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Lo que necesitamos, según Peña

Desconfía de las emociones y cree que son un peligroso factor político. De ahí su advertencia a las elites: esforzarse por producir sensatez. De lo contrario, dice, “estamos perdidos”. Aquí el rector y columnista sostiene que lo más probable -o lo que él quisiera, tal vez- es que la elección presidencial se juegue entre Evelyn Matthei y Carolina Tohá.

Carlos Peña es un hombre a ritmo propio. No se apura. Maneja los cambios de tono, las vueltas de ideas, el despliegue de sus argumentos, el control de las emociones. Carlos Peña puede hablar de todo, menos de su vida personal. Esa es una esfera intocable, un verdadero claustro.

De su mundo interior se sabe poco. Se sabe, por ejemplo, que su infancia transcurrió en el centro de Santiago, que su abuela materna -una profesora normalista- influyó en despertar su inquietud intelectual y que fue un alumno destacado en el Liceo de Aplicación.

Se sabe también que el abogado Carlos Peña, quizá el columnista más influyente del país, está casado y tiene 4 hijos, uno es de su primer matrimonio. No tiene especial interés por la vida social. Menos, mucho menos, por ser parte de los espacios donde se reúne la élite. Sólo asiste si se trata de debate de ideas en torno a la sociedad.

Parece hosco, sumamente serio, pero se ríe con franca espontaneidad.

Tiene 65 años, es abogado y doctor en filosofía. Hizo sus estudios universitarios en la Universidad Católica y desde el 2007 es rector de la Universidad Diego Portales, además de un prolífico escritor. Tiene casi una docena de libros publicados. Es un buen polemista. Casi provocador. Se mueve bien en esas aguas.

La Influencia

¿Es usted un conservador? A ratos da esa impresión. Hace poco planteaba en una columna que los candidatos presidenciales debían tener raíz en los partidos tradicionales. ¿Por qué?

Entiendo que se vea así, pero no soy conservador para nada. O sea, creo que hay dos maneras de ser conservador. Una consiste en atender las variables que configuran la vida social. Y decir: “Mire, la nación importa. La escuela importa. La familia importa. Y cometemos un error cuando creemos que son meras asociaciones de autonomía individual”. Otra manera de ser conservador, en cambio, es proclamar valores
conservadores. Es decir, la gente no debe tener derecho a elegir su vida sexual, tenemos que disciplinar las costumbres, tenemos que conservar las tradiciones. No, yo no soy conservador en ese sentido, por supuesto que no.

¿Pero sí hay en usted un anhelo por recuperar el orden antiguo?

El orden simplemente, ¿por qué “el orden antiguo”? Me parece que la labor de cualquier persona que intervenga en la esfera pública es ser responsable. Yo no escribo para satisfacer lo que a mí me parece mejor. Escribo para decir lo que creo que es racionalmente mejor. No soy un columnista partisano. No escribo para promover las cosas que me apetecen o mis preferencias personales. ¡Por favor!

¿Está consciente de la influencia que ejerce?

Es lo menos relevante para mí. Yo escribo honestamente y lo hago expresando lo que me parece que es mejor racionalmente. Incluso, muchas veces lo que es racionalmente mejor, no coincide con lo que espontáneamente creo.

¿Y cómo resuelve esa dualidad? ¿Le puede pasar no estar de acuerdo con lo que piensa,
por ejemplo?

Bueno, todos los seres humanos tenemos, por decirlo así, puntos de vista espontáneos, deseos que brotan en nosotros, pero lo propio de un ser humano es someter esos deseos a control racional. En eso consiste pensar… No en decir lo que yo creo o lo que me gusta. No, no. Por eso, cuando escribo mis columnas, ofrezco razones. Y si alguien piensa que me equivoco, bueno, que me dé mejores razones. Estoy abierto a discutirlas, por supuesto.

Aunque diga que la influencia no es relevante, sabe que lo es. ¿Eso lo condiciona de
algún modo?

Es tan difícil explicarlo sin parecer presuntuoso… Yo trato de ser fiel a lo que pienso, independientemente de cómo se lea. Y menos en poner atención a qué dirán las redes sociales. ¿Cómo va a ser sensato estar alerta a lo que dice la gente? De mí han dicho de todo. He recibido motes de la más diversa índole. Me importa bastante poco en verdad.

¿De verdad el tema de la influencia le da lo mismo? Para muchos es muy importante, casi una meta…

Sé que objetivamente puedo influir, pero no me percibo a mí mismo como una persona influyente, para nada. Además, yo no soy así…

¿Y cómo es?

Soy una persona extremadamente corriente.

La estrechez

En este Chile post-estallido y post-pandemia, ¿hay cosas que le resulten frustrantes?
Finalmente, ¿que nos dejó todo ese proceso?

