Una raza desquiciada
Somos capaces de llenar los océanos de basura, emponzoñarlos con nuestros propios deshechos ya de manera irreversible; mientras hablamos de energía limpia, pero para crearla contaminamos de tal manera que estamos descongelando los polos; creamos esa energía limpia para una pequeña parte de la humanidad mientras la gran mayoría se bate entre pobreza, miseria y hambrunas.
La vida orgánica en nuestro planeta, si creemos a la ciencia moderna, data de hace unos cuatro mil millones (¡4.000.000.000!) de años. Pensar que hoy medimos nuestro tiempo en horas, días o meses, increíble minúscula comparada con los eones desde la aparición de la primera bacteria, nuestras vidas se reducen a una mini-fracción del segundo. Hasta los primeros vestigios del Homo como raza, hace unos 3 millones (solo 3.000.000), es menos que un pestañeo en comparación. Su evolución, mirado desde este enfoque, ha sido mucho más rápida que el término “vertiginosa”. Y, si todo va bien para el pobre planeta que estamos destruyendo, su desaparición – nuestra desaparición – será prácticamente mañana.
La verdad pura es que no merecemos sobrevivir. En algún momento de la evolución nuestro ADN se contagió con el odio, la ambición ciega y la prepotencia con respecto a todo lo que nos rodea, incluyendo a nosotros mismos; mejor dicho: principalmente nosotros mismos. La historia se trata casi exclusivamente de esto: depredar, depredar y depredar. A diferencia de otros seres vivos, no solo depredamos para sobrevivir, sino para vivir mejor a cuesta de todo a nuestro alcance. Hemos exterminado otras razas a la vez que hemos descubierto cómo criarlas para nuestro consumo organizado; hemos inventado miles de maneras a contaminar tierra, agua, aire y espacio. Tanto los magos egipcios hace miles de años, como Confucius, Nostradamus o los hechiceros incas hace siglos, predijeron nuestra extinción. Basta mirar sencillamente alrededor nuestro: cualquiera puede no “predecirlo”, sino tan solo deducirlo.
La última “gran conflagración” terminó hace apenas una generación (el que escribe estas líneas la recuerda perfectamente porque sufrió la misma y todas sus consecuencias y marcó su larga vida). Desde entonces hubo innumerables más pequeñas; en Asia, África, Europa, América…y estamos al borde de otra, que será sin duda la más inmensa de todas. Inescrupulosas mentes geniales pero al mismo tiempo alienadas llegan a dominar posiciones desde las que tienen la capacidad destructiva de, como se dice, con solo apretar el botón causar el principio del desastre.
Putin decide invadir a Ucrania; Hamás irrumpe sádicamente a Israel; Maduro está listo para saltar sobre Guyana; Jinping amenaza a Taiwán; Kim Jong-un tiene intimidada a Corea de Sur, Japón y a los EE.UU.; matanzas, genocidios y guerras intestinales en Siria, Yemen, Nigeria y media docena de países más; Irán amenazando a todos los “infieles” del mundo… Entre tanto somos capaces de llenar los océanos de basura, emponzoñarlos con nuestros propios deshechos ya de manera irreversible; mientras hablamos de energía limpia, pero para crearla contaminamos de tal manera que estamos descongelando los polos; creamos esa energía limpia para una pequeña parte de la humanidad mientras la gran mayoría se bate entre pobreza, miseria y hambrunas. Y guerras en las que se exterminan civiles y soldados, ambos inocentes en la creación del conflicto que los mata. Y en muchos lados donde no hay pugnas armadas, hay dominio de tiranos y eliminación de sus detractores.
Si hay un ser superior y ese creó al hombre a su propia semejanza, ese “Algo” es desquiciado. Pues la raza humana, aquella parte de la raza que siempre somete al resto, lo es. Desquiciado.
Ustedes lectoras/es decidirán si este viejo dolido tiene razón; si tiene motivo de amargarse tanto como para escribir estas líneas. Perdón por comenzar el nuevo año de esta manera; pero 2024 de feliz difícilmente tendrá algo.