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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

DC, política y autoridad moral

En tiempos donde la legitimidad de los políticos, los partidos y las instituciones están por los suelos, una abrumadora carrera de sucesos nos invita a detenernos y reflexionar sobre la cuestión de la memoria, y de la mano el concepto de la autoridad moral.

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Alexis Ceballos es Empresario, Ignaciano y Militante PDC

Han sido semanas complejas para el gobierno del Presidente Sebastián Piñera. Una seguidilla de errores políticos no ha hecho más que volver a poner sobre la mesa algo que ya sabíamos: que lamentablemente nos gobierna un equipo con escasa experiencia política de lo que significa un Estado y su correcto funcionamiento. Un cambio de gabinete gatillado por la constante intemperancia verbal de sus ministros, a quienes les ha resultado extremadamente difícil entender la seriedad y prudencia que significan sus cargos, no cumplió el efecto comunicaciones esperado, sino por el contrario, lo empeoró.

El desacierto en las palabras de Mauricio Rojas, un historiador que contrariamente a lo que se esperaría de su profesión y la envergadura correspondiente a su nombramiento, relativizó la función del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, provocando que solo durase 90 horas como nuevo Ministro de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Su situación tras catalogar dicha institución como un “montaje” se volvió insostenible para el Presidente de la República, en un país que aún no logra reconciliación y donde aún existen millares de familias que no obtienen justicia para sus seres asesinados o desaparecidos, a pocos días de la liberación de criminales de lesa humanidad por parte de la Corte Suprema de Justicia. Tomaría la posta la arqueóloga Consuelo Valdés Chadwick, emparentada con el primo del mandatario Andrés Chadwick, actual ministro del Interior. Otra mala jugada política en medio del hastío ciudadana por las constantes situaciones de nepotismo existentes en el gobierno, sobre todo cuando el mismo presidente atacaba en su campaña electoral a su otrora rival de dicha práctica en su familia, la senadora Carolina Goic, de forma infundamentada. Acabó por ser otro electrodo negativo en la percepción de la ciudadanía que ya entiende el nepotismo como una forma inaceptable de corrupción. Dicho nombramiento tampoco le hizo ningún favor.

Al mismo tiempo, en ese complejo escenario, Piñera nombraba como nuevo Subsecretario de Redes Asistenciales al médico Luis Castillo. El nombramiento de Castillo, estratégicamente, fue otro disparo a los pies, al ser señalado como cómplice en el asesinato del ex Presidente Eduardo Frei Montalva. Castillo es acusado por la familia Frei de ocultar durante más de 20 años la autopsia no autorizada al mandatario, en actual investigación por el ministro en visita Alejandro Madrid. Como es evidente, la reacción del Partido Demócrata Cristiano ha sido inmediata, a quienes se ha sumado el bloque de la oposición exigiendo su salida. El Colegio Médico ha pasado a finales de esta semana el caso del subsecretario al Tribunal de Ética del organismo, la comisión de salud del parlamento le ha negado en ingreso a sus sesiones y la comisión de Derechos Humanos no descarta citarlo a declarar en las próximas horas.

Hubiera resultado sencillo quitar al subsecretario y ahorrarse un problema dada la tremenda magnitud del asunto, pero tanto el Presidente como el Ministro de Interior y el resto del gobierno se han negado, aumentando así una bola de nieve que crece cada día donde solo Dios sabe en que terminará, y que en caso de dictarse sentencia por el primer magnicidio de la historia de nuestro país, podría convertirse en una bomba de tiempo que le explotara en la cara y las manos al jefe de Estado, con efecto dominó y cobertura de prensa internacional incluidos.

