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Actualizado el 11 de Septiembre de 2023

Tapar el negacionismo climático con ciencia

Es francamente enervante que los derechos ambientales sean pasados a llevar de forma tan arbitraria por políticos y ejércitos de bots (dicho sea de paso), con el único objetivo de proteger los intereses económicos de ciertos grupos de poder.

Cuesta mucho mantenerse ingenuos y no ver la agenda económica detrás de estas aberrantes decisiones políticas. AGENCIA UNO/ARCHIVO.
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Matías Asun

Matías Asun es director de Greenpeace Chile

La Organización Meteorológica Mundial (OMM), junto al Servicio de Cambio Climático Copernicus de la Unión Europea, revelaron que julio de 2023 registró las temperaturas más altas de las que la historia tenga registro.

A temperaturas sobre 80º Celcius en el desierto de México o una sensación térmica de 67º en Irán (donde, incluso, se decretaron dos días feriados para resguardarse del calor extremo), se suman los 37º registrados a comienzos de agosto en la ciudad de Vicuña, en el norte de nuestro país, en pleno invierno.

Y no sólo eso: incendios forestales que han consumido miles de hectáreas en Norteamérica y Europa, el dramático deshielo de glaciares e inundaciones sin precedentes en todo el mundo, entre tantas otras mega catástrofes, llevaron al secretario general de la ONU a declarar que la época de calentamiento climático había concluido, dando paso a una era de ebullición global.

Pruebas científicas hay por millones. Científicos y universidades de prestigio han estudiado el escenario meteorológico y medioambiental, declarando que es innegable que desde la revolución industrial vivimos un calentamiento global progresivo y que en los últimos decenios éste se ha acelerado.

Pero para los negacionistas ambientales estas no son pruebas fehacientes. Es más, la evidencia científica y empírica (aquella que ellos mismos pueden experimentar en sus vacaciones en Europa o revisando medios locales e internacionales) para ellos es sólo “una manipulación de la élite académica y científica’, una ‘nueva mentira de las organizaciones ambientalistas, que sólo busca la instalación de discursos contra el progreso económico”.

Es francamente enervante que los derechos ambientales sean pasados a llevar de forma tan arbitraria por políticos y ejércitos de bots (dicho sea de paso), con el único objetivo de proteger los intereses económicos de ciertos grupos de poder.

Sin ir más lejos, en el marco de la discusión de las indicaciones al texto de la Constitución, hace algunos días se decidió rechazar las enmiendas que buscaban garantizar un rol más activo del Estado en la mitigación y adaptación oportuna ante los efectos del cambio climático y, más recientemente, se votó a favor de la posibilidad de hacer concesionables bienes nacionales de uso público como lagos, playas, ríos y caminos, entre otros. Una nueva explotación que podría agravar la crisis ambiental que ya vemos en el país.

Pero no sólo en ese espacio se atropellan los derechos ambientales. Durante agosto, en el Congreso, el Partido Republicano rechazó un proyecto de resolución que buscaba informar a la ciudadanía sobre los alcances de la crisis climática.

Cuesta mucho mantenerse ingenuos y no ver la agenda económica detrás de estas aberrantes decisiones políticas.

Si bien es cierto, la democracia no sólo debe respetar, sino que además necesita opiniones divergentes y debate político, es imposible justificar opiniones erróneas respecto de argumentos científicos.

La era del “colapso climático” ha comenzado y lejos de ser una frase rimbombante es evidencia científica la que así lo señala.

Es momento que todos -ya sea el ciudadano de a pie, ambientalistas, políticos y negacionistas- avancemos juntos y de manera decidida en empujar acciones que atenúen los efectos del calentamiento global. Es una de las tareas más importantes que debemos hacer.

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