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La Iglesia Católica y las relaciones internacionales

Más allá de la pertenencia a la Iglesia Católica o de compartir esa fe, así como del carisma y legado del Papa Francisco que pueden haber motivado a nivel personal la asistencia de alguna de estas altas autoridades, hay sin duda una dimensión política y de relaciones internacionales que es ineludible en esta coyuntura respecto de la propia Iglesia Católica, pero también en relación con las religiones en general.

Con motivo de la reciente muerte y exequias del Papa Francisco, cabeza de la Iglesia Católica, ha quedado en evidencia la influencia de esta en los asuntos del mundo, partiendo por la concurrencia de jefes de estado y gobierno a la ceremonia fúnebre. Fueron como 130 delegaciones extranjeras, incluyendo a los principales gobernantes como Trump, Macron, Starmer, Lula da Silva, Scholz, Meloni, así como la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, la presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola y los jefes de estado de numerosos otros países. El presidente de Argentina, Javier Milei, asistió con una importante delegación. Finalmente, y a pesar del complejo cuadro en su país, también concurrió el presidente de Ucrania, Volodymir Zelenski.

Incluso los que no viajaron mandaron conceptuosos mensajes de pésame, como el propio presidente ruso Vladimir Putin.

Más allá de la pertenencia a la Iglesia Católica o de compartir esa fe, así como del carisma y legado del Papa Francisco que pueden haber motivado a nivel personal la asistencia de alguna de estas altas autoridades, hay sin duda una dimensión política y de relaciones internacionales que es ineludible en esta coyuntura respecto de la propia Iglesia Católica, pero también en relación con las religiones en general.

Desde la perspectiva teológica católica, la iglesia fue fundada por el mismo Cristo para expandir su mensaje y hacerlo realidad en el mundo. Su primer papa fue uno de sus apóstoles, Pedro, encargado directamente por Jesús (“Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, Mateo 16-18). Siempre desde esa perspectiva de fe, la sucesión de Pedro ha sido perpetuada por la elección de los cardenales que son los herederos de los apóstoles. De esta forma, la iglesia católica lleva más de dos mil años con una línea ininterrumpida de papas.

Esta característica de contar con una sola cabeza la hace única entre las religiones más importantes y por supuesto que desde la óptica mundana otorga a quien dirige a la iglesia católica una gran influencia. Evidentemente que esa influencia y en ocasiones derechamente poder ha variado a lo largo de los siglos, con altos y bajos, pero siempre ha sido un factor relevante en los asuntos mundiales.

Alguna vez Stalin preguntó burlonamente cuántas divisiones tenía el Vaticano y hoy esa pregunta en un mundo que regresa al poder fundado en las armas y en la economía, se vuelve a hacer presente. La respuesta al mismo Stalin, que por supuesto no escuchó ni presenció en vida, fue la caída del imperio que había construido, siendo el papa Juan Pablo II un actor relevante en ese derrumbe mediante la movilización que impulsó en las sociedades de la Europa oriental, en busca de recuperar su libertad incluyendo la religiosa.

Y es que la Iglesia Católica tiene por tarea principal defender la dignidad y los derechos de la persona humana velando por su desarrollo integral y la orientación espiritual, y todo gobernante, especialmente los autoritarios, saben que esa dimensión puede ser una fuerza inspiradora imparable. La fe de las personas se plasma en unas normas de comportamiento que tienen consecuencias sociales y estas a su vez inciden directamente en el campo político.

Más allá de su feligresía, que representa unos mil quinientos millones de personas, en los ámbitos cultural y moral la iglesia católica ha marcado profundas huellas en el mundo que van desde el arte hasta las instituciones y leyes, incluyendo el desarrollo de los Derechos Humanos.

Por eso concurrieron las más altas autoridades al funeral, independientemente de su credo. Solo desde la perspectiva del poder terrenal, estar en esa instancia y mostrarse, más allá insisto de la dimensión íntima del mandatario en cuestión, implica de alguna manera cortejar el apoyo de los católicos en sus países o indirectamente el beneplácito de la opinión pública o de gobernantes cristianos.

A pesar de su carácter divino por su fundación, la Iglesia Católica, como sabemos, al estar compuesta por seres humanos no está exenta de la tentación del poder y la elección de los papas, así como sus magisterios, frecuentemente han tratado de ser inducidos o influenciados en función de los poderes y dinámicas del momento, tanto desde adentro de la institución como desde afuera. En esa línea son innumerables los ejemplos a lo largo de la historia y vemos como ahora también se hacen análisis y probablemente gestiones para que salga uno u otro candidato o se imponga una u otra tendencia, desde las lógicas del poder de este mundo.

Pero más allá de esa realidad y de su juego asociado, en un contexto global donde cunden la incertidumbre y la inseguridad con el desmantelamiento de redes de solidaridad y de gobernanza común, así como el relativismo ético y moral asociado a la maximización del provecho nacional y personal de los más poderosos, las personas buscan una guía de esperanza y justicia, volviendo por lo tanto sus ojos hacia lo divino. Es en ese plano donde las religiones tienen un muy relevante papel que jugar, por supuesto que a la iglesia católica le cabe un rol de primera línea.

Más que nunca se requiere alzar la voz y movilizar a las personas para ponerlas en el centro junto con su dignidad. Ante el vacío que dejan la fragmentación y la disolución de la gobernanza universal, así como los gigantescos desafíos que enfrentamos como humanidad, urge un referente que señale las prioridades en atención al mandato divino y a la naturaleza humana.

Frente a tantos males como el avance de los autoritarismos, las guerras, el crimen, la depredación de la naturaleza, el cambio climático y el aumento de las inequidades, necesitamos reforzar los valores y principios inherentes a la condición humana y eso implica inspirarse en su Creador. Por lo mismo, creo que la concurrencia transversal y masiva de los gobernantes en las exequias papales también expresa en muchos una intuición profunda de esa necesidad de guía trascendente.

Para los que tenemos fe, sabemos que Dios nunca abandona a la humanidad a pesar de que pueda escribir recto en renglones torcidos.

El Papa Francisco fue electo en un cónclave en que prácticamente todos los cardenales habían sido nominados por Juan Pablo II y Benedicto XVI. Desde la lógica humana y de los cálculos políticos, su elección no hubiera sido posible, pero sucedió y abrió las puertas de la Iglesia a nuevos aires y con un énfasis en la participación de los fieles.

Ahora esperamos saber quién será su sucesor y cuál será la contribución de la Iglesia Católica al sistema internacional en los próximos años. A pesar de todas nuestras dudas y zozobras, no podemos olvidar la promesa de Cristo fundador de esta iglesia: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia” (Mateo 20, 28).







El Eternauta y chamán

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Gonzalo Saavedra