Trump y el principio de “una China”
China sabe que el acuerdo de protección militar vigente entre EE.UU. y Taiwán le impide recuperar el control de la isla por la fuerza. Razón por la cual ha preferido una coexistencia —a veces tensa, a veces tranquila— a ambos lados del estrecho de Formosa.
Alberto Rojas es Director del Observatorio de Asuntos Internacionales de la Universidad Finis Terrae.
“No veo por qué tenemos que estar vinculados al principio de ‘una China’, a menos que lleguemos a un acuerdo con China en el que entren otras cosas, incluido el comercio”. Esta sola frase, dicha por Donald Trump en el contexto de una reciente entrevista en Fox News, bastó para tensionar una vez más la relación entre Washington y Beijing.
Porque más allá de la amenaza de una posible guerra comercial entre ambas potencias o el futuro reordenamiento de las fuerzas estadounidenses en el Asia Pacífico —temas que Trump planteó durante su campaña—, lo cierto es que ahora el Presidente electo se aventuró en un terreno particularmente delicado para China: la relación con Taiwán.
¿Cuál es el alcance del principio de “una China” y por qué es tan importante para la relación bilateral? Para comprender esto cabalmente, es necesario volver a 1949.
Ese año las fuerzas comunistas de Mao Zedong derrotaron a los nacionalistas encabezados por Chiang Kai-Shek, lo que puso punto final a la Guerra Civil China iniciada en 1927.
Frente al triunfo de Mao, Chiang tomó lo que quedaba de sus fuerzas militares y partidarios —algo más de dos millones de personas—, abandonaron el territorio continental chino y se instalaron en la isla de Formosa (que posteriormente pasaría a conocerse como Taiwán) como herederos de la República China fundada por Sun Yat-sen en 1911.
Por su parte, Mao Zedong proclamó el 1 de octubre de 1949 el nacimiento de la República Popular China, amparada en el apoyo ideológico y económico de la Unión Soviética.
Al comienzo, Estados Unidos se mostró reacio a apoyar al gobierno de Chiang, pero la invasión norcoreana de Corea del Sur en 1950 dejó instalada la idea del “efecto dominó” y la amenaza de que el comunismo se propagara por Asia.
Desde entonces, EE.UU. ofreció un abierto apoyo militar y económico al gobierno de Taipei, a quien entonces consideró como “la China oficial”, relegando a Beijing al aislamiento. Hasta que décadas después el distanciamiento entre China y la URSS fue visto por EE.UU. como una oportunidad en plena Guerra Fría. De esta forma, tratativas secretas dieron paso a contactos más concretos, los que cristalizaron en la visita de Richard Nixon a China en 1972; el primer Presidente estadounidense —y occidental— en visitar la República Popular China.
A partir de ese entonces, ambos países avanzaron hacia la normalización definitiva de sus relaciones, pero siempre bajo la perspectiva de Beijing, en términos de que existía solo una China, conformada por un territorio continental y otro insular. Y que dentro de este contexto, Taiwán era claramente una provincia china, aunque “en estado de rebeldía”.
Ambos países normalizaron sus vínculos a partir de 1978 y en 1979 se formalizó la apertura de embajadas en Beijing y Washington, lo que automáticamente se tradujo en el término de las relaciones diplomáticas con Taipei, aunque hasta hoy se mantienen vínculos comerciales y, sobre todo, un acuerdo a través del cual Estados Unidos garantiza la venta de armas a Taiwán. Marco que tanto demócratas como republicanos han mantenido vigente hasta hoy.
Esta estrategia de “una China” ha sido aceptada por casi toda la comunidad internacional —incluyendo Chile—, al punto que hoy solo 22 países en el mundo tienen relaciones diplomáticas con Taiwán.
En este contexto, el diálogo telefónico entre la Presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen (Beijing habla de gobernadora), con Donald Trump luego de su triunfo electoral, fue una primera luz de alerta para el gobierno encabezado por Xi Jinping. Ahora, los dichos del Presidente electo han hecho escalar la crisis.
Porque más allá de la futura política que EE.UU. adopte en relación a Taiwán, de fondo China ve el peligro de que se rompa el statu quo que ha existido durante más de medio siglo entre Beijing y Taipei. Es decir, que mientras Taiwán no proclame su “independencia” formalmente, China continuará tolerando su existencia y autonomía en términos políticos, económicos y militares.
China sabe que el acuerdo de protección militar vigente entre EE.UU. y Taiwán le impide recuperar el control de la isla por la fuerza. Razón por la cual ha preferido una coexistencia —a veces tensa, a veces tranquila— a ambos lados del estrecho de Formosa.
Sin embargo, si Trump efectivamente decide alterar este equilibrio, podría acabar complicando la relación bilateral entre ambas potencias y, sobre todo, tensionar la frágil relación entre China y Taiwán. Una situación que, sin duda, afectaría a toda la zona del Asia Pacífico.