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Protección de datos vs. publicidad invasiva: La necesidad de un equilibrio ético

En la reformulación de las leyes y constituciones, es crucial incorporar regulaciones específicas que aborden la protección de los datos personales y los derechos digitales. Actualmente, las legislaciones tienden a quedarse atrás, moviéndose a un ritmo desacoplado de la velocidad a la que avanza la tecnología, en gran medida debido a la influencia del lobby corporativo.

En un mundo inundado por la omnipresencia de la tecnología, la batalla por la protección de nuestros datos personales frente a la publicidad invasiva se ha intensificado. Cada día, al sumergirnos en el vasto océano de las redes sociales, dejamos tras de nosotros un rastro digital que, aunque inadvertido, es minuciosamente analizado y explotado por corporaciones cuya principal ambición es maximizar sus ganancias a costa de nuestra privacidad. La omnipresencia de la “letra chica”, esa que rara vez se lee, esconde un contrato unilateral donde el usuario entrega, sin pleno conocimiento, su información personal a cambio de un servicio “gratuito”.

La inteligencia artificial, con su capacidad para aprender de patrones de comportamiento, se ha convertido en una herramienta doblemente afilada. Por un lado, posee el potencial de mejorar significativamente nuestra calidad de vida; por otro, se ha utilizado para predecir, e incluso manipular, nuestras decisiones de consumo, promoviendo productos y servicios que, lejos de beneficiarnos, agravan condiciones de vida como la sedentariedad y dietas perjudiciales. En lugar de advertirnos sobre riesgos potenciales para nuestra salud, como podría ser el desarrollo de enfermedades crónicas derivadas de malos hábitos alimenticios, las empresas nos bombardean con publicidad de alimentos y actividades que perpetúan el ciclo de consumo insalubre.

La utilización de la tecnología y la información no debe ser una herramienta exclusiva para el beneficio económico de las corporaciones. Al convertirse en instrumentos del capitalismo de la información, estas prácticas socavan no sólo nuestra autonomía personal sino también nuestra dignidad, transformando nuestras vidas en espectáculos para el consumo ajeno, donde somos los únicos actores inconscientes de nuestra propia explotación.

Ante esta realidad, es imperativo que la ciencia y la tecnología avancen de la mano con principios éticos sólidos. Los gobiernos deben asumir un rol activo en la financiación y regulación de estos campos, garantizando que su desarrollo se alinee con el bienestar de la sociedad y no sólo con los intereses de lucro corporativo.

Permitir que sean las propias entidades tecnológicas y científicas quienes dicten las normas éticas es abrir la puerta a un futuro donde las grandes corporaciones determinan lo que es moralmente aceptable, guiando nuestras vidas hacia caminos que benefician exclusivamente a sus arcas.

En la reformulación de las leyes y constituciones, es crucial incorporar regulaciones específicas que aborden la protección de los datos personales y los derechos digitales. Actualmente, las legislaciones tienden a quedarse atrás, moviéndose a un ritmo desacoplado de la velocidad a la que avanza la tecnología, en gran medida debido a la influencia del lobby corporativo. Este desfase legal no sólo perpetúa la explotación de nuestra información personal, sino que también obstaculiza el progreso hacia una sociedad más justa y equitativa.

El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la posición de la Facultad Tecnológica de la Universidad de Santiago de Chile.


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