Entre medio de estas convulsiones, ha fallecido el ex diputado Andrés Aylwin Azócar, hermano del también fallecido presidente Patricio Aylwin. Su deceso ha sido un remezón para la vida política chilena. Abogado de Derechos Humanos y miembro del grupo de los 13 democratacristianos que fueron los primeros en condenar el golpe de Estado perpetrado por el dictador Augusto Pinochet, a 48 horas del levantamiento militar, su muerte provocó un funeral de Estado, por cuyo velatorio pasaron prácticamente todas las autoridades de los partidos políticos chilenos. Su cortejo fúnebre cerró las calles colindantes al Palacio de la Moneda donde miles de personas caminaban escoltando su ataúd gritando y exigiendo al unísono justicia para Frei. Casi inmediatamente, la Corte Suprema sentenciaba veredicto por el caso Riggs, condenando a la familia de Pinochet a devolver al fisco 1,6 millones de dólares robados durante la dictadura, con eco mundial en la prensa, en todos los idiomas.

En tiempos donde la legitimidad de los políticos, los partidos y las instituciones están por los suelos, esta abrumadora carrera de sucesos nos invita a detenernos y reflexionar sobre la cuestión de la memoria, y de la mano el concepto de la autoridad moral. Andrés Aylwin, al igual que el resto de integrantes de ese grupo no por todos los chilenos conocido, especialmente por los más jóvenes, se transformaron tras el término de la dictadura en autoridades morales no solo de la Democracia Cristiana, sino de un país entero que encontró en ellos la valentía y entereza que a muchos, muchísimos, aún hoy les falta. La autoridad moral lleva años construir, no es algo que pueda fabricar un equipo de comunicación política estratégica, sino es un aura especial de respetabilidad que viene concedida de forma natural ante vidas y actos intachables, más aún hoy, en tiempos de relativismo moral. Aparte de ese grupo, otras personalidades también la poseían como su principal valor simbólico: Fernando Castillo Velasco, Jaime Castillo, Raúl Silva Henríquez, Nemesio Antúnez, Patricio Aylwin o Eduardo Frei Montalva, en cuyos funerales la gente salía sola a las calles para expresarle un minuto de silencio y dar el último adiós no solo a hombres de Estado, sino también a hombres buenos, hombres de buena voluntad. Condición que hoy en día muy pocos poseen en la vida política y pública.

En nuestros días el Gobierno y el Presidente intentan por todos los medios construir su propio relato de legitimidad, una historia en la cual poder afirmarse de cara al futuro y la memoria. El propio jefe de Estado ha anunciado un próximo Museo de la Democracia, que ha resultado constituirse como un hazmerreír en la opinión pública antes siquiera de poner la primera piedra. ¿Para qué la derecha quiere un Museo de la Democracia, cuando fue la propia derecha la que se la arrebató a todos los chilenos y chilenas?, ¿Se justifica un Museo de la Democracia en un país cuya Constitución no ha sido votada siquiera por un parlamento legítimamente electo?, ¿Es correcto crear un nuevo museo, con los costos que ello significa, cuando contamos con el Museo Nacional de Bellas Artes y el resto de nuestros museos nacionales, que son la verdadera expresión del Estado, que no cuentan con presupuesto para pagar a sus funcionarios, muchísimo menos para atraer exposiciones de primer nivel internacional que todos los ciudadanos merecemos o para poder certificar sus espacios frente a terremotos para proteger sus colecciones? Si Sebastián Piñera llegase a construirlo, lo que queda de su quebradiza autoridad moral terminaría así por desplomarse de forma determinante. Debe saber, al igual que todos, que la autoridad moral se utiliza para legitimar movimientos políticos y sus relatos, sus místicas, desde la resistencia no violenta, en especial en oposición a la violencia, cosa que en el caso de la derecha, sencillamente no puede hacerlo, porque ya no lo tuvo siendo cómplice de una dictadura cruel, sanguinaria, donde usufructuaron de ella a manos llenas, que el Museo de la Memoria con su simple existencia no hace más que recordárselos en cada rincón, día a día.

