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24 de Junio de 2024

Expertise 2.0: Cómo sobrevivir y prosperar en la era de las máquinas inteligentes

El mal uso de las nuevas tecnologías siempre va a estar ahí y generará tragedias y conflictos, pero eso no es un problema de la tecnología, sino de nosotros y nuestros instintos.

Por Jorge Fábrega
AGENCIA UNO/ARCHIVO.
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Jorge Fábrega

es director en Tendencias Sociales de Datavoz y académico del Centro de Investigación de la Complejidad Social - UDD. @jorgefabrega

“¿Profesor, no ve usted un riesgo en que estas nuevas tecnologías se usen para causar daño?”, le preguntaron desde el público a Manuel Castells en una visita a Chile por allá en los años 90. Castells, sin mostrar ningún sentido de angustia o alarma por las posibles consecuencias dañinas de las nuevas tecnologías, respondió que cuando el humano crea una nueva tecnología, inevitablemente la va a usar.

Esto incluye tanto usos beneficiosos como dañinos. Por ende, asumiendo ese hecho, nuestro desafío permanente como especie es aprender a usar nuestras habilidades para que sus beneficios superen a los daños que generará.

Volviendo al presente, entre los beneficios de las nuevas tecnologías destaca que reducen sustantivamente las barreras para alcanzar expertise. Plataformas educativas en línea, sistemas de mentoría automatizados y simples interacciones con aplicaciones de inteligencia artificial como ChatGPT, Claude o Gemini han democratizado el aprendizaje, permitiendo que personas de todo el mundo adquieran competencias avanzadas rápidamente. Sin embargo, la tecnología que facilita el acceso al conocimiento también puede volver obsoletas las habilidades adquiridas. Por ejemplo, aprender una técnica mediante tutoriales de YouTube puede volverse inútil cuando una app de inteligencia artificial aplica la técnica de manera automática y sin errores. En un mundo de rápida innovación tecnológica, donde lo aprendido se torna rápidamente en obsoleto surge la pregunta: ¿Qué es valioso aprender? ¿Hacer el esfuerzo en convertirse en un experto, pero experto en qué?

Matt Beane, en su libro “The Skill Code”, argumenta que el problema no reside en la tecnología, sino en cómo la utilizamos y en la estructura de nuestras instituciones de aprendizaje y trabajo. La clave es reimaginar cómo desarrollamos y mantenemos habilidades, enfocándonos en tres aspectos medulares: desafío, complejidad y conexión.

Primero, las tecnologías emergentes deben crear entornos de aprendizaje que ofrezcan desafíos suficientes para fomentar el crecimiento en las habilidades sin causar frustración. Por ejemplo, los entornos de realidad aumentada permiten practicar habilidades en un entorno seguro antes de aplicarlas en el mundo real.

Segundo, la integración de tecnologías avanzadas no debe simplificarse en exceso, ya que esto puede reducir la necesidad de habilidades complejas, pero al sobre simplificar y perder esas habilidades, la persona o la organización va a perder capacidad de adaptarse a entornos cada vez más complejos. Por ello, los gestores deben procurar que las tecnologías complementen y expandan las capacidades de los estudiantes o del equipo de trabajo, promoviendo un aprendizaje continuo y adaptativo. Sustituir por máquinas es fácil. Formar es complejo. Un ejemplo es la cirugía robótica, donde los estudiantes de medicina aprenden a operar utilizando consolas de enseñanza que permiten una supervisión compartida, proporcionando una experiencia práctica crucial sin poner en riesgo a los pacientes.

Por último, la tecnología debe fortalecer las conexiones entre expertos y novatos, facilitando la transferencia eficaz del conocimiento acumulado por la experiencia. Beane destaca los entornos de aprendizaje colaborativo, apoyados por tecnologías como la inteligencia artificial, que pueden crear relaciones de mentoría más efectivas y accesibles, superando barreras geográficas y de tiempo.

Por lo tanto, volvamos a la pregunta: ¿Ser experto en qué? Pues en adaptarse, aprender y crear nuevos espacios para el desarrollo de habilidades y la generación de valor. Debemos estar abiertos al aprendizaje continuo, utilizando las herramientas tecnológicas para anticipar y preparar las habilidades que serán necesarias en el futuro.

El mal uso de las nuevas tecnologías siempre va a estar ahí y generará tragedias y conflictos, pero eso no es un problema de la tecnología, sino de nosotros y nuestros instintos. Por eso el temor al daño que las tecnologías pueden traer es inoficioso. Lo que debemos procurar siempre es aprovechar los espacios para nuevos desarrollos promotores de bienestar que van en paralelo a sus malos usos, y es responsabilidad de las personas aprovechar esos espacios para seguir desarrollando habilidades y creando valor.

En conclusión, el futuro de la expertise y el desarrollo personal en la era de la inteligencia artificial no está predeterminado. Aunque las habilidades específicas pueden volverse obsoletas rápidamente, la capacidad de aprender, adaptarse y conectarse con otros puede ser la clave para prosperar en este entorno dinámico. La tecnología, correctamente utilizada, puede ser un aliado poderoso en este proceso, ayudándonos a construir un futuro donde el desarrollo humano aumente.

Referencias:
Beane, M. (2024): “The Skill Code: How to Save Human Ability in an Age of Intelligent Machines”. Harper Business

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