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Actualizado el 9 de Junio de 2024

Integrar no es ser tibio…

Tenemos que acordar que la izquierda y la derecha son malas opciones. No hay una mala derecha y una buena, como tampoco la mala y la buena izquierda. Ambas son malas desde su absolutismo y ceguera que las hace fracasar en su supuesto estado puro.

Por Guillermo Bilancio
AGENCIA UNO/ARCHIVO.
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Guillermo Bilancio

es consultor de Alta Dirección.

“Todo lo que hace mi enemigo está mal, aunque resulte una mejora. Todo lo que mi enemigo dice está equivocado, porque es un extremo. No sé lo que quiero, pero lo de mi enemigo siempre es peor.”
Estas afirmaciones son parte del discurso de barricada que ambos lados de la grieta política generan para dividir y buscar ganar, privilegiando relatos antagónicos a propuestas superadoras.

Recordemos que los únicos dos sistemas del pensamiento político son el socialismo y el capitalismo que, en una evolución bastante pobre de estos tiempos, terminan representando a la izquierda y a la derecha. El tema que no es muy claro que la izquierda o la derecha respecto a que… ¿Al orden? ¿Al progreso? ¿A la libertad? Conceptos confusos tanto los representantes de ambos lados pregonan como resultado de aplicar sus ideas.

Esa izquierda y derecha guían relatos electoralistas, y salvo excepciones, al momento de gobernar ese discurso simbólico queda relegado a decisiones pragmáticas que buscan resolver problemas urgentes. ¿Acaso AMLO y Lacalle Pou, por tomar un ejemplo, piensan igual? Pareciera que no, pero ambos durante la pandemia hablaron de libertad y no encerraron a la población. ¿Acaso Milei no es pragmático cuando habla de eliminar el Estado y sigue sosteniendo subsidios? ¿Boric es un comunista que sostiene una economía abierta y de mercado, además de criticar dictaduras bolivarianas?

Tenemos que acordar que la izquierda y la derecha son malas opciones. No hay una mala derecha y una buena, como tampoco la mala y la buena izquierda. Ambas son malas desde su absolutismo y ceguera que las hace fracasar en su supuesto estado puro.

Volviendo a los sistemas originales, el socialismo y el capitalismo en estado puro ya no tienen cabida en un mundo que exige integración ideológica para resolver los problemas centrales de los países. De allí que, más allá de la tibieza o la ambigüedad, los gobiernos de hoy se debaten y actúan en una vía que se explica a partir de la socialdemocracia y la democracia liberal.

Claro que, al momento de las luchas electorales, los que representan a la socialdemocracia son vistos como “rojos” o “zurdos” y los discursos de la democracia liberal suenan a “fachos” y “conservadores”, cuándo en realidad el conservadurismo y la revolución no tienen color, sino la decisión de llevar adelante la ruptura con los fracasos del pasado o sostener el status quo.

Esos dos espacios se diferencian por sutilezas y requieren de una capacidad política y de una exigencia propia de sociedades evolucionadas en lo social, en lo económico y en lo institucional.

Las sociedades más retrasadas no perciben las sutilezas y solo ven extremos a los que hay que rechazar, y de allí que el talento político para ganar una elección se juega por ensanchar las diferencias y por exageraciones que facilitan la creación de bandos antagonistas como si la política de un país se trate de un partido de fútbol, y los políticos barrabravas intolerantes que agitan las diferencias.

Por eso, en esta parte del mundo, los relatos extravagantes devoran la racionalidad de integrar ideas socialistas y liberales en programas que modelan un futuro, que el común de la gente ignora porque jamás lee las propuestas programáticas, porque el mensajero reemplaza al mensaje.

De todas formas, pasada la fiebre electoral y ya en el poder, la integración ideológica supone liviandad, traición o desconfianza depende del lado de la grieta con el que se califique o, mejor dicho, se descalifique. Se votan posturas extremas que al momento de ejercer el mandato los gobernantes lo hacen necesariamente en una vía intermedia.

¿De qué sirve mantener relatos salvajes frente a un enemigo si después el pragmatismo le dobla el brazo a lo absoluto?

Si el orden, la libertad, el progreso social, la equidad y el crecimiento son pilares sin un dueño ideológico… ¿Por qué aceptar la intransigencia y no la complementariedad?

Si los candidatos entendieran que sin convivencia no hay posibilidad de evolucionar, la solución a los problemas eternos sería posible.

Nada fácil. Pero imprescindible para mirar hacia un futuro mejor.

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