
¿Qué tenía que pasar para que el presidente Boric dijera que Sebastián Piñera había sido “un demócrata desde la primera hora” y hasta le hiciera guardia de honor el día de su velatorio? Era poco probable, más aún si meses antes había voceado que lo perseguiría sin descanso.
Lo que ocurrió no es muy conocido: la noche anterior al accidente, el 5 de febrero, y de manera completamente inesperada en medio de las vacaciones, Gabriel Boric llamó a Sebastián Piñera para hacerle una consulta política. Eran pasadas las 9 de la noche. Piñera, el hombre con suerte, rápidamente asintió a lo planteado. Piñera, el hombre de negocios que ve oportunidades cuando el resto pavea, sacó del sombrero un plan que estaba preparando para marzo, no podía perder su momento. Ofreció poner a disposición su equipo de reconstrucción del terremoto y aprovechar esa experiencia para el plan que se requeriría después del dramático incendio de Valparaíso que costó la vida a 137 personas. Boric lo dejó en contacto con su ministra, sin saber que era su última conversación y que al día siguiente se produciría la tragedia.
Sin mayor riesgo a equivocarse, esa cadena de hechos fortuitos impactó en el presidente Boric de tal forma que vinieron los honores.
Este pequeña anécdota histórica expone hasta qué punto hay hechos inesperados y exógenos que, si bien no cambian el rumbo de las cosas, a veces ayudan a corregirlo y sacar ventaja.
Se podría decir que en política también corre el popular “nadie sabe para quién trabaja”. Por eso se me vino a la cabeza e hice la asociación libre con Gonzalo Winter, el hombre con suerte. La lealtad con su compañero Gabriel, a quién acompañó en una aventura política veinteañera en Magallanes, le ha traído rédito. Quizás, como Piñera, vio ahí una ocasión que no dejó pasar.
Winter no era el vocalista de la banda juvenil, era más bien el tramoya, pero luego ascendió a asesor parlamentario, más tarde le dieron un cupo para acompañar a Jackson y con el 1% salió arrastrado como diputado por Santiago. Pero cuando le tocó pararse frente del público, sacó la voz y demostró que lo suyo era más que azar. En su reelección tras cuatro años, raspó la mayoría nacional. Y eso no se vende en la botica.
Algunos dirán que ahora Winter sacó del sombrero esta precandidatura presidencial porque otros no quisieron. Pero lo cierto que si bien tuvo suerte, aquí cabe otro dicho popular: “mientras más entreno, más suerte tengo”, que no es otra cosa que el desmentido de que basta con la suerte. Winter se atrevió a aceptar la candidatura, se echó al bolsillo los memes y el mote del ser Plan B y se instaló como “continuista” de un gobierno mayoritariamente desaprobado y con muy poquito que mostrar.
Pero otra vez la suerte llamó a su puerta, quizás como premio a su lealtad.
Una vez nominado y completamente posicionado de su papel -ya sin aro y con la corbata que lo pone en el rol del frenteamplista que maduró-, se produjo la división del socialismo democrático, la grieta entre pepedés y socialistas, lo que sin duda le genera un escenario que no calculó pero que lo tienen tomando clases de excel.
Las ganas y la vocación de poder es otro rasgo común entre Winter y Piñera, además comparten recuerdos de los columpios y del patio de su colegio común. ¿Terminará Winter en La Moneda?