Los mejores discos del 2016
El 2016 fue un año de significativas pérdidas musicales, David Bowie, Prince, Juan Gabriel y Leonard Cohen dejaron de existir. El año del mono—del horóscopo chino— causó estragos con acontecimientos como el Brexit, el triunfo de Donald Trump, los salvajes femicidios en Latinoamérica, los atentados, el conflicto armado en Siria, cuyas imágenes de niños ensangrentados y aterrados causan ira y frustración.
Bárbara Alcántara es Periodista especializada en música. Instagram: chicarollinga
Sin embargo, siempre hay un consuelo para nosotros que vivimos al fin del mundo, la música. A continuación una selección de los mejores discos que vieron la luz este peculiar 2016.
David Bowie, “Blackstar”:
El puntapié inicial al año musical remite a “Blackstar”, un lanzamiento que el 8 de enero —día en que el músico cumplía 69 años— no sabíamos que se transformaría en una triunfal despedida. Tres días después, la entrega de siete canciones alcanzaría una dimensión eterna. El legendario artista abandonaba este mundo y, como si lo hubiera planeado, su obra número 25 se convertía en un cierre monumental. Bowie dejó un trabajo sofisticado, sombrío, a ratos agónico y con una marcada tendencia al jazz. Los cuarenta minutos que dura el único disco del legendario artista cuya carátula no incluye su imagen, crea atmósferas siniestras y lúgubres que resultan ser una inyección de melodías concebidas para suspenderse en el tiempo.
Suede, “Nights Thoughts”:
Con un retorno épico y dramático, los londinenses dieron vida a un séptimo disco de estudio cuya composición parece ideada como una sinfonía, en una pieza. “Nights Thoughts”, lanzado el 22 de enero, recuerda a la primera etapa de Suede. Por lo tanto resulta una entrega coherente además de oscura y sobrecogedora; cualidades que Brett Anderson y compañía llevan en su ADN. Las doce canciones son dueñas de una instrumentalización fascinante que se ven potenciadas por la arrolladora interpretación de Anderson. Una joyita.
Iggy Pop, “Post Pop Depression”:
Con una entrega reposada, pero no por eso menos enérgica y vibrante, la Iguana volvió a las pistas de manera triunfal el 18 de marzo. Se trata de nueve canciones cuyas letras transitan por la melancolía, el erotismo y la madurez. El decimoséptimo disco del padrino del punk, sorprendió con un trabajo que también huele a despedida. Si así lo fuera, qué mejor que hacerlo con una gira mundial en donde arrasa con su entrañable insolencia y demuestra que, a pesar del paso del tiempo, aún tiene la capacidad de dejar una obra vigorosa, sexy y desgarradora.
The Last Shadow Puppets, “Everything you’ve come to expect”:
El dúo compuesto por Alex Turner y Miles Kane tuvieron un año prolífico, editaron dos EP’s y su segundo disco de estudio después de ocho años. La pieza está compuesta por doce canciones refinadas y teatrales, cuyos arreglos de cuerdas le dan una atmósfera peligrosa y seductora. Muy a lo James Bond. Turner demostró su evolución interpretativa junto con posicionarse como un animal del escenario y la composición. Una entrega que habla de relaciones obsesivas, con letras sugerentes y elegantes que posicionan a The Last Shadow Puppets como uno de los mejores regresos del año.
Radiohead, “A Moon Shaped Pool”:
Un trabajo definido por los arreglos de cuerdas, la colaboración del coro de la London Contemporary Orchestra y la presentación del single “Daydreaming” —con un video del talentosísimo Paul Thomas Anderson—, marcan el regreso de la agrupación oriunda de Oxford, Inglaterra. La melancolía, como es de costumbre, es el hilo conductor de once canciones compuestas tras el quiebre de Thom Yorke y Rachel Owen, compañera y madre de sus hijos, quién falleció el martes pasado a causa de un cáncer. “A Moon Shaped Pool” no es un disco fácil de escuchar, es gris y depresivo; sin embargo es Radiohead sin tanta experimentación, con un sonido simple y directo que recuerda a sus grandes obras noventeras.
Angel Olsen, “MY WOMAN”:
“Shut up kiss me, hold me tight” repite en el single de su cuarto disco, la revelación del indie rock del 2016, Angel Olsen. “MY WOMAN” es una entrega emotiva y femenina. Son diez canciones cargadas de vulnerabilidad, desenfado y dulzura; aderezadas con melodías donde la guitarra y la particular voz de la compositora estadounidense de 29 años, nos trasladan a estados de melancolía hipnotizante. Delicadeza en su máximo esplendor.
Solange, “A Seat at the Table”:
Ubicado en el primer puesto de la lista de Pitchfork de los mejores discos del 2016, Solange abofetea a la industria del pop con un trabajo exquisito, suave y sensual. Con una popularidad incomparable a la de su hermana, la superestrella Beyoncé, la compositora demuestra que avanza a pasos agigantados musicalmente hablando. “A Seat at the Table” rescata las influencias del soul y el rythm and blues para mezclarlas con sintetizadores del presente. Una entrega que marca un hito en la carrera de Solange Knowles, además de posicionarla en la escena musical con una propuesta conceptual y creativa.
Leonard Cohen, “You Wanted Darker”:
Tres semanas antes de su muerte —7 de noviembre—, el célebre dandy canadiense lanzó su catorceavo disco de estudio. Al igual que David Bowie, Cohen dijo adiós de la forma más honesta, sabia y espiritual que tenía a su alcance. “You Wanted Darker” es hermosamente triste; es como si el dueño de una de las voces más seductoras de la industria, se haya despedido de sus grandes amores y pasiones a través de nueve canciones de soft rock con refinados arreglos y coros. Leonard Cohen dice: “I’m leaving the table, I’m out of the game”. Vaya forma de retirarse del juego, acompañado de una pieza magistral y conmovedora. ¡Hasta siempre Mister Cohen!
Rolling Stones, “Blue & Lonesome”:
La armónica de Mick Jagger suena como los dioses en el primer disco de estudio que las satánicas majestades editan en once años. “Blue & Lonesome” es una entrega de versiones de los clásicos blues que la agrupación tocaba en sus inicios; son canciones que llevan en su inconsciente y se nota por el dominio, relajo, sensualidad y desparpajo con que las interpretan. Se trata de doce piezas grabadas en tan sólo tres días, que se deslizan sin costuras a través del goce y salvajismo que puede alcanzar el blues.