La falta del “qué”
Al profundizar el análisis, la irracionalidad es una constante. Lo presenciado en los últimos meses muestra que el actuar de muchos políticos es impermeable al argumento lógico.
Patrick Poblete es Investigador en Instituto Res Publica.
Aristóteles, en su libro “La Retórica”, estructuró la comunicación y el discurso público a través de 3 elementos: el Logos, el Ethos y el Pathos. Esta configuración es ampliamente estudiada y utilizada hasta la actualidad.
Corriendo el riesgo de simplificar en exceso, podríamos plantear al Logos como el contenido del discurso (el “qué” se dice), al Ethos como el aporte que la identidad del orador hace al mensaje (el “quién” lo dice) y al Pathos como la emoción o el contexto comunicacional (el “cómo” se dice).
El contexto de crisis multidimensional en nuestro país; sanitaria, institucional, política, social y económica; se exacerba con un grupo de políticos que parecieran estar ofreciendo un constante espectáculo lúdico a la ciudadanía, con disfraces y canciones en el hemiciclo de la Cámara y una trama de amistad y traición digna de una secuela en Netflix. Así, desde el mundo intelectual, académico y de la reserva de valores republicanos que existe en una generación “retirada” de políticos, quienes vivieron la pérdida, reconstrucción y recuperación de la democracia, se ha denunciado transversalmente esta forma denigrante de hacer política. Esto por cuanto no pareciera buscar la mejor política pública o la legislación adecuada, sino que prefiere el aplauso fácil y el aumento de seguidores en redes sociales, a través del enfrentamiento constante y la interpelación irracional.
Al profundizar el análisis, la irracionalidad es una constante. Lo presenciado en los últimos meses muestra que el actuar de muchos políticos es impermeable al argumento lógico. Muy claro lo ha dejado el debate por el retiro de los fondos de pensiones, en el que expertos de todas las sensibilidades políticas advirtieron lo inoportuna, dañina, regresiva e inentendible que resulta la medida, y mientras esto sucedía, los políticos, anunciaban su apoyo y avanzaban en la aprobación de la moción.
Pareciera que la política ha dejado de ser el arte de debatir, priorizar y conducir, para transformarse en el intento constante de construir un contexto emocional (Pathos) favorable a los proyectos políticos más refundacionales y de una imagen o percepción social (Ethos) que vista de democrático o popular al totalitario o irrelevante. Claramente es un relato más interesante la épica de un paraíso terrenal traído tras la gesta del pequeño contra el poderoso, que la historia de “la medida de lo posible” y delicados balances técnicos que aseguren resultados. No importa el destino, importa lo emocionante del punto de partida.
Los últimos 30 años se condenan y los próximos 30 son irrelevantes, pues solo el presente rinde frutos. Lo único fundamental es el posicionamiento coyuntural: la encuesta, la foto, el twit. Este voluntarismo -la idea de que con la sola voluntad basta-, se condice sobre todo con los esfuerzos individuales de construir un personaje, una imagen que sea perceptible para la sociedad, que le permita al político destacar sobre la dura competencia para aparecer en pantalla.
Frente a esta lamentable realidad, algo que el oficialismo parece olvidar es que la identidad personal y la emoción del momento no solo lo construye la audiencia o, más bien, no solo es resultado de dónde ella desee llevarla. La política, los políticos, sí tienen herramientas y un rol clave en ir trabajando y conduciendo el sentimiento popular en base a principios y creencias, explicando razones pero también, mostrando conocimiento y cercanía. No sabemos qué habría pasado con el país si Patricio Aylwin no se hubiera enfrentado a la multitud del Estado Nacional para decirle, el 12 de marzo de 1990, acallando abucheos y sembrando aplausos, que “Chile es uno solo”. La política no es solo ser conducido, es principalmente, conducir y eso también aporta a la identidad personal.
¿Podría esta temporada de “El Congreso” entonces ser consecuencia del plan deliberado de parlamentarios y partidos de darle prioridad a la construcción del Ethos en el primer caso, y del Pathos en segundo? Si fuera así, una forma de resolver la crisis es que vuelva a importar el qué, el Logos, y eso es misión de la ciudadanía y los electores. Es una dinámica virtuosa o viciosa, pero una ciudadanía que valora al político diligente y con contenido, que ofrece un Logos y no solo Ethos y Pathos, resultará en una política virtuosa que sepa conducir los destinos de la patria. Por el contrario, una ciudadanía vociferante y que reniegue de la buena política, solo puede sembrar malos destinos para la nación y con ello, malestar, dolor y miseria por largo tiempo para gran cantidad de compatriotas.