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16 de Septiembre de 2024

La libertad es la justicia

La libertad es la justicia en el sentido mas concreto de la palabra. Ser justos por igual debe ser una exigencia para que quienes gobiernan promuevan una libertad responsable.

AGENCIA UNO/ARCHIVO.
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Guillermo Bilancio

es consultor de Alta Dirección.

La libertad, más allá de los lados ideológicos opuestos que le dan mil interpretaciones, es un concepto ineludible en cualquier relato político.

Desde la libertad entendida como la liberación de los pueblos del yugo capitalista, a la libertad del individuo para salvarlo del cerrojo comunista. Desde la libertad “liberal libertaria”, impulsada por quienes también prohiben o censuran (Desde Trump hasta Musk), hasta la libertad que plantean los gobiernos revolucionarios y que está condicionada por el estado represor que tales gobiernos representan. Es rara la libertad para unos y otros.

¿Que es ser libre? ¿Sentirnos libres en lo económico y presos en lo social? ¿Es hacer lo que queramos sin permisos y darle rienda suelta a la individualidad? ¿Tener nuestra propia ley o vivir sin ley?
Demasiados interrogantes, pero en lo que podemos (O debiésemos) coincidir, es que resulta difícil la libertad en la pobreza, en la ignorancia, en la desnutrición, en la falta de seguridad y de salud.
Pero un cuestionamiento más crítico aún, es pensar si es posible la libertad sin justicia.

Y así como hay mil versiones y percepciones de la libertad, la justicia no es ajena a este tratamiento.
Porque hay diferentes instancias de justicia, aunque quizás la más relevantes sea la justicia con impacto en lo social, eso que en definitiva se manifiesta en el trato igualitario de ciudadanos, organizaciones y empresas frente a quienes administran la ley.

Lo que es imprescindible comprender es el alcance del término “administrar” la ley, que es un concepto secundario al del “diseño” de la ley que va directamente asociado con la cultura, con la matriz histórica y, en definitiva, con aquellas fuentes que influencian y determinan ese diseño.

Pero una vez diseñada, la ley hay que gestionarla para que se haga justicia.

La gestión de la justicia está asociada a la estructura de un Estado que, en países democráticos, se sostiene en la independencia de poderes, lo que en esta parte del mundo parece una idea bastante manoseada, especialmente por las situaciones borrosas en las que se debe impartir justicia y también por la elección arbitraria de quienes son los que la gestionan, denominados “jueces”. Situaciones borrosas…¿corrupción?

Debemos reconocer que la corrupción es moneda corriente en la región, más allá de los relatos democráticos y de las intenciones de los gobiernos que se esfuerzan por mostrarse justos frente a actos que no sólo atentan contra la ley, sino contra la ética que debe regir la vida en sociedad.

El robo descarado y el robo disfrazado en evasión y coimas; el fraude electoral; el abuso de poder en situaciones que van desde el acoso sexual hasta el aprovechamiento sin límites de información privilegiada, son instancias en las que quienes imparten justicia estarían obligados a cumplir su rol con la independencia de intereses que permitan cuidar celosamente la equidad social. Porque las diferencias y la desigualdad, están reflejadas en la aplicación de la ley.

¿Quién aplica la ley y distribuye justicia? Creo que nos hemos dado cuenta que la independencia del poder judicial es bastante difusa por estos lados. En muchos casos, la democracia disfrazada hace que el propio poder ejecutivo sea quien gestiona la ley, aunque en las democracias que se suponen verdaderas también se ven empañadas por jueces amigos del poder que buscan preservar privilegios para unos interpretando la ley a su conveniencia, frente a la aplicación taxativa de la ley para otros de apariencia irrelevante. Sabemos que ese comportamiento es tan injusto como corrupto. Y es ese formato de poder que limita la libertad de todos.

La libertad es la justicia en el sentido mas concreto de la palabra. Ser justos por igual debe ser una exigencia para que quienes gobiernan promuevan una libertad responsable, que en definitiva es lo que se supone ético en una sociedad que, al asociar el manejo del poder con el abuso del poder, se resiente y acumula la intención de un caos previsible.

La educación termina con la ignorancia, la seguridad con el miedo, y la justicia con la corrupción y con los beneficios para unos en detrimento de otros. Sin ignorancia, sin miedo y sin desigualdad intencionada, podemos hablar de libertad.

Porque los relatos surrealistas son relatos de falsos profetas disfrazados de políticos que juegan a estadistas. La libertad y la justicia, no son un relato.

La libertad es justicia.

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