
La ley dice que el posnatal es irrenunciable, es decir, que no es optativo, que sí o sí se debe cumplir. Pero eso, para nada más y nada menos que la presidenta de la Cámara de Diputados, Karol Cariola, da lo mismo.
Pero, ¿realmente la diputada quería torcerle la mano a la normativa vigente, más aún a una que, con toda razón, fue legislada, aprobada, promulgada y publicada como un paso más en el siempre empinado camino de equidad de derechos entre mujeres y hombres?
Es obvio que Cariola no estaba pensando en incumplir la ley, capaz que ni siquiera sabía que lo estaba haciendo, porque también es igual de obvio que llegar al Congreso con su hijo de apenas 8 días en los brazos tenía otro objetivo, buscaba generar otros efectos. El más evidente: victimizarse.
¿Y victimizarse para qué? Todo indica que hay mucho más paño que cortar o, si se quiere, más chucherías asiáticas que importar, en la trama que vincula a la parlamentaria con empresarios de origen chino.
Daba lo mismo que la pareja de Cariola y padre de la criatura, el también diputado Tomás de Rementería, estuviera ahí mismo en el hemiciclo, a poquitos metros de distancia, porque llegar con la guagua recién nacida en los brazos era una muy buena forma de que la atención estuviera puesta en el lactante –y en el sacrificio de su madre- y no en las explicaciones que la diputada no ha querido dar de sus gestiones ante su compañera de partido Irací Hassler para interceder en favor de empresarios chinos que, al menos en el caso de uno de ellos, según propia confesión de Cariola en los ya famosos chats de WhatsApp con la ex edil, la apoyó en alguna de sus campañas.
Todo se ve mal. Claro, porque más allá de la siempre incomprensible defensa del PC a la dictadura comunista en China, uno al menos creía que lo hacían por el partido, en honor y homenaje a Mao, y no por algo más.
Con los vínculos con estos poco glamorosos emisarios de oriente, tal vez uno puede encontrar otras explicaciones a esa defensa de bajo decoro, pero persistente que la diputada Cariola ha hecho de la tiranía china y que tuvo uno de sus últimos episodios en un programa de debate político, en el que el periodista Daniel Matamala no podía entender cómo la parlamentaria se negaba a calificar a China como lo que es, una dictadura.
Tanto favor, tanto viaje, tanto vaya a saber uno qué más, le hicieron perder el pudor a Cariola.
Y si todo ya no fuera demasiado impresentable o vergonzoso, nos enteramos gracias a la prensa y no a su “total colaboración con la investigación”, que el departamento en el que vive y que fue allanado el día que nació el pequeño Borja, es de propiedad de otro empresario chino que ha sido investigado por contrabando de armas y otras finezas.
Primero mandó el recado de que no sabía quién era el arrendador, después mandó otro mensaje que decía que ahora sí se acordaba, que todo estaba en regla, a precio de mercado, pero que igual se terminaba el arriendo.
Después supimos que el mediador entre ella y el dueño del inmueble -entregado en un muy conveniente canon mensual- era, ni más ni menos, que el mismo por el cual Cariola pedía favores. (¿Pero no se suponía que no sabía?).
De seguro va a seguir la victimización, se sumarán las acusaciones de machismo y evidentemente de anticomunismo, que es la tecla que siempre tocan en el PC cuando se les cuestiona su casi nulo respeto a la democracia ante su permanente decisión de pararse al lado de algunas de las dictaduras más crueles y sanguinarias de los últimos 100 años.
No se trata de ser anticomunista, ni machista, se trata de que todo indica que la presidenta de la Cámara de Diputados no nos ha contado todos los episodios y protagonistas de esta trama asiática.