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20 de Enero de 2024

Desigualdad S.A.

En el mediano y largo plazo tenemos que tender a un compromiso para construir una igualdad profunda, una que se sustenta en cohesión social, integración comunitaria, solidaridad comprendida en entornos cooperativos y de amistad cívica.

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Enrique Morales Mery

Enrique Morales Mery es Cientista político.

Hay quienes aplauden la desigualdad, la consideran base de la productividad y la consiguiente prosperidad. Prefiero entender la desigualdad desde su connotación negativa y reservar la palabra diversidad para dar cuenta del despliegue positivo y múltiple de las capacidades, talentos y virtudes humanas que generan innovación, crecimiento y creatividad. Desde esa connotación negativa la desigualdad se asoma elevando y hundiendo; jerarquiza para entregar privilegios, ventajas y posiciones de poder y al mismo tiempo segrega, margina y reparte frustraciones para no poder.

Me resuena Zygmunt Bauman y su mirada sobre el imperio del diseño social contemporáneo, el mismo que premia y castiga fabricando exitosos y parias en un orden capitalista que muchas veces desintegra socialmente y condena a tantos al anonimato social. Condena cumplida desde una visión del fracaso condensada en periferias, estigmas y círculos viciosos de pobreza. Me resuena Michael Sandel y la necesidad de conectar con la ética para no seguir alimentando un mérito distante de la responsabilidad social y el bien común. Sin trasfondo ético prontamente los objetivos son dirigidos por ambiciones que perfectamente pueden nutrir desigualdades a consecuencia de corrupción pública y privada en conjunto con variadas opciones delictivas para generar dinero e influencia.

Tal como dice Michael Sandel una filosofía que no sea rozada, interpelada por las sombras de la pared de la cueva, está condenada a la desconexión con la realidad, condenada a ser una utopía estéril. Agregaría también que toda realidad que no se exponga a la reflexión y la ponderación está condenada a la no transformación y a la ceguera ideológica. Igualmente le cabe a quienes actúan en política y que tienen injerencia en la toma de decisiones comprender la relación de luces y sombras de una sociedad, eso marca la diferencia entre la lenidad y el correcto discernimiento.

Si salimos de nuestras cuevas irreflexivas, fantasiosas, carentes de luces, situadas desde la parcial apariencia nos encontraremos con la pobreza, con los pobres, con la drogadicción, con los que se drogan, con la delincuencia y con los delincuentes. A cada concepto le sigue un rostro, a cada idea una realidad; los parias y los injustamente privilegiados habitan el mismo continuo de desigualdad, unos se están ahogando y otros disponen del flotador. El gran problema es que habitan concepciones de vida que no permiten relaciones, integración, presencia y mutuo conocimiento; de hacerlo iluminarían la injusticia subyacente, la codicia, los vicios y los impulsos que los conducen a tomar atajos de criminalidad. Además, las sociedades contemporáneas muchas veces son ambiguas y festejan el supuesto éxito de subculturas corruptas o funcionales al narcotráfico.

No soy amigo de las recetas y mucho menos de las simplificaciones; la clave es asumir que nuestro país está viviendo lo que venimos describiendo y por ende hay una realidad a ser enfrentada. La sociedad, la comunidad y cada realidad local y próxima debe recuperar en lo inmediato la seguridad, la efectividad y celeridad de todo resguardo y protección. Nuestra democracia y las libertades concomitantes requieren de un Estado de Derecho funcionando sin lenidades, sin dilaciones. En el mediano y largo plazo tenemos que tender a un compromiso para construir una igualdad profunda, una que se sustenta en cohesión social, integración comunitaria, solidaridad comprendida en entornos cooperativos y de amistad cívica. A partir de ello se construye una seguridad más amplia, arraigada y cómplice en favor de la igualdad de oportunidades, la justicia social y la educación como antídoto formativo en contra de ambientes sin conciencia moral, ética o actitudinal. Miremos de frente nuestras sombras, nuestros males comunes, las desgracias ya están ocurriendo y lo anómico no puede constituir nuestro futuro. La desigualdad duele, destruye, enceguece y asesina… la acción rompe la parálisis de la indecisión y nos devuelve al punto en que lo posible ilumina nuevas formas de reaccionar y salir del fango.

Es necesidad y tarea de todos y todas acabar con la potencial anomia y con la tendencia a vivir en sociedades desperdiciadas, sin asombro frente al dolor y sumidas en un continuo de producción, consumo y muerte. Es hora de que la realidad despierte las conciencias y transforme egoísmos, ambiciones y vicios en espacios de confianza, seguridad, justicia y libertad.

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