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24 de Abril de 2024

El placer de leer

Leer por ocio hace bien; le hace bien a nuestro cuerpo, a nuestra salud mental y a nuestro estado de salud general.

AGENCIA UNO/ARCHIVO.
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Alemka Tomicic

Alemka Tomicic es Directora de la Escuela de Psicología UDP.

Hay algo que, sin ánimo de generalizar, parece ser una experiencia frecuente, incluso, podríamos decir, poco original.

Mi hija mayor, por causa de una severa dislalia, demoró en aprender a leer. Era frustrante para ella porque, entre muchas cosas, fue testigo por un largo tiempo de cómo sus compañeras y compañeros abrían los libros de estudios y “veían” algo más en lo que para ella era sólo dibujos, palitos, círculos y semicírculos. No recuerdo exactamente cuándo ocurrió. Fue así de pronto cuando, tal vez sentada en el asiento trasero del auto, un letrero ―algo como “Cuidado al cruzar la calle”―, le encendió el rostro y fue como si abriese el ropero de Narnia.

Digo, lo que me pareció tan único en ese momento, resulta ser compartido. Hace poco fui a una charla de Leila Guerriero en la que reflexionaba sobre ella como lectora y como escritora: también la experiencia de aprendizaje de súbito, también un otro mundo revelado, también los carteles en la vía pública, también todo, una vivencia exclusivamente humana.

Con mi hermana y una colega y amiga, hace algo más de un año, creamos una cuenta en Instagram para promover la lectura a través de reseñas amateurs de libros que nos han gustado particularmente. De manera muy intuitiva, le llamamos “@Lecturaparagozar”. Porque, ocurre que, cuando algo nos gusta, nos ha hecho bien, naturalmente queremos que otros/as pasen por lo mismo. ¿Quién sabe?, no por generosidad, tal vez para afirmar nuestra certeza. Y compartir esta certidumbre nos ha hecho darnos cuenta de lo bien que hace leer.

Para mi sorpresa, nuestra idea de “lectura para gozar” no es muy novedosa. Tanto así, que la lectura por placer o recreacional cuenta hace ya tiempo con una definición. Por ejemplo, en el Reino Unido, el Fondo Nacional de Alfabetización (The National Literacy Trust) la define como una lectura independiente, de ocio y recreativa; una lectura que realizamos por voluntad propia, anticipando la satisfacción que obtendremos de ella. ¡Y vaya que sí! Agregan, además, que la lectura recreativa puede ser calificada como juego, al facilitar una experiencia en la que, en un acto imaginativo, conocemos diferentes mundos, haciéndonos parte de un proceso creativo e interactivo. Esto es que, cada vez que leemos, damos vida a un libro y, de alguna manera, lo reescribimos en nuestra interpretación.

Con todo esto, pienso yo, es suficiente. Y, sin embargo, aún hay más. Leer por ocio hace bien; le hace bien a nuestro cuerpo, a nuestra salud mental y a nuestro estado de salud general. Por ejemplo, se ha demostrado que leer por placer puede contribuir a la reducción del estrés, incluso bajar la tasa de nuestra frecuencia cardiaca; puede mejorar nuestra capacidad de interpretar y comprender los estados mentales y emocionales de los otros, disminuyendo el malestar psicológico y mejorando nuestra capacidad para establecer relaciones satisfactorias con nuestro entorno; y, como si fuera poco, puede extender nuestras expectativas de vida ―las objetivas, pero también las subjetivas―. Como en el film “Todo en todas partes al mismo tiempo”, creo yo, cada vez que abrimos un libro y nos atrapan sus primeras palabras, nos aproximamos a una especie de metaverso (sepan disculpar mi entusiasmo).

Pero nada de esto funciona, si es que transformamos la lectura recreacional en una estrategia para sentirnos mejor. Haciendo esto, despertamos una odiosa paradoja. Convertimos otra vez la lectura en una tarea, le cobramos el tiempo invertido, leemos con ansiedad a la espera de sus efectos. Entonces no, porque deja de ser un juego, una revolución del ocio que preservamos arrancándole las horas, habitualmente extras, al trabajo, a las labores de cuidado, a las demandas del mundo no letrado. Leer y sus efectos, entonces, se nos dan gratuitamente, no porque hagamos un esfuerzo por ello.

Una vez que aprendió a leer, mi hija mayor ―y también su hermana menor―, se convirtieron en lectoras por placer, a pesar del plan lector del colegio y los controles de lectura. Tienen la fortuna de que en nuestra casa hay muchos de estos “juguetes” y, aunque no me constan los efectos en su bienestar de sus travesías en la ficción y la no-ficción, me alegra verlas, a veces, con sus narices entre las páginas, su placidez sosteniéndolas y recorriéndolas con sus poderes imaginativos.

En fin, ya estamos en abril, una vez más celebrando el Día Internacional del Libro, y mi deseo para todas y todos es un libro que les dé placer, que les regale ocio, y tal vez, aunque no lo tengan planificado, bienestar, salud mental, y muchas vidas.

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