Respecto a los democratacristianos, deben saber también que la autoridad moral, esa que los haga ganar elecciones con mayoría, en cualquier parte y en cualquier momento histórico, es patrimonio de aquellos políticos y candidatos que poseen una trayectoria moral y defienden un estándar de justicia o bondad reconocido de manera universal, y francamente, salvo escasas excepciones, no resulta fácil verlos. Al menos en mi caso, estando dentro. Algunas de las ideas centrales de la DC como el valor universal de los Derechos Humanos en la expresión política y moral de la dignidad de la persona en cuanto a idea, movimiento político y partido político, está totalmente a la deriva. Y lo digo con pesar. Y no solo dentro. Quienes se han ido del partido creando nuevas herramientas con ciertas aspiraciones políticas tampoco se han caracterizado precisamente por practicarlo y promoverlo, dudando seriamente que sean capaces de hacerlo una vez fuera si no lo hicieron dentro. Ya no lo hicieron.

Si el partido, como sostiene Ignacio Walker en su descripción de futuro de la DC, entendiendo la Democracia como un régimen político de la libertad sin doble estándar, fue marcando un rumbo, una épica y una ética a la vez que un ideal histórico, entonces ha sido la propia ausencia de esos aspectos quienes la mantienen hoy en una relevancia cuestionable ante los ojos de la ciudadanía y el electorado. Y ha sido provocado por personas, no por perfumes. Ha sido provocada por personas con nombre y apellido, especialmente en una mala costumbre e inercia que por conveniencias coyunturales de la política han sido incapaces de cerrar filas en torno a la cuestión valórica a la que con tanta parsimonia se dicen postular. Volver a las raíces se vuelve sobre todo hoy una tarea compleja en la DC, simplemente porque la sociedad chilena contemporánea ha cambiado también las suyas. Responder a los desafíos de esa nueva sociedad emergente es precisamente ponerse de parte de ella. La aspiracionalidad de las personas, vista desde siempre como negativa, hoy es una exigencia que esa misma sociedad no está dispuesta a transar, y es ahí donde está el desafío. A quienes deben convocar.

La escasez de jóvenes preparados de cara a las próximas elecciones es abrumadora, donde escuchamos a diario que deben darles espacio para su proyección política, pero en la práctica siguen siendo menospreciados por los más adultos en aras de mantener la vigencia propia en el enjambre de la toma de decisiones. Se vuelve entonces una realidad de dobles discursos donde ni la más sofisticada retórica serviría efectivamente al momento de votar en las urnas. Los jóvenes chilenos vieron en su momento esperanzas en el Frente Amplio y su sinnúmero de partidos y movimientos, así lo expresaron en las urnas, pero ha sido solo cuestión de tiempo (muy corto por lo demás) para que se hayan dado cuenta de que en realidad se trataba de una bolsa más de gatos pequeños con los mismos vicios y aspiraciones que los demás partidos tradicionales. En ese sentido, la DC tiene hoy la posibilidad de encantar a los desencantados con un plan de acción serio y con representantes dirigidos a ese sector ciudadano, y esas personas deben poseer ese bien tan preciado en política, que es la autoridad moral.

Es la difícil tarea que el presidente Fuad Chahin tiene por delante, y para eso debe primero poner orden dentro de casa y modernizar toda la estructura interna que en muchos frentes se niegan a avanzar y dar su brazo a torcer. Chahin tiene la misión de encontrar entre sus huestes a esos jóvenes que tengan la misma valentía, clase y convicción que, en caso de presentarse los conflictos, de llevar las riendas del Estado y sus instituciones, posean la autoridad moral lo más similar posible a esos 13 que aún no han sido honrados como merecen, donde uno de ellos, por instantes y ante los ojos de todos los chilenos y chilenas, regaló a la DC por dos días, cerrar calles y llenar con fervorosas banderas de la falange a la sociedad chilena por uno de sus héroes nacionales, de manera transversal, precisamente gracias a eso: a la autoridad moral. Ahí está el secreto.

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