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Actualizado el 1 de Junio de 2021

Los colegios no pueden ser a la carta

Solo hay dos cosas que podemos hacer. La primera, cada colegio debería ser mucho más explícito con lo que puede y no puede ofertar. Una vez más, no se puede hacer todo para que todos estén satisfechos. Y, en segundo lugar, debemos ser más empáticos con el trabajo de nuestros profesores. Educar es un acto comunitario, y no un producto a medida que puede seleccionarse por preferencias personales.

Por Roberto Bravo
Los colegios están trabajando a su máxima capacidad, intentando sacar adelante formatos híbridos de clases y resolviendo diariamente innumerables obstáculos. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Roberto Bravo

Roberto Bravo es Director Red de Escuelas Cap Maule

Si de opciones se trata, existe un lugar que sobresale del resto. Tanto es así, que incluso lo llevó a batir el récord Guiness como el espacio gastronómico más grande del mundo. Se trata del restaurante Bawabat Dimashq (Puerta de Damasco), ubicado en Siria, y que puede albergar hasta 6.12o comensales. Su carta es tan extensa que las personas pueden regodearse eligiendo entre platos tradicionales sirios, chinos, iraníes, de la India, del Golfo Árabe y el Medio Oriente. Libertad de elección que, a muchos por estos días de pandemia, les gustaría replicar también en el ámbito educacional.

“Me gustaría que se cambie a la Miss que transmite la clase de Matemática. Es media fome me dice mi hijo”, escribía una apoderada a su encargada de Ciclo en un colegio de La Reina. “¿Por qué el colegio no usa Teams en vez de Zoom? A nosotros en la empresa nos funciona de maravilla. A mí no me acomoda”, señalaba otro papá en el grupo de WhatsApp de su hija. “Profe, ¿podría cambiar la prueba para el bloque de la tarde? A esa hora ando con menos sueño”, dejó escrito un estudiante en el tablón de Google Classroom a su profesor de Historia.

¿Una caricatura de lo que sucede por estos días de pandemia en las escuelas y colegios de nuestro país? No. Muy por el contrario. Se trata de cuestionamientos y reclamos verídicos relatados por distintos docentes y directores en conversatorios durante este último mes.

Para muchas personas los colegios deberían ser instituciones con un menú de libre elección, donde cada uno pudiera pedir que se cambien o modifiquen prácticas y procesos escolares, según la necesidad personal e inmediata de cada uno. Pero, lamentablemente, los colegios no pueden ser a la carta. Los centros educativos son instituciones que basan sus procesos de enseñanza y evaluación en prácticas que responden a un propósito pedagógico. Las plataformas que se utilizan en clase, el formato de una prueba, el tipo de tarea educativa que se solicita a los estudiantes, e incluso los cursos que son asignados a los distintos profesores, son decisiones reflexivas y para nada antojadizas.

¿Se imaginan que los profesores que por estos días deben transmitir clases en sus colegios tuvieran que -aparte de todos los malabares y tensión constante por tener que atender estudiantes presenciales y remotos simultáneamente- tuvieran que saltar de una plataforma a otra entre clases, sólo porque es más cómodo para un grupo? Sería un desastre. Qué duda cabe.

Las escuelas y colegios están trabajando a su máxima capacidad; intentando sacar adelante formatos híbridos de clases, resolviendo diariamente innumerables obstáculos que van desde problemas técnicos, conexión deficiente, responder un sinfín de correos que, en muchos casos, carecen de toda empatía. Y qué decir de la frustración por no saber qué más hacer con aquellos estudiantes que, por segundo año consecutivo, no pueden participar de sus clases por falta de conectividad o recursos para hacerlo.

La pandemia nos sigue exigiendo como nunca antes. Las escuelas y colegios no pueden hacer todo. Nuestros profesores, directivos y asistentes de la educación hacen lo imposible para que todo funcione. Para que esos tres colegios que hoy existen -el presencial, el remoto y el que se transmite en vivo- puedan sostenerse. Y por el contrario de lo que se cree, a los profesores tampoco les agrada el sistema, están igualmente cansados e insatisfechos. Profesionales que también les gustaría elegir a la carta, horarios que fuesen más cómodos para sus propias logísticas familiares, pero que entienden que no puede ser así. Saben que lo que hoy se hace es lo mejor que puede entregarse, dada las condiciones existentes que, dicho sea de paso, no han sido elegidas o buscadas por los colegios. No nos confundamos en eso.

Solo hay dos cosas que podemos hacer. La primera, cada institución educativa debería ser mucho más explícita con lo que puede y no puede ofertar. Una vez más, no se puede hacer todo para que todos estén satisfechos. Y, en segundo lugar, debemos ser más empáticos con el trabajo de nuestros profesores. Educar es un acto comunitario, y no un producto a medida que puede seleccionarse por preferencias personales, en una fría carta de restaurante.

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