Chile tiene una pena
Chile ya estalló y ya probó el lado oscuro de una muchedumbre sin destino, una que no transa pero que a la vez socava la institucionalidad. La implosión institucional del gobierno parece combinar perfectamente con una oposición alimentada con la mezquindad o con recalcar las imposibilidades del diálogo y los acuerdos.
Enrique Morales es cientista político
La incivilidad y la radicalización recorren nuestro país generando desconfianzas y confrontaciones. El dolor de toda fisura social es no saber reconstruir el camino de regreso a la unidad, a la amistad cívica y la cooperación social. Cuando los dirigentes, parlamentarios y líderes de opinión abonan a un ambiente de caricaturización, rudeza y vulgaridad perdemos todos y todas; la desconexión, la indiferencia o la agresividad selectiva ahondan una correlación peligrosa entre una ciudadanía activa pero radicalizada y una elite antojadiza, poco competente y cortoplacista.
Los ciudadanos de a pie buscan orientación y la buscan entre los dirigentes, periodistas o políticos de su sector. Muchas veces se decepcionan y otras tantas hacen eco de los discursos estridentes, populistas o apasionados; empezamos a construir atmósferas para sacar provecho, para consolidar épicas personalistas o simplemente para levantar circos que degraden al oponente. El combustible de la odiosidad hacia lo ajeno y la postura autocomplaciente hacia lo propio nos desvía de los verdaderos propósitos. Una política sin una finalidad societal, comunitaria o relacional es simplemente un ejercicio infecundo, una escenificación de gladiadores insatisfechos.
Chile ya estalló y ya probó el lado oscuro de una muchedumbre sin destino, una que no transa pero que a la vez socava la institucionalidad. La implosión institucional del gobierno parece combinar perfectamente con una oposición alimentada con la mezquindad o con recalcar las imposibilidades del diálogo y los acuerdos. Los llamados a la unidad, a la integración social, al mantenimiento de la gobernabilidad democrática, al fortalecimiento del Estado de Derecho siguen un hilo conductor y ese inescapablemente requiere de toda la sociedad.
La más peligrosa fragmentación descansa en la ciudadanía y la muchas veces esquiva civilidad; esa herida nos puede llevar a atrincherarnos, a rivalizar desde lo simplón y reduccionista. La proliferación de las tribus urbanas, de identidades supuestamente irreconciliables y el telón de fondo de una democracia algorítmica nos están empujando a un futuro dividido. Los actos de violencia política, el terrorismo y el deterioro de la clase política son un espejo negativo, son la evidencia que transitamos por una ruta autodestructiva. Todo ello, si bien nos entusiasma, cual barra brava, nos otorga una miopía que invisibiliza o torna borroso el objetivo que debiera guiar a la política con mayúscula.
Ante la trágica muerte de tres carabineros en Cañete, ante los vaivenes de una política parodiada en nuestro Parlamento y ante un gobierno que insiste en defenderse más que en defendernos y escuchar, es imprescindible retomar la senda de la corresponsabilidad. Todos los sectores políticos sin excepción, todos los ciudadanos, todos los liderazgos, la sociedad como un todo, desde el sentido más profundo de apego a valores y fines democráticos, debemos reaccionar.
La pirotecnia discursiva sobra, las ironías confrontacionales sobran, el incesante deporte de destruir al adversario sobra, la violencia política sobra, el populismo oportunista sobra y así en cada plano que ahonde nuestras heridas y diferencias. Basta de empujar a este país hacia un pasado irreconciliable, basta de empujarlo hacia un presente ideologizado o sumido en un pragmatismo ventajero. El dolor de toda muerte, de toda división, debiera transformarse en el dolor de cada uno de nosotros y nosotras. Los terroristas, violentistas, populistas y extremistas no contribuyen, no edifican, no nos encaminan a acuerdos, obstruyen la posibilidad cierta de un futuro común. Hoy Arauco tiene una pena, hoy Chile tiene una pena, ya es hora de mirarnos a los ojos y comenzar a reconocer, sanar y cicatrizar juntos.