cierto tiempo las autoridades que ejercen circunstancialmente el poder, recurran a una Reforma Tributaria invocando como motivación a los que menos tienen, sabiendo o debiendo saber que son ellos, precisamente los que terminan pagando ese costo.
Se argumenta que los “gastos públicos apoyan a clase trabajadora”, sin ponderarse que, como decía Bastiat, los gastos públicos sustituyen los gastos privados, y que por lo tanto cuando la autoridad elige darles sustento a unos en vez de a otros, lo que hay es un traspaso de riqueza entre personas igual de vulnerables y precarias.
Cuando aumentan los impuestos de traslación o de recargo, como es el IVA o el Impuesto que grava el trabajo (Único de segunda Categoría), quien soporta patrimonialmente el impuesto, no es ni el vendedor ni el empleador. Son el consumidor y el trabajador, los que aceptan a regañadientes pagar más, porque como buenos ciudadanos entienden y asumen que con esos recursos el Estado ayudará a otros que, están peor que ellos.
Cuando comprueban, sin embargo, que la plata es malgastada, malversada, defraudada, o utilizada para ayudar a los amigos del poder, se reciente la confianza y la voluntad de soportar esa mayor carga, termina por extinguirse.
Si para evitar lo anterior, esto es, que sea el consumidor o el trabajador el que termine pagando el impuesto, la autoridad decide aumentar el impuesto corporativo y consecuentemente la contribución de los más ricos, lo que ocurrirá es que el margen de la empresa se reduzca.
Si se reduce por debajo de la tasa de libre riesgo (bonos del Tesoro americano), no habrá inversionistas dispuestos a poner su plata en la empresa. Preferirán hacerlo en cualquier instrumento que les asegure ese retorno.
Ahora, si el margen de ganancia disminuye, pero todavía sigue siendo rentable, lo más probable es que la empresa no se disuelva, ni quiebre, pero que tampoco invierta más. Lo que ocurrirá será una revisión exhaustiva a su estructura de costos y gastos, orientada a recuperar el margen que se perdió, sea aumentando los precios o reduciendo la nómina.
En uno y en otro caso, los que se afectan son nuevamente los consumidores y los trabajadores, esto es, los más pobres.
Si la demanda es inelástica el precio de los bienes que consumen aumentará. Por ejemplo, subirá el precio de la bencina, harina, mantequilla, té, pan, leche, carne. Si no es inelástica y sí se afecta por el aumento de precio, como ocurre con la membresía a un gimnasio, o el valor de un auto, lo que ocurrirá serán despidos, (en el gimnasio o en la concesionaria como ejemplo).
Pueden producirse también efectos colaterales (traslación oblicua), es decir que el contribuyente traslade el costo del impuesto aumentando el precio de otro bien o servicio que no ha sido gravado, pero que es de producción o demanda conjunta. Un impuesto a la leche, reduce la oferta de queso, pero aumenta su precio. Lo mismo ocurre con el vino, y su efecto en el envase. En todos los casos, además se prescindirá de los trabajadores menos capacitados, es decir los más pobres.
Ahora bien, si se quiere imponer un impuesto al patrimonio, con el solo objeto de gravar sí o sí a los más ricos, los que invariablemente ocurrirá será que éstos tomarán sus bienes y se irán, tal como pasó en Francia. Su riqueza en consecuencia dejará de generar réditos en el país. La recaudación en última línea bajará, y menos inversiones habrá. Raya para la suma, los que finalmente pagan los impuestos son siempre los más pobres y vulnerables.
Por lo anterior, es que resulta tan relevante que el sistema tributario en su conjunto esté bien estructurado. También y en la misma medida importa que lo esté el gasto público. Solo si eso ocurre el país estará en situación de progresar y avanzar en justicia.
Para terminar con optimismo esta columna, creo útil referir que hay economías que han resuelto mejor este dilema. Estonia e Irlanda son un ejemplo. Nuestro país puede y debe hacerlo. Constituye un imperativo que lo hagamos. Para eso resulta esencial liberarse del yugo ideológico, establecer objetivos comunes, y por sobre todo no enamorarse de las herramientas. No importa el color del gato, ni quien sea su dueño. Lo que importa es que cace ratones (proverbio popular de Sichuan, citado por Deng Xiaoping el año 1978).