Creo que la situación chilena no se puede comprender ni describir cabalmente sin compararla con antes de octubre del año 2019. Hasta poco antes, todo parecía ir en una dirección radicalmente distinta. Chile parecía haberse encaminado en un proceso de modernización capitalista. Luego irrumpen los acontecimientos que ya sabemos, pero que todavía no hemos acabado de entender totalmente.

¿No?

No. No sabemos exactamente qué pasó. Lo que sí sabemos es que torció -ya veremos si
transitoria o permanentemente- el curso histórico que traía la sociedad chilena.

¿Por qué se torció?

Porque asomaron problemas que nos habíamos esmerado en no ver, como el tema habitacional, por ejemplo, que es un problema muy severo. Pero además, los grupos medios que habían empezado a florecer y que aún persisten, ahora han sido empujados a vivir en mayor precariedad. Y, bueno, el debate público se ha estrechado, como era previsible.

¿Eso quiere decir que se ha polarizado?

Más bien creo que se ha empobrecido. Todo gira en torno al tema de la seguridad. El Gobierno, por su parte, tampoco aporta demasiado. Es un gobierno que, en su fisonomía, se apartó totalmente del discurso con que originalmente accedió al poder. Además, con un Presidente más bien figurativo, que no tiene el control ni el manejo del Estado.

Entonces, ¿se ha funcionado por inercia?

No. Ese control lo tenía Carolina Tohá, sin ninguna duda. Lo dijo bien Eugenio Tironi, que ella fue la ministra del Interior más poderosa que ha existido desde la transición. Prácticamente, se hizo del Estado. Pero claro, asumir eso es una confesión de que el Presidente Boric, con todo el talento político que tiene, no conocía el manejo del Estado y mostró una cierta incompetencia, una cierta incapacidad para conducirlo. En medio de este problema estamos.

¿Y en qué se evidencia la estrechez en el debate?

En lo fundamental, insisto, en que el debate público está muy centrado en los temas de la seguridad… que es muy relevante, pero es un error reducir todos los problemas a eso.

¿No es acaso la respuesta de un mundo político desprestigiado que tiene que esforzarse por recoger los temores de la ciudadanía?

Eso es extremadamente peligroso. Lo que ha ocurrido durante el gobierno de Boric es que por impericia -inicialmente por descuido y en parte importante por razones ideológicas-, la cuestión de la seguridad no fue predominante. Ni en el discurso del Frente Amplio ni en la izquierda en general. Este era un problema.

¿Será que no lo veían?

Más bien, creo que esta izquierda generacional ha tendido a considerar las cuestiones de seguridad pública, de delincuencia, como fruto de la injusticia social. De algún modo, piensan que si aminoramos la desigualdad, brotará en nosotros un ánimo más cooperativo. Es una visión un poco ingenua.

¿Por qué?

Porque le atribuyen al Estado funciones más bien redistributivas olvidando que una función central del Estado es la producción del orden. Una sociedad democrática debe producir respeto por las reglas, una conducta cotidianamente cívica, una mejora en las experiencias sociales. Esa dimensión de las cosas se olvida, se ensombrecen, cuando sólo se habla de seguridad como si fuera una cuestión netamente policial.

Las emociones

Usted insiste en subrayar la racionalidad, pero pareciera que lo que prima hoy es la emocionalidad…

Ser un político responsable no consiste en atizar las emociones de la gente ni exacerbar el ánimo ciudadano, sino que en introducir, en inocular racionalidad a la vida social. Creo que Carolina Tohá es una política responsable. También lo es Evelyn Matthei. Ellas podrían orientar racionalmente la vida social. La gente lo olvida, pero la vida social descansa sobre la represión de las emociones.

Pero eso va en contramano con lo que estamos viviendo…

Cierto, pero hay que apelar a la responsabilidad de la gente. Una sociedad que se dedica solamente a atizar el fuego de la sensibilidad, de los miedos cotidianos, termina muy cerca del fascismo, del autoritarismo. El Estado de Derecho, la existencia de reglas, de poderes independientes, son creaciones muy frágiles, pero permiten que las sociedades humanas escapen de la animalidad.

¿Y en eso hemos retrocedido?

Muchísimo. El punto es que las sociedades no pueden funcionar decentemente sin minorías que actúen con sentido de la responsabilidad. Y convengamos que si seguimos por ese camino, alimentando el conflicto, agitando el ánimo ciudadano, fomentando la visión gruesa de los problemas, reduciéndolo todo a un solo factor, sin ver la complejidad de la vida social, estamos deteriorando las bases mismas de la vida social.

¿Se ve difícil?

