Argentina: ¿Cambio de rumbo?
El domingo recién pasado, Javier Milei fue electo con 55,7% de los votos contra 44,3% (11% de diferencia respecto de Sergio Massa), lo que además representa la más alta votación obtenida por cualquier presidente argentino.
El domingo pasado, Argentina vivió uno de esos hitos que marcan la historia de los países y que irradia más allá de sus fronteras. Siendo uno de los estados más relevantes de Sudamérica y del continente americano, lo que ahí pasa no es indiferente. Y por supuesto, siendo vecinos y con una de las fronteras más largas del mundo, desde Chile se ha seguido atentamente lo que acontece allende los Andes, abundando las noticias y análisis locales a los cuales sumaremos esta columna.
El hito en cuestión es la elección de Javier Milei. Pero no se trata solo de la persona, sin perjuicio de que en los comicios presidenciales se vota por una, sino de lo que representa esa persona. Y aquí en mi perspectiva hay un fenómeno de superposición y disociación del individuo con la voluntad popular.
Javier Milei apareció prácticamente de la nada, siendo electo hace 2 años como diputado nacional. Se hizo famoso desde la televisión y los medios, como un personaje rupturista y deslenguado proponiendo un cambio radical del sistema.
Durante estos años, la mayoría lo vio (y vimos) como un extravagante, mezcla entre iluminado, populista y caudillo, de los que abundan en estos tiempos revueltos. Hay que decir que, incluso para los estándares argentinos, Javier Milei era peculiar. Pero se le veía circunscrito a un rol periférico, más bien desde la crítica, pero sin la capacidad de traducir aquello en un plan de gobierno y menos en llegar a encabezarlo.
Y lo que era impensable, se produjo. El domingo recién pasado, Javier Milei fue electo con 55,7% de los votos contra 44,3% (11% de diferencia respecto de Sergio Massa), lo que además representa la más alta votación obtenida por cualquier presidente argentino.
¿Cómo se llegó a esto? Hay distintas causas y tiempos, pero la más importante es la situación del país. Desde la recuperación de la democracia en 1983, Argentina ha vivido altos y bajos intensos, con graves crisis como la salida anticipada de Alfonsín y de De La Rúa (en el segundo caso con una revuelta popular que derivó en una seguidilla de 5 presidentes en 11 días), con algunos momentos de bonanza o la ilusión de esta, pero con una decadencia como tendencia. La pobreza ha ido avanzando inexorablemente de la mano del endeudamiento y de la inflación.
Se suma al declive y probablemente lo explica, el dominio peronista en su variante kirchnerista desde 2003, con la sola interrupción del gobierno de Macri. Durante este período se acentuaron las características de control estatal en la economía y de patronazgo político, lo que acentuó el fenómeno de la corrupción.
El país derivó en una cultura de los subsidios, donde el rol esencial de los gobiernos pasó a ser asegurar la continuidad de las prebendas.
Mauricio Macri intentó romper esa dinámica y fue electo con esa esperanza, pero no pudo. La inercia y el clientelismo eran demasiado grandes. Además, en retrospectiva se le reprocha de no haber sido más radical en sus intentos de cambio. De hecho, la misma gradualidad que intentó imprimir lo terminaron llevando a lo de siempre.
Tras este frustrado intento, los argentinos le dieron la oportunidad a otro peronista, Alberto Fernández. Si Macri había tratado de maniobrar como un peronista, entonces parecía mejor volver al original. Además, este parecía salir un poco del molde de los Kirchner Fernández.
Pero la verdad es que el gobierno de Alberto Fernández terminó siendo un desastre en todo sentido con un alza sostenida de la inflación, que llegó al 150% anual por estos días, con un altísimo déficit fiscal y un endeudamiento insostenible.
En ese contexto se realizaron los comicios generales y sorpresivamente Milei quedó para la segunda vuelta con Sergio Massa. Un político sin experiencia de perfil aparentemente radical por un lado, y el ministro de economía y responsable en buena medida de la espiral inflacionaria por otra. Ahí la sorpresa fue que Massa sacó la primera mayoría y Milei dejó fuera de carrera a Patricia Bullrich que, en el papel, era la alternativa opositora más viable, al contar con un importante respaldo parlamentario.
