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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Nicolás vive en un país segregado, homofóbico y clasista

"Una educación en la que en materia sexual y social no debe haber ni siquiera un pequeño roce con lo diferente, con lo realmente común y diverso. Por eso la figura de Nicolás y sus padres revive ese terror a ver hacia afuera y preguntarse por las sensaciones y las diversas formas de ser".

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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

La polémica por el libro “Nicolás tiene dos papás”, idea levantada por el Movilh y que se pretende entregar a 500 jardines infantiles del Estado, nos hace preguntarnos cómo es que queremos educar a nuestros niños, si es de acuerdo a la realidad o solamente acorde a lo que nosotros queremos contarles que es la realidad.

Las reacciones conservadoras de sectores de la derecha, especialmente la UDI, nos señalan que todavía existe un grupo que se queda con la segunda alternativa. Esto, porque la educación es un instrumento de poder. Educar según lo que unos pocos quieren que se enseñe es una buena  herramienta para estructurar una sociedad de acuerdo a sus pretensiones y a sus expectativas.

El problema es que de esa educación no aparecen ciudadanos libres y capaces, sino personas con represiones personales y que nunca se atreverán a ver lo real como parte de sus vidas. El no contarle a los niños las diferentes formas de crear familia es aislarlos del mundo y moldearlos en relación a los traumas,  los miedos y la ignorancia de sus padres.

El hecho de que unos padres heterosexuales no quieran compartir las reuniones de apoderados con una pareja gay en el futuro, es parte de esa educación que crea castas y grupos de buenas y malas personas según su orientación sexual o proveniencia de clase. Una educación en la que en materia sexual y social no debe haber ni siquiera un pequeño roce con lo diferente, con lo realmente común y diverso.  Por eso la figura de  Nicolás y sus padres revive  ese terror a ver hacia afuera y preguntarse por las sensaciones y las diversas formas de ser. El terror a romper un orden piramidal que somete a ciertas capas de la población.

Es cosa de ver la Marcha Por el Lucro realizada este fin de semana. Un grupo de apoderados dirigidos por la derecha marchaban en pro de su libertad de calidad, cuando lo cierto es que lo hacían, tal vez muchos sin saberlo, para ejercer el libre derecho de segmentar a sus hijos. De no mezclarlos con lo que ellos encuentran extraño, aunque esto fomente el negocio de algunos.

En Chile la libertad de elegir que los padres instalan como discurso apropiándose de las voluntades y el futuro de sus hijos, no es más que la libertad de alejarte, de codearte solamente con quienes te traigan beneficios profesionales para así seguir alimentando grupos y no sociedades. Por eso que iniciativas estatales que buscan enseñar distintas realidades y equiparar las oportunidades y los derechos educativos, les parece una amenaza a quienes ven en sus niños la oportunidad para seguir inculcando sus miedos y obsesiones, olvidándose de que son otras personas, otras cabezas que pueden estar abiertos a otros conocimientos. E ignorando que abrirse y conocer no los confundirá, sino que les hará entender  que una sociedad es más que un cúmulo de individualidades y segmentaciones, sino un lugar en donde sus integrantes tienen la obligación de mirarse, palparse y entenderse.

El Estado, al querer terminar con el lucro en la educación y mostrar las diferentes maneras de familia y amor, no está más que velando por los derechos de las personas por igual. Porque es su labor. Es su tarea fomentar la tolerancia e impedir que como chilenos nos movamos sin mirar al que está al frente o al lado alejándonos de él porque nos da susto. Porque nos parece raro ya que nos enseñaron que era raro.

El problema de Nicolás no es que tenga dos padres, sino que vive en una sociedad en la que esos padres son marginados. Y en donde, si viene de un estrato social bajo, tampoco tendrá derecho a tener una educación digna sin endeudarse, ya que en Chile los derechos y las libertades se compran.

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