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Actualizado el 18 de Diciembre de 2020

10 años de la Primavera Árabe: lecciones para Chile

El proceso árabe tiene componentes globales, pero es fundamentalmente un proceso regional, que debe entenderse por el peso de la historia regional de colonialismo, dictaduras y neoliberalización acelerada de economías extractivistas.

Por Pablo Álvarez
primavera árabe Foto: Nicolas Garon/Wikimedia Commons
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Pablo Álvarez es Secretario de Estudios, Escuela de Historia Universidad Diego Portales

En diciembre del 2010 comenzó uno de los procesos más transformadores de las sociedades árabes en las últimas décadas, una ola de protestas que sacudió toda la región del Medio Oriente y Norte de África (MENA).

Todo comenzó en el más pequeño país del Norte de África, Túnez, con una población de 11 millones de habitantes. El dictador, Ben Alí, llevaba gobernando el país por tres décadas con el beneplácito de Occidente, al igual que sus homólogos Hosni Mubarak y Muhammar Gadafi.

Ese diciembre, en el pequeño pueblo tunecino de Sidi Buazid, el comerciante Mohammed Bouazizi, se prendió fuego en protesta contra la policía que le había confiscado su carro de frutas. El hombre falleció a los pocos días, pero su radical forma de protesta hizo prender el malestar en la población tunecina que salió a las calles a protestar en contra de la corrupción, la falta de libertades y la falta de oportunidades.

Tres semanas después, el dictador fue forzado a dejar su cargo, la ola de protestas se extendió por toda la región, llegando a Egipto donde el dictador respondió con mano dura, pero igualmente tuvo que dejar su cargo. En otros países, como Libia, Yemen y Siria las protestas llevaron a guerras civiles devastadoras. En Bahréin, Marruecos y Líbano las protestas llevaron a cambios moderados.

Una década después, la Primavera Árabe nos deja una serie de lecciones que vale la pena enumerar. Primero: podemos desechar ese mito orientalista de que los árabes son refractarios al cambio, que la historia del pueblo árabe es inmóvil, que son eminentemente conservadores. Este mito sirvió de catalizador para el colonialismo europeo entre los siglos XIX y XX en toda la región.

Luego de la Primavera Árabe, queda claro que todas las sociedades son dinámicas, la árabe no es la excepción. Décadas de represión dictatorial dejan huella, el miedo es difícil de vencer, pero cuando el malestar es suficiente, la sociedad civil se organiza.

Debemos tener en cuenta, a su vez, que las organizaciones de la sociedad civil, tales como sindicatos, clubes, centros comunitarios, etc., estaban sumamente controladas por los servicios de seguridad de las respectivas dictaduras, por lo que para activarse debieron romper cercos poderosos.

Segundo: respecto del concepto mismo de primavera, este nos retrotrae a la Primavera de los Pueblos, en la Europa del siglo XIX; a la Primavera de Praga de la Guerra Fría; etc. Es decir, tiene un sentido eurocéntrico y teleológico. Eurocéntrico, porque define a la experiencia europea como la senda a seguir por las diversas sociedades del mundo y teleológica, porque define un fin al que la historia se aproxima, este es el triunfo del liberalismo.

Ese fin ya lo aventuró Francis Fukuyama al término de la Guerra Fría, pero podemos afirmar que estuvo equivocado.

El curso de la historia ha continuado, las ideas no han sucumbido al peso hegemónico del liberalismo y los socialismos no estaban tan muertos como algunos pensaban.

El proceso árabe tiene componentes globales, pero es fundamentalmente un proceso regional, que debe entenderse por el peso de la historia regional de colonialismo, dictaduras y neoliberalización acelerada de economías extractivistas. Pensar que es parte de un curso general de la Historia con mayúscula le resta agencia a los y las miles de personas que protestaron por meses y años.

Tercero: viéndolo desde Chile, el proceso nos debería mostrar los posibles escenarios posteriores a grandes movilizaciones y protestas. El proceso árabe, como el estallido social chileno, no son Revoluciones, con mayúscula, no fijaron un curso final de la historia, su sentido no es el cambio revolucionario de la sociedad. Sus motivaciones son distintas y, por lo mismo, más complejas.

El malestar alimentó el deseo de construir un cuerpo político común. La aparición de vocablos con alto significado cultural nos puede dar una evidencia de esto, en Chile apareció reiteradamente la palabra DIGNIDAD, así como en el mundo árabe la palabra LIBERTAD. Valores que las sociedades definieron como ausente en el período ante el que se revelan y que buscan retomar.

Por otra parte, debemos mencionar el corolario de las protestas, en diversos países la ola de protestas terminó llevando al caos, con la excepción de Túnez, prácticamente en todos los países árabes ahora están peor, ya sea por guerras civiles o por dictaduras aún más represivas, como el caso de Egipto.

Debemos cuidar el proceso en Chile, se abrió la posibilidad de cambio, pero este no está claro para donde nos lleve, es labor de todas y todos mantener una disposición vigilante respecto del resultado político de la protesta.

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