Navidad: esperanza de paz
Pero ya sea una coalición fuerte, ya sea un nuevo partido donde se concentren las fuerzas obviando a estos dos extremos, sería una alternativa formidable para sacar adelante a Chile.
Mientras estaba escribiendo estas líneas, me llegó El Dínamo del domingo y la excelente opinión de Enrique Morales: “Fabricando enemigos”. Debo decir esto como introducción, para no parecer que estoy plagiando algo; solo que el tema es muy parecido. Tema que ya abordé varias veces, incluso desde este prestigioso diario.
Otro año, otra navidad, nuevas esperanzas. Terminamos el 2023 sin que se hayan resuelto tantos problemas que rigen nuestras vidas, si haber mejorado nuestro país y sin haber encontrado alguna salida de la crisis existencial, económica, social y de seguridad que nos aquejan. ¿Tantas crisis tenemos? Pues evidentemente sí; tantas o más. El mundo cristiano transformó esta fecha en una especie de punto de partida permanente en el tiempo, en una fecha en la que las cosas pueden cambiar para mejor, en el aniversario del nacimiento del que iba a salvarnos y traer la paz – con todo lo que esta palabra implica – al mundo.
La historia fue inventada en los albores de nuestra era, completada, pulida y embellecida por las Iglesias cristianas, basada en milagros necesitados por el hombre al que no le quedaba otra cosa que esa: inventar algo que, aunque sea totalmente inverosímil nos una bajo un credo. Esa unidad, espiritual pero nunca existencial, solo existe bajo los techos de los miles y miles de templos erigidos durante más de dos milenios; ni antes de entrar, ni después de salir de ellos. Estamos hablando apenas de un tercio de este cada vez más poblado mundo: del que denominamos “occidental”. Ni siquiera de aquella derivación que llamamos “islam”, menos aún de otros credos, siempre nacidos para explicar lo inexplicable.
Paz no hubo nunca, no la hay, ni siquiera esperanza que haya. Todo lo contrario: apenas la humanidad o una parte sale de una conflagración, ya está entrando en otra. Está en nuestro ADN, no podemos vivir en paz, somos la maldición del planeta azul que es nuestro hogar y, encima, que estamos destruyendo cuan mono que está cortando la rama en la que está sentado.
Me disculpo por tanta cháchara, producto de la solemnidad del fin de año y la falta de la fútilmente esperada tranquilidad festival. Nosotr@s chilen@s tampoco somos excepción: vivimos enfrentándonos en vez de avanzar, peleamos en lugar de mejorar nuestra existencia. Los extremos, representados por los Republicanos a nuestra derecha y el Frente Amplio asociado con los Comunistas a la siniestra, no colaborarán para encontrar ese estado repetido hasta el hastío: la paz sin la cual nada que hacer. Solo un centro musculoso y mayoritario sería capaz de aquietar las aguas cuya agitación llegó al máximo con el 19/10 y cuya turbulencia sigue hoy después de años de inútiles intentos de pacificación política y la consecuente crisis económica-social. Los extremos no lo dejaron: primero la izquierda, después la derecha se encargaron a evitar una – de paso, innecesaria – nueva Constitución que, si servía de algo, por lo menos dejaba de ser la bandera divisoria.
¿A qué me refiero concretamente como CENTRO? ¿Dónde empieza un movimiento, un partido ser ideológicamente de derecha o de izquierda? ¿Cuál es la fundamental diferencia entre la prédica de UDI, RN, Evópoli, Demócratas, Amarillos, PDC, PPD y hasta cierto punto PS? Todos ellos están de acuerdo en las cosas fundamentales: capitalismo moderno, democracia, emprendimiento, libertad, igualdad de género, derecho a propiedad, educación, salud y seguridad. Las diferencias conceptuales en estos temas son tan ínfimos entre los extremos de estas agrupaciones que hacen inexplicable estar bajo distintas militancias; nada lo justifica excepto razones personales, de poder, o monetarias.
Los dos extremos sí tienen diferencias abismales e irreconciliables si bien, paradójicamente, tienen dos similitudes entre ellos: una, se basan en el autoritarismo, dos, no aceptan la democracia en su sentido fundamental. Solo estas dos razones bastan para impedir una paz social, la libertad individual o colectiva, la educación sin ideología predominante y la igualdad de oportunidades, el desarrollo. No es necesario señalar el fracaso histórico del bolchevismo, nazismo, dictaduras militares, ideológicas o generacionales; pasadas y presentes. Solo avanzaron las democracias dialogantes, que no están bajo presión ideológica.
Faltan dos años para las nuevas elecciones y algo más para el cambio de Gobierno. Le queda ese tiempo al actual Presidente para rectificar el rumbo de su política. Inteligencia no le falta; voluntad y clarividencia sí. Seguir en lo mismo solo fortalecerá al otro extremo del espectro político: en la medida que se agravie el fracaso, más electores acarreará la extrema derecha. Un nuevo partido, aglomerando las pequeñas colectividades del FA parece inminente, pero lo que no surge es su base ideológica: será de extrema izquierda, pero no comunista, solo “progresista” si esa palabra significa algo. Su unión con el PC ya fracasó; sacudiéndose al PC ese sería una fuerza sin importancia. Los Republicanos, más bien Kast, su líder, tampoco tienen un peso dominante en la política nacional; el 44% que sacaron en dos elecciones son circunstanciales: no había otra alternativa.
Pero ya sea una coalición fuerte, ya sea un nuevo partido donde se concentren las fuerzas obviando a estos dos extremos, sería una alternativa formidable para sacar adelante a Chile. ¿Podrá la sensatez y, por qué no: el patriotismo superar a las ambiciones personales?
Noche de paz, noche de esperanza. O, más bien, de ilusiones.