Muy difícil, pero ése es el desafío. Le insisto: la política no consiste en amplificar lo que siente espontáneamente la mayoría. Los fenómenos de masas son finalmente irracionales. ¿Cómo va a ser sensato seguir amplificando lo que la gente espontáneamente cree?

¿Una figura como Johannes Kaiser sería la amplificación de esa emocionalidad?

Johannes Kaiser me parece un tipo bastante inteligente, con un discurso muy articulado, sorprendentemente articulado. Muy frío, no se deja llevar por las pasiones. Es un hombre compuesto en general, conceptualmente extremo, pero formalmente compuesto. Pero, claro, él tiene una visión de la vida social que me parece totalmente errada.

Por ejemplo…

Él piensa que la tarea principal del Estado es producir seguridad. Me parece un simplismo alarmante. Acepto que eso resulta muy atractivo para las personas. O sea, para las masas, para las audiencias que ven los matinales y que escapan del horror doméstico leyendo tonterías, este tipo de discurso es muy atractivo. Pero no podemos aceptar que eso ocurra.

¿Y cómo se hace?

Necesitamos minorías políticas capaces de oponerse a eso.

¿Minorías?

Siempre la racionalidad en estos procesos es minoritaria. Por eso, necesitamos minorías que se esfuercen por imponer cordura y ayuden a instalar máxima racionalidad.

Cuando lo que ronda es el temor, el miedo, ¿se puede imponer racionalidad?

Bueno, ese es el deber de la política. El gran miedo que acecha hoy a los sectores medios es la precariedad. El viejo temor de vivir a la intemperie. No es sólo un miedo a la delincuencia. También hay temor a perder la trayectoria vital. Por eso digo que la política tiene que producir orden, pero también seguridad en los proyectos personales. O sea, la seguridad física de la gente es muy importante, pero hay otros múltiples aspectos de la vida social que son fundamentales. La igualdad educativa que hemos olvidado, por ejemplo. Seguimos teniendo un sistema escolar estructurado al compás de las clases sociales y en que la cuna sigue siendo el factor determinante. ¿Acaso eso no es digno de
ser modificado?

Quizá para cambiar esas cosas es que la gente apostó por una nueva generación
política…


A ver, yo creo que el ascenso del Frente Amplio, o más bien el triunfo de Gabriel Boric, fue bastante accidental. Sé que esto suena feo, pero así como hay héroes accidentales, él es un Presidente accidental. Boric ha hecho esfuerzos por elevar su estatura. No quiero aminorarlo, pero no cabe ninguna duda que la ideología del Frente Amplio, la descripción que hacía de la sociedad chilena, los diagnósticos que formulaba, los énfasis que ponía, se han demostrado todos errados. Y han sido fatales para el proyecto de la izquierda en Chile.

¿Incluye a toda la izquierda?

A ver, históricamente, la izquierda siempre fue universalista. En cambio, la izquierda generacional que hemos experimentado -casi digo padecido- en el último tiempo, fragmenta la vida social en múltiples y pequeñas identidades, sin atender a la situación vital que todos compartimos.

Y en esa perspectiva, ¿qué izquierda debe encarnar Carolina Tohá?

Ella encarna una izquierda distinta. Está entre el mundo de la Concertación, donde es hija, con este mundo del Frente Amplio, donde ella desplegó al gobierno. Entonces, más que saber qué izquierda representaría, Tohá debiera preguntarse, y confío que lo hará, qué es lo mejor para los ideales tradicionales de la izquierda y para los problemas que realmente padece la sociedad chilena hoy día.

¿Tiene usted la respuesta?

La respuesta a esa pregunta es que para Chile, lo único razonable de ser propuesto por la izquierda es un proyecto socialdemócrata.

¿Sacudirse del lastre del Frente Amplio, como lo dijo alguna vez?

Sí, y lo sigo creyendo. Me refiero a sacudirse del peso ideológico del Frente Amplio, de esa manera reduccionista, errada, de describir la vida social. La gente se hartó de estas descripciones que hablan de territorio, de identidades, que reducen todo a los problemas de las minorías, como si la ciudadanía -como un espacio compartido- no existiera.

¿No es un poco injusto poner a Tohá como el verdadero centro de poder del gobierno?

No lo es. Si uno revisa quiénes han tenido el manejo del Estado, no cabe duda de que ella ha sido la que ha demostrado tener mayores competencias para manejarlo. Es la que mejor procesa discursivamente los desafíos que el Estado experimenta; la que tiene el mayor ascetismo a la hora de reaccionar ante los conflictos. Digámoslo claramente: Carolina Tohá ha sido realmente quien ha tenido en sus manos buena parte del manejo del Estado en los últimos años.

