Liberémonos del yugo empobrecedor
Christian Aste es abogado.
No poca gente asume equivocadamente, por cierto, que la lucha por los derechos y las libertades sociales es un atributo exclusivo y excluyente de los movimientos progresistas. Influye, sin duda en esta mirada, el que en el pasado la derecha se haya mimetizado con sectores conservadores, defensores a ultranza de cuestiones francamente risibles, y, hasta estúpidas como es oponerse a que todos los hijos sean tratados como iguales, negarse al divorcio, objetar la regulación civil del matrimonio homosexual, disentir del aborto por tres causales, y consentir y hasta exigir que la iglesia se inmiscuya en todo.
Es un hecho lamentable sin duda, que la ciudadanía considere como derecha a la típica señora que pregunta a qué Gonzalez, Gómez, Alvarez, Rojas, o Guzmán pertenece el invitado, o en qué colegio estudió, y a qué lugares iba de vacaciones. También al latifundista que se traslada en su camioneta y mira con desdén y hasta desprecio al inquilino. Y por si fuera poco, al ninguneador y mirador en menos, que porque tiene un poco más de dinero que el resto, se considera “cuico”, y con derecho a maltratar o exigir de mala manera las cosas.
Esa carga que soporta la derecha, y que se la endosan interesadamente y con o sin razón los progresistas y comunicadores activistas (periodista y rostros) sumada a que los líderes no progresistas, no emergen precisamente ni de las poblaciones ni de los colegios con números, cuestión que debe y con urgencia cambiar, permite que quienes se identifican como lo contrario a ellos, prefiera votar una y otra vez por el progresismo.
Lo hacen, sin reparar en lo que significan sus ideas, y sin considerar que el objetivo de conformar una sociedad sin discriminación, y con igualdad de oportunidades, no es su patrimonio. Al revés, ese objetivo noble, y que es común y transversal para casi todos, es contradicho y negado precisamente por ellos, que no quieren que las personas tengan oportunidades y las aprovechen en su mérito, sino que simplemente seamos parte de una sociedad completamente igualitaria, administrada por su dirigencia. Todos iguales, salvo ellos. Lo decía y sin arrugarse la vocera actual. Para ella y para todos los progresistas, es mejor una sociedad en que todos sean iguales, aunque pobres, a que el país, en su conjunto y como un todo sea menos pobres. Si en esa ecuación, se es menos libre, no importa. El resultado lo justifica.
Se niegan a entender que, así como es innegable que todas las personas, independientemente de su raza u origen, son iguales en términos biológicos, psicológicos y sociales, también lo es que cada persona dispone de una identidad o un sello individual que los hace distintos, y que es consecuencia no solo de su composición única de características genéticas, factores ambientales, experiencias personales, sino que además y principalmente de sus propias decisiones.
Los que no nos sentimos progresistas, porque disentimos de este buenismo paternalista, que termina por despojar a la persona de su individualidad, exigimos que todo lo que no sea progresista se una y reivindique que, aunque somos iguales en nuestra humanidad, somos diferentes en nuestra identidad. Somos iguales en nuestras necesidades básicas y derechos fundamentales, pero distintos en capacidades y oportunidades. Somos iguales en tanto existimos, y reconocemos las mismas necesidades, pero diferentes en la esencia, la que se determina bajo el arbitrio de la libertad durante la temporalidad de la vida.
Liberémonos de una vez de esta verdadera máscara de corrección política. Revirtamos lo que hemos retrocedido. No permitamos que se impongan quienes se han valido del eslogan igualitario y social, para esconder un lado oscuro de intolerancia y uniformidad. Rebelémonos contra quienes insisten en reducirnos a una única realidad. Neguemos a la cancelación. Terminemos de una vez con el paternalismo progresista, que porfía en creer y hacernos creer que una determinada minoría o colectivo no puede valerse por sí mismo y que requiere siempre de su guía, amparo, y protección.
No olvidemos que la permanente victimización, en lugar de fomentar el crecimiento y la superación, puede generar dependencia y perpetuar la injusticia bajo la excusa de compensar desequilibrios históricos. El camino hacia la verdadera igualdad pasa por el empoderamiento y la oportunidad, no por la condescendencia y el paternalismo.
Insistamos, en definitiva, y sin caricatura que cada uno de nosotros, independientemente de su origen, género, nivel económico, orientación sexual o creencia, recorra por sí su propio camino.
Para lograr lo anterior, es básico que los que no sean progresistas, en los términos que aquí hemos expresado, se unan sin ambages y releven el interés común por sobre el propio. Hoy más que nunca debemos obrar unidos, y en la pasada sacudirnos del yugo que nos han endosado y que se conforma por los votantes indeseados, (señoras pitucas, patrones de fundo, cuicos prepotentes, y nuevos ricos miradores en menos) y las banderas también indeseadas, enarboladas absurdamente en el pasado por parte de su dirigencia (hijos naturales e ilegítimos, no al divorcio, homosexualismo igual enfermedad, iglesia metomentodo y un penoso etcétera), la que ojalá más temprano que tarde resulte sepultada y consecuentemente olvidada.