No, Alan García no es Allende
Los más derechistas dijeron que ambos, García y Allende, eran igual de cobardes al quitarse la vida, tratando, a la fuerza, de hacer calzar dos historias y contextos sumamente distintos, con tal de seguir justificando la masacre que aplaudieron y siguen aplaudiendo, generación tras generación.
Francisco Méndez es Columnista.
Conocido el suicidio del dos veces presidente de Perú, Alan García, muchos quedaron consternados. Mientras unos juzgaron su acción como una válida defensa del honor; otros, la mayoría, se apresuraron a llamar cobarde al eterno líder del APRA, debido a que decidió quitarse la vida cuando la justicia de su país lo iba a arrestar por su participación en delitos de corrupción, en el llamado caso Odebecht específicamente, durante su segundo mandato.
Lo importante durante el miércoles recién pasado era cuestionar las razones del otrora gobernante. ¿Lo había hecho por honor o para, una vez más, salvarse? Había quienes decían que eran ambas cosas; que, conociendo su labor pública, García había optado por luchar por su “honor” salvándose de lo que le esperaba. Lo había dicho en una entrevista previa a su muerte: tenía un lugar en la historia patria que nadie podía negar. Sin embargo, su acción no podrá negar lo que fue: el líder populista por excelencia de las últimas tres décadas en Perú. Su manera de hacer política era pomposa y llena de símbolos, al igual que su muerte. Todo con tal de ocultar fines más pedestres que, aunque se negara a reconocerlo, rondaban su figura desde siempre.
Acá en Chile, como suele suceder en ocasiones como estas, hubo muchos que aprovecharon este hecho político para traerlo a nuestras tierras. Analistas políticos y twitteros comparaban, sin ningún pudor, lo hecho por García al disparo con el que Salvador Allende, en 1973, dio termino a la república democrática regida por la Constitución de 1925. Los más derechistas dijeron que ambos, García y Allende, eran igual de cobardes al quitarse la vida, tratando, a la fuerza, de hacer calzar dos historias y contextos sumamente distintos, con tal de seguir justificando la masacre que aplaudieron y siguen aplaudiendo, generación tras generación.
Por esto es que cabe dejar en claro dos cosas. Primero: Salvador Allende nunca cometió ningún delito. Los que lo hicieron fueron los que lo derrocaron en nombre de una democracia que ellos mismos bombardearon y destruyeron. Y segundo: Alan García, a diferencia del presidente chileno, no pensó más que en él y en su futuro y no, como posiblemente lo hizo Allende, en la derrota política rotunda de un proceso como la Unidad Popular, si es que su líder se entregaba a los golpistas. García no tenía proyecto alguno más que su enorme autoestima, la que iba más allá de los logros que realmente alcanzó. No cambió ningún paradigma, ni intentó hacerlo, sino que gobernó de acuerdo a lo que indicaba sus intereses personales.
Por lo tanto, este tipo de comparaciones, aparte de ser odiosas, son falaces y convenientes para quienes ven la historia desde lejos, someramente, siempre tratando de encontrar algunos hechos para hacer aseveraciones poco fundamentadas. Porque no hay nada más complejo para cierto sector que las acciones de este tipo. Para cierta gente el acto de Allende sigue siendo el de quien quiso escapar de algo. Pero lo cierto es que no lo hizo. Se quedó ahí, en La Moneda, solo, defendiendo algo que los otros estaban masacrando. Tal vez por ego, o tal vez no. Pero lo hizo. Porque, a diferencia de los militares, no tenía nada que temer. Y a diferencia de García, no tuvieron que ir a buscarlo a su casa para que cumpliera con el deber de quien ha sido electo por los ciudadanos. Porque, aunque se dijo muchas veces lo contrario, entendía la historia y la democracia mucho mejor que quienes constantemente dicen que esta última está en peligro. Y bastante mejor que el exmandatario peruano, que solo se entendía a él.