Deepfake: del concepto de lo ultra falso a la realidad simulada
El desarrollo del procesamiento de datos y el tratamiento de imágenes ha evolucionado de manera tan radical que nos ha abierto a nuevos mundos. Sin duda, sus alcances son fascinantes, pero no pueden encandilarnos al punto de no avanzar a la par en el desarrollo de normativas éticas y legales.
Carlos Hinrichsen es Decano de la Facultad Diseño Digital e Industrias Creativas de la Universidad San Sebastián
El entorno digital en que vivimos y trabajamos, nos ha posibilitado el procesamiento y tratamiento de imágenes a través de nuevas tecnologías. En su momento fue con Photoshop – cuya tecnología se comenzó a desarrollar en 1987 para ser lanzada al mercado en 1990 – y hoy con diferentes herramientas asociadas a la inteligencia artificial, como por ejemplo, el “deep learning”, donde el sistema aprende por sí solo con cada nuevo input de información que recibe.
Ampliamente difundido ha sido el video de Obama, realizado en la U. de Washington en 2017, donde el ex presidente habla sobre los peligros de la información falsa en Internet. Se transformó en un hito porque el video también era falso, gracias a que se le transfirieron los movimientos faciales de un actor a las características del rostro de Obama, utilizando tecnología de “aprendizaje profundo”. Más recientes son los virales de Tom Cruise en Tik Tok donde se le ve en situaciones cotidianas, y que no son más que exitosas técnicas de deepfake, donde gracias a una combinación de algoritmos y herramientas, se aplicó el rostro del actor a la cara de otra persona.
Como ocurre con toda tecnología, puede ser usada para crear valor para los seres humanos, o por el contrario, ser utilizada para destruir esos valores, transgrediendo límites legales y éticos. El deepfake hoy nos sitúa frente a nuevas fronteras, donde interactúa el mundo físico con el digital, el mundo real con el simulado; lo que representa una oportunidad para quienes formamos profesionales porque deberán dominar la profundidad e implicancias éticas de su trabajo.
Esta tecnología se mueve entre extremos, y dentro de la arista peligrosa está la suplantación de identidad, la manipulación de audiencias, los atentados contra la fe pública o los fraudes. Desde el frente positivo, brinda una enorme oportunidad para la docencia y la investigación, puesto que permite generar conocimiento y experiencia en una nueva área de estudios, que – a su vez – avanza hacia nuevas fronteras.
La realidad simulada permitirá, por ejemplo, derribar las limitaciones o las barreras del idioma. Hace un par de años, mediante el uso de esta tecnología, David Beckham compartió un mensaje para la campaña Malaria Must Die, donde se expresaba en nueve idiomas diferentes, lo que permitió alcanzar con ese contenido a muchas más personas en el mundo.
A través de esta tecnología, podremos ver películas traducidas con las voces de los actores originales, donde los movimientos de los labios incluso coincidan con las palabras pronunciadas. Con la ayuda de deepfakes positivos, podremos compartir mensajes en muchos idiomas y dialectos, ofreciendo proyecciones globales a trabajos creativos locales, al eliminar las barreras idiomáticas.
Lo anterior nos permitirá acceder a nuevas audiencias, a una nueva diversidad de entretenimiento y consumo de contenido. Si lo llevamos al ámbito universitario, usando esta tecnología podremos ofrecer formación profesional en China o Japón, hablando su idioma nativo, con animación de personajes y video en vivo, en tiempo real. Usando las tecnologías de aprendizaje profundo, podremos ofrecer educación de Chile al mundo.
Si hablamos de Salud y Medicina, podremos crear pacientes deepfake para hospitales, clínicas y universidades, pacientes simulados con comportamientos reales para pruebas y experimentación. Con esto se abrirán espacios para probar nuevos métodos de diagnóstico y seguimiento, o incluso entrenar a otras redes neuronales para la toma de decisiones médicas en los quirófanos.
En los últimos años el desarrollo del procesamiento de datos y el tratamiento de imágenes ha evolucionado de manera tan radical que nos ha abierto a nuevos mundos como alguna vez lo hizo el microscopio o el telescopio. Sin duda, sus alcances son fascinantes, pero no pueden encandilarnos al punto de no avanzar a la par en el desarrollo de normativas éticas y legales que nos permitan resguardar el bienestar y seguridad de las personas; de no hacerlo estamos en riesgo de que la tecnología creada por el hombre, se vuelva justamente contra él.