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Actualizado el 26 de Abril de 2021

Monumentos para el cambio de era

El mundo está cambiando. El espacio público y sus monumentos no son una reliquia, están vivos y así hay que pensar en ellos: intervenirlos, modificarlos, también resguardarlos, pero desde la adaptabilidad a una sociedad que cambia.

Estatuas que antes construyeron el discurso oficial, ahora están cuestionadas a partir de las demandas actuales, entre ellos los magallanes, valdivias y baquedanos. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Isabel Serra

Isabel Serra es Arquitecta. Investigadora del Laboratorio Ciudad y Territorio UDP

El mundo ha cambiado rápidamente, desde el clima, la política, la tecnología, la economía, hasta las sociedades que producen sus espacios públicos, sus monumentos y sus significados.

Hoy es necesario comprender el espacio público no sólo en su espacialidad —contenida en una morfología determinada por la construcción histórica de un momento en particular, con ciertas estructuras y funciones que permiten actividades—, sino que entender este como un lugar de encuentro (espacio) donde se discuten las cosas que a todos nos conciernen (esfera) en la diversidad de una comunidad. Donde se expresan las diferencias, pero también donde se llega a consensos y pactos (significados y símbolos) para que florezca la buena vida en el territorio que todos y todas compartimos.

Podemos identificar este proceso de cambio a partir de 2011 y de las masivas manifestaciones sociales alrededor del mundo, en las que se consignaban demandas principalmente de mayor igualdad, no sólo en materia económica, sino que también de trato: el derecho a la no discriminación, el valor de la dignidad solo por existir, entre otros. Y a partir de este clamor universal, el espacio público, sus monumentos y estatuas han sido puestos en disputa y resignificados.

En la década pasada, pudimos observarlo con Occupy Wall Street, en Nueva York; la Puerta del Sol, en Madrid; la Alameda, en Chile; y las miles de plazas que fueron escenario de la Primavera Árabe. En la actualidad, ocurre a través de movimientos sociales como el Me Too, Black Lives Matter, la revolución chilena del 18 de octubre, Las Tesis y otros movimientos, que se han desplegado por las ciudades del mundo, tomándose los espacios, los monumentos y estatuas de antaño. Los que hasta entonces habían sido meros observadores del progreso del capitalismo más feroz, ahora son resignificados, apropiados, utilizados, pintados, escritos, descabezados y algunos arrasados, pasando a ser piezas vivas y activas de un espacio público por años mercantilizado.

Y en la demanda de este espacio y de la esfera pública, rápidamente estos monumentos se hacen parte de la discusión, de la disputa y de las narrativas excluidas. Estatuas que antes construyeron el discurso oficial, ahora están cuestionadas a partir de las demandas actuales, entre ellos los colones, magallanes, valdivias, baquedanos, y otros varios hombres que encarnan los discursos coloniales, machistas y violentos, a través de los cuales se han excluido miles de miradas e historias de otros triunfos que no son reconocidos por la historia oficial.

Pero el mundo está cambiando. El espacio público y sus monumentos no son una reliquia, están vivos y así hay que pensar en ellos: intervenirlos, modificarlos, también resguardarlos, pero desde la adaptabilidad a una sociedad que cambia.

Al mismo tiempo, hay que darle valor a otras narrativas que se están materializando en otros tipos de monumentos, otras historias cotidianas, femeninas, disidentes, originarias, de personas mayores, niños, niñas y adolescentes a escala humana, donde se realzan otros valores, como la solidaridad, la libertad, la igualdad. Hoy vemos animitas, murales y luces en los edificios y fachadas, que nos recuerdan mensajes e historias que son mucho más significantes ahora para nosotros y nosotras, y que construirán nuestros nuevos espacios públicos para la memoria ciudadana. Desde abajo, desde el territorio, desde los relatos únicos, pero que construyen mayoría.

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