Pero luego en el balotaje algo de lógica política se impuso. ¿Cómo se iba a votar la continuidad del mismo gobierno que tiene sumido al país en una gravísima crisis económica? Y Milei fue electo.
Mirado retrospectivamente, hubo un elemento consistente en ambas rondas: la voluntad de cambio. La mayoría de la población está harta del estado de las cosas y del declive ininterrumpido del país y así lo expresó contundentemente. Optó por alguien que hizo una promesa frente a otros que también la habían hecho, pero no la cumplieron. Insisto en este punto que no se debe confundir con la adhesión a Milei, sino con la necesidad de un nuevo rumbo.
Ante el fracaso evidente de un modelo que se ha agudizado en el siglo XXI, caracterizado por un rol estatal asfixiante al mismo tiempo que de patronazgo, la ciudadanía pide uno nuevo, que permita más iniciativa privada y menos control estatal.
En el resultado fue decisivo el papel del expresidente Mauricio Macri y de la candidata Bullrich. Ambos se la jugaron desde la derrota en la primera vuelta por Milei, entendiendo que era la única alternativa real de cambio y la posibilidad de enmendar su propio fracaso en el gobierno de Juntos por el Cambio. Además de esa convicción, está el frío cálculo político. Milei no tiene representación relevante en el congreso y ningún gobernador, las dos grandes fuentes de poder además del ejecutivo en Argentina. En ambos espacios las fuerzas de Macri podrían apoyar, y serían claves para aprobar las reformas que se pretenden implementar.
La apuesta pagó, aunque hizo volar por los aires la alianza Juntos por el Cambio. Bullrich quedó en el gabinete y Macri está teniendo incidencia directa en las designaciones y por él y su agrupación pasarán sin duda las grandes decisiones, al menos al inicio.
Lo que se viene será muy duro y complejo y está por verse si el inexperimentado Milei tendrá la fortaleza y astucia para desarrollar su programa. Ya anunció que se viene una terapia de shock, como única manera de hacer frente al desbocado déficit fiscal e inflación. En ese período surgirán muchas presiones (como le pasó a Macri) para revertir esas medidas y si el gobierno cede en lo esencial, probablemente marcará su suerte para el resto del período.
Y en materia de política vecinal, ¿qué es posible esperar? Es evidente que afinidad política no habrá entre ambos gobiernos, pero no será la primera ni última vez, por lo que la relación debe encauzarse dentro del prisma estatal. En esa línea la designación de Viera Gallo como embajador en Buenos Aires es una buena señal. Ya lo fue durante el gobierno de Macri y tejió buenas redes. También será importante la asistencia del presidente Boric a la asunción de Milei.
Con seguridad Milei se restará de la coordinación “rosa” regional, lo que le llevará a roces con el Brasil de Lula (este ya anunció que no irá a la inauguración del presidente electo). En Mercosur significará un realineamiento muy importante, al sumarse probablemente a la postura uruguaya de abrirse al libre comercio.
Esa nueva orientación en la región puede abrir también roces con Chile, si nuestro país opera exclusivamente en términos de afinidad ideológica.
En el ámbito exclusivamente bilateral, creo que habrá que poner ojo en el ámbito de la seguridad. Argentina hace rato que está preocupada por la extensión del terrorismo y del bandidaje que irradia desde la Araucanía en Chile, aunque por afinidad ideológica bajo el gobierno de Fernández, eso se mantuvo contenido en el ámbito policial y judicial. Pero ya hay claras señales de que eso va a cambiar. La vicepresidenta lo expresó en sus primeras declaraciones y Patricia Bullrich lo va a tener entre sus prioridades. Esto se va a traducir en una acción más firme de las fuerzas de seguridad argentinas, pero también en una presión para que el gobierno chileno colabore más para abordar en conjunto el fenómeno terrorista y delictual.
Argentina se encuentra en una coyuntura especial, de esas que solo se dan espaciadamente. La gran pregunta es si Milei será la llave del candado de los cambios que necesita o será otra frustración.
No queda mucho margen ni la posibilidad de volver a lo mismo.