¿Lo ha sorprendido?

No, no. Siempre me ha parecido una mujer muy inteligente. Y creo que muy pronto estaremos en presencia de una elección presidencial donde -si las cosas se consolidan, como al parecer se están mostrando-, podríamos asistir a un escenario inédito: una competencia presidencial entre dos candidatas mujeres muy talentosas y verdaderamente racionales.

¿De nuevo el valor de la razón?

Es que, perdóneme, pero es fundamental. La razón importa demasiado en política. Esto no se trata de ser conservadores, sino sensatos. Si alguien cree que podemos construir una vida en común, crear espacios de cooperación social, producir orden, dar igualdad de oportunidades, preocuparnos de las necesidades de las grandes mayorías, sin reflexionar racionalmente, estamos perdidos

¿Tanto así?

Todo en la vida social descansa en una cierta ética. Y cuando digo ética no me refiero al moralismo, sino a la idea de someter a reflexión racional las pulsiones inmediatas que brotan en nosotros.

Suena fácil, pero evidentemente no lo es.

Sé que es difícil. Sé que lo que estoy diciendo suena estúpido, ingenuo. Pero en esa
ingenuidad se ha alcanzado todo lo valioso que hoy día tenemos como sociedad.

Candidatas

¿Y sólo Tohá y Matthei encarnarían esa racionalidad?

Yo creería que sí. Porque tendríamos en la derecha un proyecto modernizador liberal. Eso es básicamente Evelyn Matthei. Por supuesto, ella esgrime los viejos valores de la derecha. Una confianza excesiva en la iniciativa privada; una apuesta por disminuir la carga impositiva del Estado. Sin embargo, ha demostrado poseer, a pesar de su historia personal, un genuino compromiso con la democracia liberal. Y eso, en mi opinión, es extremadamente importante hoy día.

¿Y Tohá?

Ella es una política que podría recuperar el tinte universalista que la izquierda ha perdido y que ha hecho tanto daño. Han olvidado que los problemas sociales siguen siendo los de la pobreza y el de las grandes mayorías excluidas. Además, ninguna, ni Matthei ni Tohá, tienen una raíz donde la agenda valórica o religiosa esté presente. Podríamos decir que son dos personas muy liberales. Ese también es un dato importante.

¿Podrían dejar fuera del debate la agenda valórica?

No es que esté ausente. Mi impresión es que ambas tienen una manera de acercarse a los dilemas morales de la sociedad contemporánea totalmente compatible con los ideales liberales. Eso me parece valioso. Aporta racionalidad, que es lo único en lo que podemos confiar. Las emociones existen, movilizan, pero cada vez que la vida social se ha entregado -sin contención- a las meras emociones, el resultado ha sido fatal.

Pero es una manera de conectar, de empatizar con lo que quiere la gente, ¿no?

Claro, pero eso es ser un político vanidoso e irresponsable. Creer que la política consiste en ganar aplausos, en decir cualquier cosa a costa de explotar los miedos de la gente, es absolutamente irresponsable. ¿Cómo va a ser posible concebir la vida social como una suma de meras emociones? Por eso le reitero: las minorías más ilustradas, las élites intelectuales o políticas, deben aterrizar las expectativas de la gente, los deseos inmoderados. Yo sé que esto suena impopular, pero la tarea de la política no consiste en expandir el deseo. Consiste en contenerlo, en orientarlo. Esa es la manera de producir orden.

Con toda esa convicción, ¿no le interesaría entrar a la política?

No, no. Para estar en política hay que tener -¿cómo decirlo para que no resulte ofensivo para nadie?- el anhelo de mezclarse con la gente, un deseo de socializar del que yo carezco completamente. En el fondo, hay que tener un anhelo de compartir.

¿Y a usted no le gusta eso?

Me gusta, por supuesto. Pero no me imagino relacionándome con multitudes. Esa es una virtud que tienen los políticos y de la que yo carezco.

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“El Presidente Boric, con todo el talento político que tiene, no conocía el manejo del Estado y mostró una cierta incompetencia, una cierta incapacidad para conducirlo. En medio de este problema estamos”.

“El ascenso del Frente Amplio, o más bien el triunfo de Gabriel Boric, fue bastante accidental. Sé que esto suena feo, pero así como hay héroes accidentales, él es un Presidente accidental”.

“Si las cosas se consolidan como al parecer se están mostrando, podríamos asistir a un escenario inédito: una competencia presidencial entre dos candidatas mujeres muy talentosas y verdaderamente racionales”.

“Ni Matthei ni Tohá, tienen una raíz donde la agenda valórica o religiosa esté presente. Podríamos decir que son dos personas muy liberales”.


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Daniel Lillo