Desperdicio de alimentos: del “imperativo categórico” a la acción
El desperdicio de alimentos es un problema tan grande que si fuese un país, sería el tercero más contaminante en el mundo, en términos de emisiones de CO2.
Elena López es economista y abogada.
Según datos de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), cada año, un 14% de la producción de alimentos se pierde entre la cosecha y la distribución, mientras que otro 17% se desperdicia entre la distribución y la llegada a los consumidores finales.
Se estima que el desperdicio alimentario no sólo es responsable de alrededor del 8% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero y de que millones de litros de agua -un recurso cada vez más escaso- sean empleados anualmente en alimentos que terminarán en la basura, sino que además es un problema tan grande que si fuese un país, sería el tercero más contaminante en el mundo, en términos de emisiones de CO2.
Pero además de las consideraciones ambientales -que en un escenario de cambio climático como el actual son tremendamente relevantes- el desperdicio alimentario nos presenta un dilema ético, donde por una parte 1.300 millones de toneladas de alimentos llegan a los vertederos cada año, mientras que las personas en muchísimas partes del mundo luchan contra grandes hambrunas y el costo cada vez más alto de su comida.
Pese a todo lo expuesto con anterioridad, históricamente, el desperdicio de alimentos no ha sido un asunto al que se le ponga mayor atención desde la política pública en el mundo.
En el caso de Chile, la realidad no es muy distinta y prueba de ello es que en 2015 fue ingresado un proyecto de ley -por los entonces senadores Guido Girardi y Manuel José Ossandón- que buscaba regular la distribución de alimentos aptos para el consumo humano, con el objetivo de evitar la pérdida de estos recursos. Hoy, casi nueve años después, aunque ha tenido avances en su tramitación, sigue entrampado en la discusión parlamentaria que, entre tantas urgencias, no ve esta discusión como un tema prioritario.
Pero ha surgido una luz de esperanza sobre este tema, que se suma a las regulaciones existentes en países como Francia y Reino Unido: recientemente el gobierno español reactivó un proyecto de ley que, al igual que en el caso chileno, ya parecía parte del mobiliario de la legislatura de ese país. La normativa en cuestión pretende prevenir las pérdidas y el desperdicio alimentario en el país ibérico, fomentando el consumo humano de los productos que aún sean aptos para aquello y viendo las formas de evitar que termine en la basura cuando ya no pueda ser consumido (convirtiéndolos en compost, por ejemplo).
Pero lo que más llama la atención, es que la motivación de esta ley respondió a un “imperativo categórico”, según lo que declaró el ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación de España, agregando que el desperdicio hace daño tres veces: (1) perjudica a los más necesitados, ya que encarece el acceso a bienes de primera necesidad; (2) malgasta recursos naturales escasos y aumenta los residuos y el impacto ambiental, y (3) perjudica la eficiencia del sector productivo y su competitividad.
Es de esperar que la motivación y el raciocinio español se contagie en otras latitudes, permitiéndole avanzar en esta línea a aquellos países que aún no han visto este tema como una prioridad.
En tanto, y afortunadamente, diversas iniciativas desde el sector privado y la sociedad civil buscan poner freno al desperdicio alimentario. De hecho, cada año, aparecen nuevos bancos de alimentos que pretenden rescatar los excedentes de restaurantes y tiendas para poder donarlos a comunidades vulnerables, así como también hemos sido testigos de cómo surgen diversas startups en el mundo que ofrecen -con descuentos- alimentos en buen estado para el consumo humano que, por políticas de las empresas, de otra manera terminarían en la basura.
Y lo que es aún más importante, cada vez más las personas estamos buscando espacios que nos permitan colaborar en la mitigación de los efectos del cambio climático y le estamos exigiendo a las compañías un esfuerzo adicional en la materia.
Esa motivación sumada al empujón de una buena política pública debiesen ser suficientes para poder erradicar la conversión de alimentos aptos para el consumo humano en basura. Es de esperar que 2024 sea el año donde finalmente logremos aunar esfuerzos y, juntos -públicos y privados, personas y organizaciones- podamos erradicar este problema de nuestras sociedades.