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16 de Febrero de 2024

Padre Gatica

Aunque el fenómeno de predicar sin poner en práctica lo dicho proviene de las profundidades del ego humano, y parece brotar de conflictos emocionales invisibles y latentes, cuando se expresa en hechos, actitudes y conductas permanentemente contradictorias e incoherentes, se transforma en una vulgar burla, que ofende la virtud del lenguaje.

El intrigante espectáculo de predicar una cosa y hacer otra es más común de lo que nos gustaría reconocer. AGENCIA UNO/ARCHIVO.
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Christian Aste

Christian Aste es abogado

Como escribió el profesor Rafael Cruzat Donoso en una carta que dirigió al director de El Mercurio, resulta peculiar, incluso irónico y hasta paradójico que el mismo Gobierno que critica con vehemencia a los empresarios por su sagacidad al aplicar la ley fiscal, defienda como nuevo el mismo proyecto de reforma tributaria que el Congreso le rechazó, aduciendo que no se trata del mismo, sino que de uno nuevo.

No por cambios sustantivos en su contenido -que es lo verdaderamente esencial y de valor- sino por cuestiones principalmente formales; un nuevo mensaje, un nuevo nombre, y una reestructuración del articulado.

El intrigante espectáculo de predicar una cosa y hacer otra es más común de lo que nos gustaría reconocer.

Nos irrita, ya que se asemeja demasiado a la doble moral, y produce un ensordecedor ruido que
amenaza la credibilidad de quien lo practica y que opaca la virtud, la integridad, la lealtad y la rectitud que tanto valoramos en otros y buscamos en nosotros mismos.

Pero, sobre todo, pone en juego la confianza esencial en nuestras relaciones.

Aunque el fenómeno de predicar sin poner en práctica lo dicho proviene de las profundidades del ego humano, y parece brotar de conflictos emocionales invisibles y latentes, cuando se expresa en
hechos, actitudes y conductas permanentemente contradictorias e incoherentes, se transforma en una vulgar burla, que ofende la virtud del lenguaje.

En efecto, si el vehículo por el cual transmitimos nuestros pensamientos, emociones y sentimientos, no conversa ni se alinea con nuestras acciones. Si nuestra conducta no refleja los principios que proclamamos, perdemos respeto, influencia y credibilidad.

Si el inconsecuente, y contradictorio es la autoridad (política, judicial, eclesiástica, militar, empresarial o de lo que sea) la confianza en éste se desvanece, y sus acciones, tal como sus predicas, se vuelven total
y completamente irrelevantes.

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