
El siglo XXI, especialmente en lo que a tecnología informática se refiere, ha generado una nueva división de clases: los nativos digitales y los inmigrantes.
Los nativos nacieron con el celular, las redes, el modo selfie, la cultura Tik Tok, y con cierto desprecio por las noticias generadas desde medios tradicionales. Esos nativos viven su propio mundo encontrando un medio de comunicación transversal y democrático en el que todo vale con tal de obtener un “like”.
Los inmigrantes son las generaciones que, más allá de la edad y el nivel socioeconómico, ve con cierto espanto y también con ansiedad la posibilidad de insertarse en un mundo que los ha apartado y en el que deben disfrazarse para poder ser parte.
Estar o no estar en el ruedo, o jugar otro juego.
En la política, dónde la construcción de un relato a partir de las ideas y dónde la comunicación es la esencia de quienes buscan alcanzar una cuota de poder, este nuevo juego de medios y de generaciones nativas digitales han transformado, sin juzgar si es para bien o para mal, ese espacio reservado en otros tiempos analógicos para la dialéctica.
Hoy el político debe asumir el reto de replantear su discurso y un plan de comunicación tradicional que en un minuto le permitan seducir a los desinteresados que habitan en un espacio que no es más confortable para los que no viven en él.
Es así que vemos candidatos en campaña (y presidentes) autoreferenciarse en las redes, con frases de 140 caracteres o videos prearmados que proponen un menú de ofertas y fuegos artificiales solo para llamar la atención. Es decir, transformarse en influencers sin ser nativos digitales.
La campaña de los nuevos representantes de la extrema “derecha” en el mundo, y para ser más cercanos la de Javier Milei en La Argentina (apreciado por la extrema derecha chilena), es una muestra del poder del medio por sobre los grandes planteos programáticos.
En Chile está ocurriendo algo similar, en una campaña cuyos candidatos intentan explotar las redes mimetizándose con discursos extremos que suponen motivar y ser atractivos para una nueva generación cansada y aletargada de una realidad que le parece frustrante.
La batalla instalada en los redes y medios digitales, la que tanto Kaiser como Matthei intentan dominar con sus expresiones de firmeza y de crítica mostrándose como alternativas para ser gobierno, es una batalla perdida si no se diseña el teatro de operaciones adecuado.
En tal sentido, vale la pena destacar que el éxito comunicacional logrado por Milei no se debió a su propia exposición en redes, sino a la construcción de un “ejército digital” (Trolls) que elevaron su figura y lo transformaron en un influencer.
La clave es ser influencer antes que candidato.
Ese ejército, que tiene hoy una estructura organizacional, no sólo opera en La Argentina, sino que también apoya desde las redes a potenciales candidatos afines a Milei, o criticando violentamente a lo que ellos mismos denominan “tibios”. El ejército digital es global.
Por ejemplo, cuándo en Uruguay el Frente Amplio ganó la última elección, los “trolls” libertarios de Milei criticaron violentamente al entonces presidente Luis Lacalle Pou, haciéndolo responsable de la derrota de la “derecha” tildándolo de socialdemócrata, “zurdo”, o tibio. Lacalle respondió con altura el embate señalando que, en estos tiempos confusos y violentos, hay que tener coraje para ser “tibio”. Y tiene razón.
¿Es de esperar el desembarco del ejército digital libertario en la campaña presidencial de Chile? Claro que sí, y es lo que llevará a Kaiser a ser competitivo frente a Matthei, que si no encuentra un relato convincente en lugar de ofertas sueltas de seguridad y economía, puede verse enredada en la telaraña de los extremos.
La sociedad y el ciudadano común chileno no necesitan promesas de mejora para el bolsillo y para tener la tranquilidad de caminar por las calles, lo que necesita es creer en el que se lo dice, o en aquellos que hablan de las virtudes del candidato, es decir, su propio ejército.
¿Por qué Matthei? ¿Por qué Kaiser?
Los problemas para abordar son los mismos. El modo debiese ser diferente, aunque parece que se mimetizan en un extremo que parece atractivo.
¿Podrá Matthei retomar la prudencia y evitar la tentación de plantear “mano dura y motosierra” tal como sucederá con la apuesta de Kaiser?
¿Tendrá Matthei la valentía de diferenciarse por ser “tibia” frente a los fanáticos extremos digitales?
Los medios evolucionan y cambian, pero lo que no cambia en política es contar con un relato simple y sintético que responda a una simple pregunta que el candidato debe hacerse: ¿Por qué yo?