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Un año más

¿Qué lecciones, por ende, cabe rescatar de todo lo que hemos vivido en estos últimos doce meses, y hacia dónde hemos de orientar nuestro actuar, si queremos que el próximo año se muestre más benévolo con nuestro destino?

Con prescindencia de los últimos resultados, y más allá de las inclinaciones, la partida del 2023 nos deja un halo de frustración y agotamiento. Pienso que, de alguna u otra manera, todos habremos de cargar con esta sensación en estos últimos días. Sin duda, algunos no querrán aceptarlo, e incluso habrá quienes involuntariamente o sin saberlo la llevarán consigo. Pero más allá de las negaciones e indiferencias, y querámoslo o no, hemos de aceptar que no fue un buen año para el país.

¿Peca de negatividad quien asiente esto? Puede ser. Como alguien señaló tras los resultados del plebiscito, pareciera que en Chile se ha incubado esto de ser negativo. Pero sería redundante comenzar una letanía en torno a los problemas que nos aquejan, pues la gran mayoría los palpa en carne propia a diario. ¿Qué lecciones, por ende, cabe rescatar de todo lo que hemos vivido en estos últimos doce meses, y hacia dónde hemos de orientar nuestro actuar, si queremos que el próximo año se muestre más benévolo con nuestro destino?

Ahora que la discusión constitucional se ha cerrado, Chile debe hacer frente a los problemas que lo aquejan. Ninguno de ellos es, por cierto, constitucional. Al no haber habido ganadores -interpretar el resultado como adhesión ideológica sería un profundo error tanto para la derecha como para la izquierda-, a la política le corresponde abocarse a la “rugosa” realidad, como la llamó Rimbaud. A esa realidad incómoda, compleja, inmediata y exigente. Chile no aguanta más letargos, y la reconstrucción de los consensos toma tiempo. Cabe, en consecuencia, esperar a que la clase política aborde este desafío con altura y exigencia.

Sin embargo, ¿es de prever que ello ocurra? ¿Qué tan optimistas podemos estar de que así sea, cuando los últimos años no hacen sino decirnos todo lo contrario, que la probabilidad de que se logre es más bien baja?

Aunque la gran mayoría de los desafíos que aquejan a Chile son complejos -pues la misma realidad lo es-, muchos de ellos se remiten, directa o indirectamente, al profundo resquebrajamiento en que se encuentra sumido el régimen político chileno. El país lleva casi diez años fragmentado políticamente, y es precisamente esta situación lo que explica, sustantivamente, el deterioro del debate público y la desafección de la ciudadanía hacia la clase política. La alta fragmentación partidista, los caudillismos y discolajes, así como el predominio de intereses particulares se han antepuesto al esfuerzo por articular consensos robustos. ¿El resultado? Programas de gobierno empantanados, desencanto ciudadano y defraudación de expectativas.

Sin embargo, pretender emancipar nuestros demonios con fórmulas mesiánicas (y excesivamente ideologizadas) no es el resultado. Y es este, creo yo, una de las principales lecciones que el fracaso constitucional nos deja: haber reducido a una nueva constitución la garantía de bienestar y desarrollo para el país fue tan iluso como lo fue creer que extirpando el lucro, el copago y la selección del sistema educacional el país gozaría de un modelo que aseguraría igualdad y justicia.

Por ello, y más allá de la frustración o el desánimo, hemos también de ver la partida del año como el rescate de las soluciones que a lo largo de él fueron planteadas. Mucho del debate constitucional puede rescatarse, principalmente en materias de modernización del Estado y reforma al sistema político. De atajar estas materias y canalizarlas debidamente, lejos de depararnos otra temporada en el infierno, el próximo año podría asomar como una oportunidad a la esperanza. Las soluciones están. No dejemos pasar un año más…


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Daniel Lillo
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{title} Matías Del Río