¿Tocamos fondo o es el principio del fin?
Estamos transformando en rutina la violencia, el crimen organizado, las balas locas, los portonazos, el encontrar cuerpos descuartizados.
Patricio Gajardo es analista político.
¿En qué tipo de sociedad estamos viviendo? ¿A qué situación estamos llegando, es el tipo de pregunta que debemos atrevernos a hacernos como país?
Estamos transformando en rutina la violencia, el crimen organizado, las balas locas, los portonazos, el encontrar cuerpos descuartizados, tal como un drogadicto o un alcohólico, prefiere debatir otros temas, antes de enfrentar cara a cara el problema, y eso es lo nos hizo ver el ataque bárbaro al CESFAM de Puente Alto.
Recordemos los hechos, porque lo ocurrido esta semana en Puente Alto debería estremecer al país.
Primero se produjo una guerra entre bandas que terminó con un muerto, un hombre de 44 años, que ni siquiera fue noticia.
Sus compañeros, junto a familiares y amigos, comenzaron los preparativos para enterrarlo. Pero, en medio de esas labores, aparecieron los enemigos de la banda y comenzaron a atacar a los deudos con armas automáticas, disparando al menos 150 veces.
Producto del baleo cayó muerto un adolescente de 17 años y quedaron gravemente heridos, entre otros, sus hermanos de 13 y 11. Trasladados a un consultorio, fueron perseguidos por los delincuentes, quienes presumiblemente querían completar los asesinatos de los niños. Al llegar al lugar de atención, amenazaron a los funcionarios con metralletas, diciéndoles que si salvaban la vida de los heridos ellos “reventarían el consultorio”.
Cuando los heridos fueron trasladados al Hospital Sótero del Río, los asesinos persiguieron la ambulancia para intentar alcanzarla y rematar a los heridos.
Luego de los hechos, el CESFAM suspendió sus actividades, pues, en palabras de la presidenta de los funcionarios, “no se puede trabajar así”. A las horas, apareció quemado el automóvil de los delincuentes, buscado por robo.
Según el alcalde de Puente Alto, las autoridades del gobierno central que examinan las cifras, con escaso contacto con los vecinos, concluyen que en ciertos lugares los delitos violentos están disminuyendo por la reducción de las denuncias, desconociendo que es tal el temor en que viven en algunas comunas, que no se atreven a formular denuncias.
La sola narración debiera ser suficiente para inquietar a todo el país y conducir a un acuerdo para frenar la acción delictual fuera de control.
Pero sale más fácil cerrar los ojos y no asumir la realidad, cuando todos los días escuchamos denuncias de vecinos que no pueden dormir por los disparos, o que las escuelas suspenden sus actividades ante los funerales narco -en este caso, de Puente Alto se cerraron un liceo y un jardín infantil- y los consultorios también se vieron impactados. Se suspendieron las actividades lo que afectó a quienes correspondían control ese día, los enfermos cardiacos.
Cada cierto tiempo las autoridades y la sociedad creen haber llegado a un punto en que no se puede continuar sin poner término a esta lacra.
Son territorios que parecen tener sus propias leyes, donde el Estado de Chile tiene poca injerencia. El avance de estos grupos se ha comparado con el cuento de la proverbial ranita que va tolerando gradualmente el calor, sin percatarse del peligro, tal como los chilenos hemos ido aceptando la violencia criminal.
Cristián Warnken en una carta al alma de Chile, resume de manera estremecedora el abismo en que hemos caído: “Todos los días crece la cifra de muertes. No crece la cultura, ni la economía, ni la educación… Sólo la muerte se vuelve fértil en estos días… Hay que decirlo, escribirlo, gritarlo y llorarlo. No resignarse, ni abdicar”.